Los Estados vienen y van

Los Estados, que a menudo consideramos eternos, no lo son en absoluto; de hecho, no son más que una forma entre otras de organizar las sociedades. Desde luego, son la forma más moderna y la más satisfactoria. Aunque al principio se impusieron por la fuerza, a lo largo del tiempo han adquirido una gran legitimidad: los individuos, convertidos en ciudadanos, pagan con impuestos, a veces con sangre, y aquiescencia, pero a cambio, se acabaron las guerras civiles y los servicios colectivos. Sea cual sea el éxito del Estado moderno, en este momento se tambalea considerablemente.

Los Estados vienen y vanEn la década de 1960, al término de la descolonización, el Estado parecía la mejor solución para organizar las nuevas relaciones, pero siguió siendo muy frágil, sobre todo en África. Fíjense en el Congo, que desde hace 40 años es un campo de batalla entre tribus y donde el Estado central no es más que una ficción. En la de 1990, asistimos al surgimiento de una nueva oleada de Estados, después de la desintegración de la Unión Soviética. La mayoría de ellos parecen durar, pero solo porque son dirigidos con mano de hierro por antiguos apparatchiks. En este momento se manifiesta una nueva tanda, pero de retirada: los Estados desaparecen, aunque permanezcan una sombra y una bandera. Yemen y Siria ya no existen y, sin duda, no resucitarán jamás. Libia y Somalia (dividida en tres), tampoco. En estos territorios, las tribus han encontrado de nuevo su legitimidad anterior y ya no aceptan un poder central que era artificial. Los diplomáticos que se esfuerzan por reconstruir ese país, edifican castillos de arena. Aún quedan zonas de incertidumbre, como el Sahara occidental, el sur de Sudán, Afganistán y Kurdistán, que existe sobre el terreno pero no de derecho. ¿No deberíamos imaginar y aceptar nuevas formas de organización que la Carta de las Naciones Unidas no reconoce, como la resurrección de los protectorados, por ejemplo?

Pero los Estados más antiguos, los que creíamos inmortales, también están siendo despedazados por reivindicaciones nocivas: Gran Bretaña se descompone, los catalanes se agitan y los corsos también. Sabemos que la Gran China, que nunca estuvo unificada, se inquieta por las veleidades independentistas de los uigures, los tibetanos, los taiwaneses, o los hongkoneses. Parece inquietarse incluso por la adhesión de todos los chinos. Veo una prueba de ello en una anécdota cómica que he descubierto esta semana: un hospital chino que ha creado un banco de esperma no acepta ni remunera a los donantes a menos que no sean calvos y juren por su honor amar a su patria. De modo que el patriotismo es hereditario, igual que la calvicie, y, sobre todo, no se da por descontado.

Se preguntarán por qué el orden internacional, basado en los Estados desde 1945, de pronto se fractura. Es porque este orden, hasta 1991, estaba garantizado por dos superpotencias que ponían orden cada una en su campo: Estados Unidos y la Unión Soviética. Después solo Estados Unidos, y como los estadounidenses están en relativa retirada del orden mundial desde Barack Obama, y aún más con Donald Trump, los independentistas de toda condición se despiertan. No podemos contar con China para que tome el relevo porque, de momento, siembra el desorden más que el orden; pone en duda el orden estadounidense, pero no propone normas internacionales alternativas. Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores española, ha señalado acertadamente esta semana, en una nota a la ONU, que sin el gendarme estadounidense ya no había orden mundial. ¿Pero es algo tan nuevo? Desde sus orígenes, la historia estadounidense consiste en una serie de repliegues e intervenciones. Fíjense en lo que ocurrió en 1917 y 1941. Estados Unidos restablece el orden cada vez; demasiado tarde, pero lo restablece cuando es evidente que el desorden amenaza a sus intereses. La situación actual no es diferente. Los estadounidenses dejarán proliferar los conflictos hasta que vean el peligro en su puerta y piten el final del recreo; todo el mundo volverá a las filas, incluidos rusos, chinos, norcoreanos e iraníes. Porque Estados Unidos sigue siendo la única superpotencia. Lo que no impide, como insinuaba más arriba, imaginar un orden mundial más diversificado en el que todos encontraran su lugar, incluidos los calvos y las tribus.

Guy Sorman

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