Los Estados Unidos de Europa

El déficit de las administraciones públicas alcanzó en el 2011 el 8,51% del PIB, un valor que supera el 6% pactado con la UE. Y por ello se amplía el ajuste que Mariano Rajoy deberá aplicar. A finales del 2011, Cristóbal Montoro consiguió unos 16.000 millones de euros aumentando impuestos y reduciendo el gasto. Ahora, la nueva cifra se sitúa en el entorno de los 40.000 millones, un guarismo que exigirá más reducciones de salarios de la función pública y/o nuevas alzas de impuestos indirectos (IVA o especiales, o los dos).

Rajoy y Luis de Guindos se han apresurado a demandar a la Comisión Europea una reconsideración de los valores de déficit acordados. La respuesta del comisario Olli Rehn ha sido demandar explicaciones sobre el porqué de los desvíos del 2011 y las propuestas para el 2012. El tono de la respuesta es duro. Como lo ha sido la posición de la cancillera alemana, Angela Merkel, posponiendo la cumbre de la eurozona de mañana y, en consecuencia, la decisión sobre una posible ampliación del fondo permanente de rescate. Todo eso no augura muchas contemplaciones para España. ¿Y por qué deberían tenerlas si no las han tenido con Grecia, Portugal o Irlanda? ¿O si, más recientemente, han amenazado con sanciones a Hungría y Bélgica por incumplir los acuerdos sobre sus déficits, mucho menores que los de España? De hecho, Merkel ha pospuesto su decisión de un posible aumento de los recursos del fondo de estabilidad a la solución definitiva de la quita de la deuda griega por parte del sector privado y, cuidado, del ajuste en España.

Con estas posiciones tan enfrentadas, ¿qué va a pasar? En la profesión es amplia la opinión de los que postulan que mayores recortes implican menos crecimiento (o más recesión). Cierto. Pero no hay que olvidar en qué momento nos encontramos de esa larga película de miedo en que se ha convertido la crisis. Es verdad que las previsiones de crecimiento económico formuladas en el 2010 no se han cumplido. Pero también lo es que lo que ha pasado en estos dos últimos años era difícilmente esperable. Y, en especial, nadie podía prever lo sucedido a partir de mayo/junio pasados, cuando se dudaba de la decisión alemana de continuar en el euro, el mundo parecía colapsarse y una nueva crisis internacional amenazaba en el horizonte. Hoy no se puede olvidar que, entre julio y diciembre del 2011, lo que estuvo en discusión fue la existencia misma de la moneda única, como mostraban los planes de contingencia sobre el abandono del euro que hicieron grandes empresas e instituciones financieras, aquí y en otros países de Europa. Hemos estado, simplemente, al borde de la catástrofe. Al borde de un precipicio cuyo final no se divisaba.

El final del euro, además, quería decir, y quiere decir hoy, el fin del proyecto de la Unión Europea. ¿Se imaginan ustedes el retorno a la Europa de las naciones del periodo de entreguerras, entre 1918 y 1939? Pues de esto estamos hablando. No de nuestro futuro inmediato, de una crisis que puede durar algunos años, sino del futuro de nuestros hijos y del de nuestros nietos. No reconocer esto es, simplemente, no querer aceptar lo que hoy está en juego.

Por suerte para todos, el 9 de diciembre pasado el Consejo Europeo sancionó la política alemana, con la notable excepción del premier británico David Cameron, tras lo que el BCE abrió las compuertas de la liquidez e inundó el mercado, tanto el 21 de diciembre como ayer mismo, tranquilizando de esta forma a todos.

Pero la crisis del euro se contenía a duras penas hace solo tres meses. Y las decisiones que lo han salvado son tan tiernas que quien se crea que el peligro ya ha pasado es, simplemente, un inconsciente. Permítanme enumerar algunos, solo algunos, de los riesgos que nos amenazan. Que los acreedores privados de Grecia no subscriban en su totalidad la quita acordada. O que Irlanda y Portugal sigan a Grecia en el camino del derrumbe, algo que no puede en absoluto descartarse. O que Israel ataque a Irán y el petróleo se vaya por encima de los 150 dólares el barril, arruinando cualquier esperanza de reactivación a corto (o medio) plazo. O que no se apruebe la reforma de la Unión en el referendo planteado en Irlanda. O que algún parlamento rechace el tratado. O que España o Italia no convenzan a los mercados de que harán los deberes exigidos para devolver lo que deben.

Por todo ello, porque el euro se salvó por la campana, porque los riesgos que corre continúan siendo enormes; porque, como dijo Murphy, todo es susceptible de empeorar (y Murphy era un optimista), no tengo esperanzas de que la UE nos permita una reducción del déficit mucho menos severa de lo pactado.

No obstante, si continuamos en la senda del ajuste, nosotros y los italianos, y el pacto intergubernamental acordado en diciembre avanza en su despliegue, el futuro que se abre es muy positivo. No estaría mal que, a mediados de la próxima década, comenzásemos a vislumbrar los Estados Unidos de Europa. Y que pudiéramos contemplar esta dura crisis como su lanzamiento definitivo.

Por Josep Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada de la UAB.

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