Los espías que predijeron la COVID-19

Las agencias de inteligencia están acostumbradas a salir en las noticias cuando no hacen bien su trabajo. Pero después de varios meses de que el presidente estadounidense Donald Trump ignore sus advertencias en relación con la COVID‑19 en particular, y años de que su gobierno desestime las mismas advertencias respecto del peligro de una pandemia en general, es hora de que los profesionales de inteligencia reciban el crédito que se merecen.

A nadie debería sorprender que Trump se haya pasado enero y febrero desestimando en forma reiterada datos de inteligencia sobre la amenaza del coronavirus. Trump siempre dejó claro que no tolera a quien no le dé la razón. Cuando el año pasado altos funcionarios de inteligencia lo contradijeron en varios temas en el informe anual del área que presentan ante el Congreso, los llamó a «volver a la escuela».

Este año, el precio de la guerra de Trump contra los organismos de inteligencia se está pagando con vidas y con sistemas sanitarios saturados. Las agencias de inteligencia de los Estados Unidos alertaron del peligro, e incluso revelaron el plan de batalla del enemigo, con un análisis pormenorizado de cómo sería una pandemia causada por un nuevo coronavirus. Pero el aspirante al título de presidente de guerra no hizo nada. Res ipsa loquitur: la negligencia habla por sí misma.

La mayoría de los estadounidenses jamás tendrán ocasión de ver los datos de inteligencia sin procesar y los análisis en profundidad que el presidente recibe cada día; y nadie que no esté en la primera línea de acción puede apreciar la enorme variedad de desafíos a la seguridad nacional de cuyo seguimiento son responsables los analistas y funcionarios de inteligencia. Por eso es tan importante el contenido de las presentaciones públicas de altos funcionarios de inteligencia, especialmente cuando exponen la obstinada ignorancia del presidente.

Obviamente, en una presentación pública de la labor del área no es posible mostrar cada detalle de los asuntos que sigue la comunidad de inteligencia. Pero como trabajé en decenas de informes no clasificados en la CIA, sé que los analistas profesionales se esfuerzan al máximo por describir las conclusiones confidenciales en forma exacta y al mismo tiempo proteger las fuentes y los métodos.

Tomemos por caso el informe anual de amenazas ante el Congreso, que este año se pospuso por tiempo indefinido. Al presentar esta evaluación, el director nacional de inteligencia (DNI) ofrece una visión unificada de las conclusiones de una amplia variedad de agencias cuyo trabajo principal es descubrir hechos y hacer inferencias. En el informe de 2019 que tanto molestó a Trump, el entonces DNI Dan Coats reafirmó la conclusión de la comunidad de inteligencia de que Rusia había interferido en la elección de 2016 en beneficio de Trump, y advirtió que el idilio de Trump con el dictador norcoreano Kim Jong-un no había disminuido las ambiciones nucleares de ese país.

En cuanto al tema que nos ocupa, los DNI han alertado varias veces sobre el riesgo de una pandemia global en sus informes anuales. La primera vez fue inmediatamente después de la asunción del presidente Barack Obama en enero de 2009, cuando el entonces DNI Dennis Blair declaró: «El desafío sanitario transnacional más apremiante que enfrenta Estados Unidos sigue siendo el potencial de una pandemia grave, y el causante más probable sería un virus gripal altamente letal». En 2010, después del brote de H1N1 (gripe porcina) de 2009, Blair dobló la apuesta y resaltó el potencial de una pandemia para trastocar la economía. Según expresó, una «falta de capacidad estable para la vigilancia y el diagnóstico de enfermedades en animales dificulta a Estados Unidos la identificación, la contención y el alerta de brotes locales antes de que se propaguen».

El sucesor de Blair, James Clapper, envió el mismo mensaje en marzo de 2013, pero refinando la evaluación estadounidense de la amenaza hasta el punto de la clarividencia. Tras señalar el peligro creciente planteado por los virus zoonóticos, advirtió que «un nuevo patógeno respiratorio fácilmente transmisible que mate o incapacite a más del uno por ciento de los afectados sería una de las posibilidades más disruptivas. Un brote de esa naturaleza provocaría una pandemia global».

En lo que terminó siendo una profecía exacta de la COVID‑19, Clapper dijo claramente: «No es una amenaza hipotética». Trump recibió el mismo mensaje en mayo de 2017, cuando Coats destacó un informe del Banco Mundial que predecía que una pandemia le costaría al mundo alrededor del 5% del PIB. Advertencia que Coats volvió a emitir en 2019, cuando declaró: «Estados Unidos y el mundo siguen siendo vulnerables a una pandemia de gripe o un brote masivo de una enfermedad contagiosa, algo que puede provocar tasas de mortalidad y discapacidad inmensas, afectar gravemente la economía mundial, generar presión sobre los recursos internacionales y aumentar los pedidos de ayuda a Estados Unidos». ¿A alguien le sorprende que este año el sucesor de Coats ni se moleste en presentar un informe?

Pero estas presentaciones anuales de los DNI no son los únicos informes no clasificados que muestran el grado de la negligencia de Trump frente a la pandemia. Cada cuatro años, el Consejo Nacional de Inteligencia (principal órgano analítico de la comunidad de inteligencia estadounidense) publica Global Trends, un análisis estratégico de las fuerzas con capacidad de definir las décadas venideras. El momento de la publicación no es coincidencia: se presenta en simultáneo con el cambio de gobierno, para que el presidente tenga una perspectiva internacional a largo plazo para el diseño o la actualización de sus objetivos de seguridad nacional.

Trump describió la pandemia de COVID‑19 como un «problema imprevisto» que «salió de la nada». Los autores de las últimas tres ediciones de Global Trends seguramente no estarán de acuerdo, como tampoco los cientos de expertos a quienes consultan para la elaboración de esos análisis.

Tomemos el informe de 2008, Global Trends 2025, que fue prácticamente un oráculo. Los autores advierten: «La aparición de una nueva enfermedad respiratoria humana altamente transmisible y virulenta para la que no haya medidas de respuesta adecuadas puede iniciar una pandemia global». Añaden que el lugar más probable para el surgimiento de la amenaza sería «un área caracterizada por una alta densidad poblacional y un estrecho contacto entre los humanos y los animales, como son muchas áreas de China y del sudeste de Asia». Incluso con la imposición de límites a los viajes internacionales, «viajeros con síntomas leves o asintomáticos podrían llevar la enfermedad a otros continentes».

Con actitudes como difundir información falsa sobre el virus o disolver la dirección del Consejo de Seguridad Nacional encargada de vigilar las amenazas de pandemia, Trump desperdició varias oportunidades de adelantarse a la crisis de la COVID‑19. Las consecuencias sanitarias y económicas que estamos experimentando se habían predicho hace mucho. Los analistas de inteligencia estadounidenses llevan al menos doce años advirtiendo precisamente acerca de lo que está sucediendo. Pero ni siquiera ellos podían prever que Estados Unidos acabaría gobernado por un presidente dispuesto a sacrificar tantas vidas en el altar de su ego.

Kent Harrington, a former senior CIA analyst, served as National Intelligence Officer for East Asia, Chief of Station in Asia, and the CIA’s Director of Public Affairs. Traducción: Esteban Flamini.

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