En Colombia han resultado más peligrosos quienes posan de ser amigos de la paz que los enemigos que se opusieron a ella.
Hay que reconocer que el expresidente Álvaro Uribe, sin duda el mayor enemigo del Acuerdo, ha ido de frente. Nunca ha intentado maquillar sus fobias por las reformas agrarias pactadas, ni se ha arrepentido de ser el defensor acérrimo de los grandes latifundios. Cuando Uribe habla, su voz es la de un establecimiento fuerte que se inventó el coco del castrochavismo para poner a salvo sus privilegios sin sonrojarse.
Con los uribistas no hay cartas tapadas. El problema es con los que posan de defensores de la paz sin serlo, como sucedió con el exfiscal Néstor Humberto Martínez, un camaleón del establecimiento político-económico que anda en el ojo del huracán por haber posado de garante de la paz mientras la pisoteaba en la penumbra.
La oposición lo señala de haber utilizado la fiscalía para sembrar pruebas sin sustento contra varios de los ex jefes guerrilleros, de algunos negociadores del Gobierno de Santos y de varios políticos que apoyaron la paz con el propósito malevo de vincularlos con el narcotráfico. En esa lista están desde el general Óscar Naranjo, quien en ese momento era vicepresidente, hasta la presidenta de la JEP —el tribunal de justicia transicional que se creó a partir del acuerdo para juzgar a los excombatientes de las FARC y a los agentes del Estado—.
Desde abril de 2018, cuando la fiscalía de Martínez, junto con la DEA, capturó a Jesús Santrich un ex jefe guerrillero que había firmado la paz, muchas de las piezas no cuadraron. De forma insólita, Martínez mantuvo al presidente Juan Manuel Santos al margen de la operación y solo le informó cuando ya era un hecho consumado, marginando al presidente de los asuntos del Estado de manera arbitraria y desleal.
Esa captura de Santrich tuvo un efecto demoledor sobre el acuerdo de paz porque derivó en el rearme de Iván Márquez, quien había sido el jefe negociador de las FARC en La Habana. Márquez alcanzó a sacar un comunicado rechazando la captura de Santrich en el que denunció sus temores de que se estuviera urdiendo un plan en su contra para extraditarlo.
A los pocos días, Márquez se esfumó en la selva, a pesar de que varios embajadores fueron a hablar con él para darle garantías e impedir que se fuera. Ocho meses después reapareció al lado de cuatro de los ex comandantes que más dolor nos causaron y que más verdad nos deben, anunciando la creación de un nuevo grupo armado llamado la Segunda Marquetalia. Este rearme de quien estuvo al frente de las negociaciones de paz ha sido el golpe más duro que ha recibido el Acuerdo en sus ya cuatro años de vida. Que nadie lo dude.
Por eso resultan tan relevantes los indicios que afloran sobre el papel que tuvo el exfiscal Martínez en este entramado. Un informe de El Espectador reveló la existencia de 24.000 audios que reposaban en el expediente del caso Santrich y que inexplicablemente la fiscalía nunca entregó a la JEP. Cuatro senadores de la oposición estudiaron y evaluaron esos audios y llegaron a la conclusión de que no contenían pruebas de que Santrich fuera un narcotraficante, y que lo que hubo fue un burdo montaje urdido para acabar con el acuerdo de paz. Los audios revelan además que el objetivo era atrapar a Iván Márquez, pero él nunca mordió el anzuelo. La famosa prueba reina, que en su momento había presentado la fiscalía para demostrar la relación de Santrich con el narcotráfico, fue despedazada por el senador Gustavo Petro, quien demostró en un debate que el vídeo había sido manipulado de manera vulgar.
En otras palabras, el rearme de Márquez es un fracaso que nos hubiéramos podido ahorrar si hubiéramos tenido un fiscal garante de la paz y no un saboteador. He visto a muchos frotándose las manos con las imágenes de Márquez rearmado. Pero quienes vivimos la guerra en carne propia seguimos pensando que era mil veces mejor tenerle del lado de la paz que listo para matar como lo está hoy.
Quedan los demás exguerrilleros que son la mayoría. Y a esos desmovilizados hay que apostarles, así esta Paz nos haya resultado tan imperfecta.
El expresidente Santos ha dicho que si el Acuerdo ha sobrevivido al embate del uribismo y al de Néstor Humberto Martínez y la DEA, la paz no tiene reversa. Yo soy más pesimista. Son muchos los enemigos agazapados de la paz que todavía operan en la penumbra y pocos los interesados en desnudarlos.
Lo que tengo claro es que si la paz fracasa no va a ser por el aumento de las disidencias, ni de las masacres. Si fracasa será porque los poderosos clanes políticos que votaron el Acuerdo hace cuatro años tampoco están interesados en hacer las reformas pactadas. Ellos, que tienen capturada la política desde hace años, comparten con el uribismo su fobia por los cambios. Y una paz sin reformas es un imposible.
Miro a mi alrededor y lo que veo tampoco ayuda. Mientras Márquez vuelve a las armas al exfiscal Martínez se le acaba de caer su nombramiento como embajador de Colombia en España. Y cuando empiezo a creer en milagros veo que el presidente Duque, quien ha hecho todo por frenar la implementación de la paz, lo ha colocado en la comisión de lucha contra el crimen.
María Jimena Duzán es periodista y autora de Santos. Paradojas de la paz y del poder (Debate).