Los esfuerzos franceses para abolir la historia

Por Denis MacShane, parlamentario laborista y ex ministro para Europa. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 21/10/06):

¿Dónde está Voltaire cuando le necesitamos? La decisión de los miembros de la Asamblea Nacional francesa de legislar sobre la historia de las matanzas de armenios de 1915-1916 merecería el desprecio, la sátira y la burla del mayor defensor de la libertad de expresión que jamás haya tenido Francia. No puedo creer que la patria de Voltaire, Hugo, Zola y Sartre haya decidido intentar controlar lo que se escribe sobre la historia.

Por desgracia, Voltaire está muerto y su espíritu se va extinguiendo poco a poco, a medida que la libertad de expresión se ve sustituida por el derecho a no ser insultado ni herido. Los políticos turcos que tanto desean, ellos también, dictar cómo se cuentan las matanzas de Armenia, deben de estar abriendo botellas de champán ahora que ven que hay otros políticos convencidos de que pueden controlar la historia.

Hablemos claro. Lo que les ocurrió a un millón o más de armenios en los últimos días del Imperio Otomano, coincidiendo con los cambios trascendentales que entonces se produjeron en el panorama político de la región, fue un crimen atroz. Está a la altura de otros crímenes atroces del siglo XX como el exterminio de los kulaks de Ucrania organizado por Stalin, el asesinato, en los años cincuenta, de millones de chinos a los que Mao dejó morir deliberadamente de hambre, o -algo que en Francia hay que mencionar en voz baja- la muerte de decenas de miles de personas en Madagascar y Argelia a manos de soldados franceses. Y pueden añadirse muchos más casos.

¿Fue genocidio? La palabra se ha devaluado; en los últimos tiempos, prácticamente cualquier suceso en el que mueren personas inocentes parece merecer automáticamente la etiqueta de "genocidio". Las brutalidades de Milosevic en los Balcanes, los palestinos muertos a manos de los israelíes, las horribles guerras religiosas, étnicas y tribales de África... todo se califica de "genocidio" como si, al usar este formidable término, las muertes de los inocentes tuvieran más categoría.

Pero lo que no son ni la tragedia armenia ni ninguno de los otros asesinatos en masa es el equivalente de la Shoah, los cinco años de traslado organizado de modo industrial y profesional de judíos de numerosos países europeos, para someterlos a un proceso de exterminio premeditado, científico y de alta tecnología. Negar el Holocausto es una estratagema actual deliberada de quienes odian a los judíos para iniciar el proceso de devolver Europa a un pasado que comienza con chistes antisemitas y termina en cámaras de gas.

Poco importa que el desastre que sufrieron los armenios se califique de genocidio o no. No son los Estados ni los Parlamentos los que deben asignar definiciones a lo que ocurrió en el pasado. Eso corresponde a los historiadores y a un profundo conocimiento de la cultura.

Los turcos son tan insensatos como los franceses cuando pretenden que los políticos de hoy definan los sucesos del ayer. El año pasado, unos ultranacionalistas me atacaron en Turquía cuando fui allí a presenciar el juicio de Orhan Pamuk, el nuevo Premio Nobel, que había dicho que era preciso hablar públicamente sobre las matanzas de armenios. Las leyes turcas permiten abrir causas civiles y penales contra los escritores y periodistas que tratan de examinar el pasado de Turquía sin restricciones sobre lo que pueda decirse.

Ahora, el Parlamento francés ha aprobado su propia versión de ese tipo de leyes. Yo suelo aparecer con frecuencia en la radio y la televisión francesas. Si ahora digo que no creo que las muertes de 1915 merezcan el término de "genocidio", ¿vendrá la policía a detenerme? Cuando el político y parlamentario laborista británico Michael Foot vivía en París, en 1958, escribió un artículo en el que criticaba el comportamiento del entonces presidente, René Coty. Le expulsaron de Francia por el delito de insultar al jefe del Estado francés.

Cincuenta años más tarde, Francia declara hoy que cualquier ciudadano europeo que diga que "genocidio" no es el término apropiado para calificar las matanzas armenias se arriesgará a ser castigado con arreglo a las leyes francesas. ¿Cómo es posible que Europa se comporte como su peor enemigo? El intelectual musulmán Tariq Ramadán saltó a la fama por primera vez en su Ginebra natal, al tratar de impedir la representación de una obra de Voltaire en 1992, en el bicentenario de su muerte. Aquello fue, como la fatua contra Salman Rushdie, el inicio de un ataque prolongado contra la libertad intelectual y artística del que Europa lleva varios años defendiéndose.

Que el Parlamento francés se haya unido a los enemigos de la libertad con este intento de controlar la historia no es una tragedia. Es una farsa de la que hay que reírse con desprecio. En un momento en el que Europa debería estar defendiendo la libertad de expresión, resulta difícil creer que unos políticos europeos traten de convertirla en delito. Vivimos tiempos extraños.