Los españoles tenemos una 'hispanoterapia' pendiente

Pintura de castas del siglo XVIII. José de Páez
Pintura de castas del siglo XVIII. José de Páez

¡Houston, el mundo hispano tiene un problema psicocultural! Y no le estamos haciendo frente. Hace mucho tiempo que se encendieron las luces de advertencia de fallos sistémicos, pero se han venido ignorando con denodada contumacia. No se asumen errores ni se hace autocrítica, más allá de buscar algún chivo expiatorio a quien hacerle culpable de todos los males.

Sería como si los ingenieros del Apolo XIII se hubieran conformado con echar las culpas a la atmósfera, a los propios astronautas o incluso al peso del éxito del Apolo XI, que les había impedido innovar. En realidad, si no detectamos "todas" las causas de los problemas actuales, cualquier proyecto o plan de futuro que planteemos estará condenado al fracaso.

El psicólogo Antoni Bolinches define la autoestima como "la percepción que tiene la persona de ser digna de ser querida en función de cómo se ha sentido querida en la infancia más los refuerzos afectivos posteriores". Y añade, como elementos de la "seguridad personal", la relevancia que tiene la "autoimagen" (lo que una persona se gusta a sí misma) y el "autoconcepto" (lo que una persona se valora a sí misma). ¿Cómo están los niveles de autoestima, autoimagen y autoconcepto de la comunidad hispana? Innecesaria e injustamente bajos.

El Pew Research Center llevó a cabo entre 2015-2016 una encuesta en 34 países europeos. El país que mostró la más baja autoestima colectiva de Europa fue España, menor que, por ejemplo, la de Estonia. Esto no es baladí pues nuestra autoestima individual está relacionada con la colectiva de los grupos (nación, modelo cultural, familia o clubs de fútbol), a los que pertenecemos, nos guste o no.

El propio C. G. Jung identificó que igual que existía un inconsciente (colectivo) en el individuo, algo similar ocurría en las familias y naciones. Es decir, la sombra personal también se proyecta a nivel colectivo y viceversa. Afecta por tanto a la salud de los pueblos, al funcionamiento de las instituciones y hasta a la economía. ¿No es ésta también un estado de ánimo?

El mundo hispano sufre hoy de depresión colectiva por una lectura equivocada de nuestro pasado. Y, sin embargo, cabe afirmar que todas las acusaciones infundadas y exageradas al Imperio hispánico representan las sombras reales y ocultas de sus acusadores. Así, cuando se nos acusaba de genocidas, era una hábil manera de ocultar la sombra del Imperio extendido probablemente más genocida de la historia: el anglosajón.

Desde hace cinco siglos, el mundo hispano vive inconsciente dentro de una Guerra Cultural permanente que se desarrolla a través de la falsificación del relato, la manipulación de las imágenes y la imposición de los nombres. Y no nos hemos defendido. Sufrimos una "indefensión aprendida", tal como la catalogó el psicólogo estadounidense Martin Seligman en 1967, que nos lleva a asumir pasivamente el relato de nuestra Historia que más daño nos hace, mientras adoramos a nuestros verdugos.

Todos los proyectos de progreso humano para tener éxito se juegan en el terreno de la mente colectiva e individual de los ciudadanos que los protagonizan. En mi último libro planteo lo que he llamado Historioterapia, trasladando los trabajos sobre la autoestima personal, que realizan la psicología y la psicoterapia, a un nivel colectivo.

Hace años, Lou Marinoff escribió el libro Más Platón y menos Prozac, donde sostenía que para combatir algunas enfermedades psicológicas estudiar filosofía podía ser más útil que atiborrarse de fármacos, más que nada porque lo primero previene la aparición del problema, mientras lo segundo se limita a controlar sus efectos. Con la Historia pasa algo parecido, el relato que nos contamos de nosotros mismos influye en cómo nos sentimos.

Si cada día al mirarnos al espejo nos decimos ¡genocida!, ¡cretino!, difícilmente vamos a ser muy eficaces durante la jornada.

Como señala el historiador argentino Julio C. González, la Historia no sólo es saber de lo acontecido, sino prognosis o conocimiento anticipado del futuro. No podemos decidir dónde vamos sin saber de dónde venimos. Cómo nos vemos hoy depende de cómo vemos cómo hemos sido ayer.

La falsificación del relato histórico, seamos conscientes o no, condiciona nuestro estado mental actual. Resulta por tanto esencial que cada individuo disponga de un relato existencial sano, veraz y motivador, como una base firme para poder saltar hacia el cielo o el futuro, pero para ello hay que enmarcarlo dentro de un relato existencial igual o más motivador a nivel colectivo (familia pequeña/familia grande). Uno puede odiar a sus abuelos, a algún hermano y parte de sus primos, pero aunque los rechace siguen siendo su familia, y ese sentimiento los contamina a todos.

La memoria modela tu personalidad, quien crees ser. Sin relato no hay identidad. Si modifican tu memoria o te imponen una adulterada, ya no sabes quién eres, eres quien otros quieren que seas. Una vez dejas que otros definan tu identidad tu misión será buscar en la realidad todo aquello que sea consistente o la refuerce, despreciando o ignorando todo aquello que la cuestione o ponga en peligro.

La identidad se basa en creencias, unas destruyen o te separan, otras crean y te unen a algo más grande que tú. Todo ello sin necesidad de caer en la vanidad o en el narcisismo del que presume, sin motivos, de ser superior al resto o se cree el pueblo elegido sin importarles que el relato que le cuentan esté fundamentado en exageraciones o burdas mentiras.

Para luchar contra el vasallaje cognitivo o el sometimiento cultural, no queda más remedio que pensar fuera de la caja o "abandonar el camino trillado", o simplemente acudir al pensamiento crítico, como proponía Elisabeth Anscombe, para combatir las "modas" que dominan el pensamiento. Anscombe era discípula de Wittgenstein y ambos conscientes de la relevancia del lenguaje en la formación de nuestra comprensión del mundo.

En efecto, uno de los instrumentos más eficaces es la manipulación del lenguaje a través de la imposición de los nombres y el secuestro de otros términos. Para tener éxito resulta clave la marca que representas o te identifica, que debe dejar claro el valor que aportas y lo que te singulariza frente a otros, tu ventaja competitiva en la geoestrategia cultural. Una marca es tan poderosa que puede apropiarse de todo el mercado y también de nuestra mente (véase Coca-Cola, Apple o Google).

Por tanto, ¿por qué no significar o dotar de una marca de prestigio a lo que hicimos juntos los hispanos durante tres siglos en la América virreinal? Y es que el que sucedió al Imperio romano no fue tanto el Sacro Imperio Romano Germánico como el hispánico, pues fue éste el que realmente llevó el legado romano, tanto en sentido geográfico, extendiendo una civilización greco-romana renovada a América y Asia, como cualitativo, también "plus ultra". Llamémoslo entonces por lo que en realidad fue y significó: el Sacro Imperio Romano Hispánico.

Como decía Martin Luther King, "si no quieres que se suban encima de ti, no te agaches". Por el contrario, camina a hombros de gigantes: nuestros referentes del pasado, cancelados no por ser machistas o racistas (inventaron el mestizaje), sino por ser hispanos. Cambia tu historia y cambiará tu vida.

Alberto Gil Ibáñez es el autor de 'El Sacro Imperio Romano Hispánico. Una mirada a nuestro pasado común para una nueva Hispanidad'.

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