Los ERE y el honor de los Prizzi

En El honor de los Prizzi, la redonda película del maestro John Huston sobre la poderosa familia mafiosa neoyorkina, uno de sus momentos estelares lo constituye la escena en la que uno de los secuaces descubre que la mujer con la que se ha casado no es la asesora fiscal que aseguraba ser. En verdad, era una asesina a sueldo del capo del clan. Cuando no le queda otra que confesárselo a su marido, y sin dejarle que se reponga del susto, ésta objeta que tampoco es para tanto. Al fin y al cabo, sólo habría cometido unos tres o cuatro asesinatos por año. «¡Tantos!», exclama un estupefacto esposo, a lo que la imperturbable sicaria da fría replica: «No son tantos, si se tiene en cuenta el volumen de la población».

Con parejo cinismo, los condenados de los ERE podridos parecen hacerse similar cuenta: «¿Qué suponen los 679 millones saqueados para ocho millones de andaluces? ¿Unos 80 euros por cabeza?». Ciertamente, es lo que se deduce de algunas desvergonzadas reacciones a la sentencia del martes de la Audiencia de Sevilla que condena a los ex presidentes socialistas andaluces Chaves y Griñán, quienes desempeñaron ese mismo cometido en la Ejecutiva Federal, como principales fautores, junto a una veintena de altos cargos, de la mayor trama de corrupción de la historia de una administración española. Mediante el extravío de ingentes cantidades consignadas para los parados en la región con mayor desempleo de Europa sufragaron un tinglado clientelar clave para 40 años de hegemonía en Andalucía, así como para ser el partido que más tiempo ha dispuesto de La Moncloa desde la restauración democrática.

Los ERE y el honor de los PrizziPor esa doble circunstancia, ni se puede negar la involucración del PSOE como organización ni circunscribir el escándalo a Andalucía. Como procuran, a modo de cortafuego, los edecanes de Sánchez. Mientras, el presidente en funciones calla, por lo que estaría otorgando si se aplica a sí mismo la vara de medir con la que atizó a Rajoy, a quien derribó sirviéndose de una tramposa deposición en una pieza del caso Gürtel.

Es lo que ha hecho, con rictus de aparente desazón, la heredera de ambos, Susana Díaz, tras sabotear como inquilina del Palacio de San Telmo la investigación personando a la Junta en el proceso para luego retirarse solicitando la absolución de Chaves y Griñán. Así, los andaluces, que han pagado de sus bolsillos las minutas de las defensas, no recuperarán nada de los cientos de millones estafados por los correligionarios de Díaz, pese a jurar ésta en contrario para aparentar ser la campeona en la lucha contra la corrupción. Como decía Quevedo, llenó de promesas a los santos en medio de tempestad para luego, cuando entendió que amainaba el temporal, desnudarlos olvidándose de lo ofrendado.

La ex presidenta rompió su silencio entre un coro de ranas televisivas que le ayudó a tratar de rescatar y blanquear a los reos de los ERE con la naturalidad y el desparpajo que empleó siempre para disimular unos delitos de la peor calaña, y para hostigar sin remilgos a la juez Alaya, cuya instrucción ratifica el veredicto de la Audiencia. Como otrora hiciera el Tribunal Supremo antes de que Chaves y Griñán, en una artera maniobra denunciada por el magistrado Barreiro, renunciaran a su aforamiento para regresar a la casilla de inicio y eternizar la causa jugando al parchís con la Justicia.

En cuanto Alaya descubrió la tramoya de complicidades que rodeaba este agio mayúsculo, la magistrada sufrió estoicamente entorpecimientos mil y vejaciones sin cuento que buscaron matarla en vida. Aun así, lo soportó con impasibilidad de esfinge, pese a casi estallarle la cabeza por una neuralgia de trigémino tratando de devanar la enmarañada madeja liada durante diez años (2001-2009) de indemnidad socialista. Hasta el fallo de la Audiencia, los gerifaltes socialistas resultaban tan intocables como las vacas sagradas lo son en la India.

No en vano muchos corifeos de este delito al por mayor promovido desde el primer despacho del Palacio de San Telmo se han visto favorecidos por otros «fondos de reptiles» como los de los ERE y que evocan aquellos de los que, con esa denominación, se dotó Bismarck para que la prensa le fuera favorable en la guerra prusiana-austriaca de 1866 dentro y fuera de las fronteras alemanas, como aquí a ambos lados de Despeñaperros. Con esas aldabas, Chaves y Griñán, así como la heredera del Régimen, se arrogaban la potestad de Federico II de Prusia: «Cuando cometo alguna tropelía, siempre encuentro a algún idiota dispuesto a justificarlo en Derecho».

