Los españoles

Estos días de recogimiento obligado deberían servirnos para reflexionar sobre cómo ha sido nuestro pasado más reciente y cuál queremos que sea nuestro futuro. Es una obligación cívica, lo que estamos viviendo no puede saldarse con un número de fallecidos y afectados, con el ejemplo de muchísimas personas que en las peores circunstancias han sabido dar lo mejor de sí mismos y también con la desdicha de tener a otras personas que, en las peores circunstancias, han demostrado que no tenían nada que ofrecer más allá de su ambición desmedida y su prepotencia. En primer lugar, han de servir para reajustar nuestra escala de prioridades y ser conscientes de qué cosas nos ocupan y nos preocupan todos los días y si éstas son aquellas que más concuerdan con nuestros valores y con lo que cada uno sabemos, porque eso se sabe siempre, hemos de hacer y por lo que hemos de vivir.

En segundo lugar, estos días deberían ser útiles para analizar y ser conscientes de la sociedad en la que vivimos, una sociedad que no nos ha pedido ningún esfuerzo para ofrecernos uno de los mejores países en los que vivir y de los que sentirnos orgullosos. No ha pedido ese esfuerzo a las generaciones más jóvenes, aunque sí a nuestros mayores, que son los que han conseguido, tras muchos sacrificios y trabajo constante y silencioso, que España llegara a ser la novena economía del mundo, que nuestro sistema de derechos y libertades fuera de los más amplios del ámbito internacional y que nuestro esquema de protección social, la llamada «sociedad del bienestar», estuviese por encima de las posibilidades reales de nuestra economía y nuestra riqueza nacional. Esos mayores, a los que el comunismo y la izquierda radical han despreciado en el pasado reciente, porque a su entender, no se enteraban de lo que estaba pasando y no votaban adecuadamente. Lo justo, decían, era que los más jóvenes, a los que se puede adoctrinar con la propaganda y los instrumentos adecuados, decidieran quién debía gobernar y qué políticas aplicar (se hablaba incluso del voto a los 16 años). Así todo sería más fácil, entre otras cuestiones, porque los más jóvenes no tienen memoria del esfuerzo que hicieron sus antecesores para llegar a donde ellos están: un país donde la cultura del esfuerzo, del trabajo bien hecho y de la superación personal es machacada por unos dirigentes que solo quieren mentes simples y maleables a las que decir qué hacer y pensar.

Ahora que las playas de España están desiertas, podemos ver lo que la marea nos deja como testigo impertinente de lo que hemos permitido: la ausencia de organismos de coordinación reales y eficaces en asuntos de gran transcendencia nacional, que tiene como ejemplo paradigmático un Ministerio de Sanidad sin apenas competencias y, lo que es peor, sin responsables competentes y conocedores de su función. Los que en realidad no han coordinado absolutamente nada y de los que ignoramos qué estrategia de salud pública y epidemiológica están siguiendo y, lo que es más sustancial, van a aplicar cuando el confinamiento se acabe, porque solo el aislamiento no va a terminar con la pandemia, ni a evitar que en el futuro pueda volver a reproducirse.

Estamos viviendo una situación de estado de alarma que no se corresponde en modo alguno con su naturaleza. ¿Quién dice que la coordinación política de una emergencia nacional supone la ausencia de presencia y control del pueblo soberano en las Cortes Generales? ¿Quién dice que la unidad de actuación es un alineamiento sin condiciones con la acción del gobierno, sin posibilidad no ya de crítica sino de aportación de ninguna iniciativa que sea buena para el interés general? ¿Quién dice que la prensa solo puede hacer el papel de servir al Gobierno como un elemento más del aparato de propaganda en el que se ha convertido el Ejecutivo, y que no hace sino culminar la configuración de un gabinete como una empresa de marketing y publicidad para así asegurar el mantenimiento en el poder de los que hoy lo ostentan? ¿Cómo es posible que los socios del Gobierno se dediquen en estos momentos a querer poner en solfa una de las pocas instituciones que sirven de prisma nacional y luego no lo apoyen para la convalidación en las Cortes de los decretos que prepara el ejecutivo? ¿Cómo se puede pensar que después de tanta impostura alguien se va a creer el llamamiento a los Pactos de la Moncloa cuando viene de quienes repudian la Transición y solo pretenden ocultar su incompetencia con el manto de la unidad y así poder hacer un reparto de responsabilidades?

La esperanza, sin embargo, permanece, y lo hace en todas las individualidades heroicas que estos días suman millones y que renuncian a su libertad y en muchos casos a su seguridad, para acabar con la pandemia. Sin líderes que sirvan de referentes, sin conocer realmente lo que está pasando, sin transparencia informativa, con un Gobierno que ha cerrado la democracia y que no admite sino adhesiones inquebrantables a su fatuo, soberbio e incompetente comportamiento. ¡Menos mal que quedan los españoles!

María Dolores de Cospedal es Abogada del Estado.

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