Esa abierta complicidad, esa conspiración de silencio, propicia la impunidad del gobernante. El hombre de poder tiende siempre a abusar si no existen diques de contención que frenen sus excesos. De hecho, hasta la virtud lo precisa porque puede acarrear, llegado el caso, calamidades como los peores vicios. De ahí que Montesquieu entendiera imperiosa la separación de poderes y la limitación de mandatos, pues la perpetuación fomenta la corrupción y el clientelismo. Ambas lacras cuentan a veces con la anuencia de quienes asumen la corrupción como una segunda naturaleza de la política favoreciendo con ello un desistimiento que puede producir un estado de descomposición. Como dijo el abuelo de la ex ministra Bibiana Aído, apadrinada por Chaves: «Esa es la realidad de la vida. En la política, todos van a lo mismo». Lo aseveró como quien vivía ajeno a los trajines de su nieta, quien saltó de la Agencia Andaluza del Flamenco al Ministerio de Igualdad y representa hoy a ONU Mujeres en Ecuador.

Si se prescinde del Derecho como en Andalucía durante lustros, los gobiernos se convierten en bandas de ladrones inclinados a delinquir del modo y manera oprobiosos que estos días escarnece las primeras páginas de los diarios. Con su nefanda conducta, condujeron a la autonomía a la abyección de gastarse el dinero de los parados en cocaína y en prostíbulos. Tras venirse abajo el decorado que tapaba las turbiedades, todo queda a la vista y se acredita que el PSOE, con sus prácticas neocaciquiles, no buscó tanto mejorar las cosas como explotar Andalucía en su provecho. Todo ello bajo la apariencia de cambiarlo todo para que, como en la Sicilia del Príncipe de Lampedusa, todo siguiera exactamente igual.

La sentencia ha causado escalofrío en una opinión pública que, aunque pudiera estar advertida por las revelaciones periodísticas, no ha dejado de conmoverse por el calado de los abusos, así como por unos modos que se corresponden con las manifestaciones propias de asociación mafiosa que hizo la directiva de una empresa de la Junta (Invercaria), Laura Gómiz: «Si yo creyera en la ética, no trabajaría en esta Organización». Fue expresión nítida de en qué manos ha estado una Andalucía que pareciera la Cosa nostra.

En la estructura de manejo de los ERE, el PSOE pareció haber duplicado la disposición de la mafia inspirada en los ejércitos de César. Cada banda era comandada por un capo, bajo el cual solía haber un sottocapo, y debajo los caporegime o lugartenientes, quienes supervisaban los escuadrones de militantes, sobresaliendo por encima el capo di tutti capi, un jefe de los jefes que sería el secretario general del PSOE andaluz y presidente de la Junta. Así, cuando se requería del uso del «fondo de reptiles», los capos provinciales contactaban con el consejero y éste daba instrucciones al tesorero Guerrero para que les remitiera las cantidades requeridas. Así se garantizaron los llamados «cuarenta años de paz» socialista con el alto coste del envilecimiento del PSOE y de parte de la sociedad.

A medida que perpetraban sus abusos hasta convertirlos en costumbre, ni reparaban cuando cruzaban la frontera que demarcaba el mundo del delito y, si lo advertían, se sabían impunes mientras gozaran de una mayoría electoral intangible. Merced a esa protección, el PSOE se degradó del modo que aventura Lampedusa: «Nosotros fuimos gatopardos y leones: nuestros sucesores serán chacales e hienas». Así, un delincuente como Juan Guerra, con sus tejemanejes en el despacho de su «enmano» vicepresidente, resulta un «pringao» comparado con quienes le reemplazaron en el «Patio de Monipodio» tras parasitar la autonomía y hacer de ella objeto de su ilícito enriquecimiento.

Si en Andalucía no hubiera regido la ley del silencio, Chaves y los suyos hubieran sido removidos debido al cúmulo de escándalos protagonizados por él mismo o por sus hermanos y sobrinos, así como por sus dos hijos, pero que fueron silenciados por gran parte de la Prensa –con honrosas excepciones como EL MUNDO– hasta que el gran muñidor dejó de manejar los resortes de poder que le valían ese enmudecimiento casi unánime.

Por eso, cuando apelaba a su honor herido, Chaves rememoraba a Groucho Marx: «Sólo hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntárselo. Y si responde ‘sí’, entonces sabes que está corrupto». Lo cierto es que, hasta la sentencia de los ERE, la auténtica naturaleza del «bueno de Manolo», como lo beatificaba González, resultaba para la mayoría de los andaluces tan subrepticia como la de la sorprendente asesina lo era para su compañero de almohada en El honor de los Prizzi.

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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