Los fragmentos de la paz en el Medio Oriente

Palestinos lanzaron piedras en respuesta a la intervención de las fuerzas israelíes durante un mitin antiocupación cerca de la Franja de Gaza el 18 de septiembre. crédito Mustafa Hassona/Anadolu Agency, vía Getty Images
Palestinos lanzaron piedras en respuesta a la intervención de las fuerzas israelíes durante un mitin antiocupación cerca de la Franja de Gaza el 18 de septiembre. crédito Mustafa Hassona/Anadolu Agency, vía Getty Images

Esta semana se celebra el cuarenta aniversario de los Acuerdos de Camp David, el punto máximo del proceso de paz en el Medio Oriente. Solo hemos retrocedido desde entonces. Es lamentable.

En vez de avanzar, los israelíes y los palestinos parecen acercarse cada vez más a una ruptura total. Sin algún progreso drástico, hay una probabilidad real de que se derrumbe la incierta gobernanza palestina, e Israel tendrá que hacerse responsable de la salud, la educación y el bienestar de 2,5  millones de palestinos en Cisjordania. Israel tendría que decidir si gobernar Cisjordania con una autoridad legal o dos, lo cual implicaría elegir entre el binacionalismo y el apartheid, ambos desastrosos para la democracia judía.

Así que muchas personas se están comportando inadecuadamente. Hamás está yendo tras una estrategia de sacrificio humano en Gaza, lanzando una ola de manifestantes tras otra a morir en la frontera con Israel sin propósito alguno ni gran relevancia. Es vergonzoso.

Hamás ha sido una maldición para el pueblo palestino. En una época en que la clave para cualquier progreso entre Palestina e Israel es que los palestinos hagan que los israelíes se sientan estratégicamente seguros pero moralmente inseguros respecto a controlar territorios ocupados; Hamás, con sus incesantes excavaciones de túneles hacia Israel y ataques fronterizos —sin ofrecer una solución que incluya a los dos Estados—, hace de todo para que los israelíes se sientan estratégicamente inseguros y moralmente seguros de la necesidad de controlar territorios.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha sido un estratega brillante en la confrontación a Irán y el manejo de Rusia en Siria; sin embargo, en el asunto palestino, todo lo que tiene es una estrategia de relaciones públicas: utiliza toda su inteligencia para encontrar maneras de asegurarse de que en Estados Unidos se culpe a los palestinos por cualquier falta de progreso, sin ofrecer ninguna idea —ni vieja ni nueva— sobre cómo separarse de los palestinos con el fin de evitar las terribles opciones de binacionalismo y apartheid.

Netanyahu se perfila para pasar a la historia como el primer ministro israelí que ganó todos los debates y perdió a Israel como una democracia judía.

Por su parte, Donald Trump es el primer presidente estadounidense en tener no solo una estrategia pro-Israel, sino también una a favor de los asentamientos judíos de derecha. En su afán por complacer a los megadonantes judíos de extrema derecha, como Sheldon Adelson, y a los cristianos evangélicos, Trump mudó la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén sin pedirle a Israel nada a cambio. El arte de regalar. Ahora está eliminando la asistencia estadounidense destinada al desarrollo palestino, los hospitales y los programas de educación como castigo a los palestinos por no negociar el plan de paz aún indefinido de Jared Kushner, sin decir una sola palabra sobre los incesantes asentamientos israelíes.

Mientras tanto, en Cisjordania, la Autoridad Palestina (AP) se ha decidido por una estrategia de resistencia y necedad absoluta. Se rehúsa a negociar con el equipo de Trump debido a la furia que le causa el enfoque ridículamente unilateral del presidente y su decisión de cambiar de sede la embajada, así como por frustración de no recibir crédito alguno por parte de Israel o Estados Unidos por su cooperación para la seguridad en Cisjordania.

Sin embargo, al mismo tiempo, una encuesta realizada en marzo por el respetado Centro Palestino para Investigación Política y de Encuestas halló que el 78 por ciento de los palestinos creían que la Autoridad Palestina estaba dañada por la corrupción.

La autoridad necesita una nueva estrategia —y la necesita ya— porque su vieja táctica habitual de desafiar y enfatizar su victimización ya no está funcionando. El statu quo está machacando a los palestinos, pero, por ahora, es tolerable para todos los demás. Por eso, la autoridad necesita regresar a la mesa de negociaciones.

¿Puedo sugerir algo?

El equipo de Trump sigue diciendo que quiere que los aliados árabes de Estados Unidos respalden su plan de paz. Los árabes no lo harán si el plan no cumple con algunas exigencias palestinas mínimas, y los palestinos no se conformarán con esas exigencias mínimas sin el respaldo de los árabes.

Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina, debería recurrir a los cuatro aliados árabes clave de Estados Unidos —Egipto, Jordania, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos— y proponer que acepten de manera colectiva involucrar a Trump y a Kushner si el plan de Estados Unidos incluye dos criterios: un llamado a favor de un Estado palestino contiguo en Cisjordania —no una serie de cantones desconectados— y otorgarles a los palestinos alguna forma de soberanía en la zona de mayoría árabe en el este de Jerusalén, donde ya viven trescientos mil árabes (la AP también tendría que aceptar que su Estado se desmilitarice).

Esto les daría a los líderes árabes una justificación ante sus ciudadanos para apoyar un plan de Trump y les brindaría a los palestinos una razón para volver a negociar con él. También le diría al presidente estadounidense: si tu plan no incluye lo mínimo indispensable de un Estado palestino y algo de soberanía en los distritos árabes de Jerusalén, no te molestes en proponerlo, pues será rechazado antes de que lo pongas sobre la mesa en todo el mundo árabe, no solo en Cisjordania.

Si el equipo de Trump aceptara una iniciativa árabe-palestina como esa y la hiciera parte de su plan, también obligaría a Netanyahu a tomar algunas decisiones. Porque la verdad es que el primer ministro israelí no ha considerado en absoluto la cuestión de un Estado palestino ni la de su soberanía en Jerusalén, sino que ha logrado que no se note su obstinación por el boicot de los palestinos a las charlas.

Si el plan de Kushner y Trump incluyera los mínimos requerimientos árabes y palestinos, Netanyahu tendría que rechazarlo —exponiendo su verdadera postura— o prescindir de algunos de sus simpatizantes políticos de extrema derecha y formar un nuevo gobierno preparado para negociar en los términos de Estados Unidos. Definitivamente podría hacer eso último, si así lo quisiera.

“Los palestinos no desean perder su autoridad de gobierno en Cisjordania”, señala Dennis Ross, negociador veterano en el Medio Oriente. “Además, el gobierno de Trump e Israel no querrán que surja un vacío total en esa zona porque, ahí, todos los vacíos se llenan con algo peor”.

Un acuerdo entre los palestinos y los aliados árabes de Estados Unidos respecto de sus fundamentos mínimos para las negociaciones, añade Ross, les da a los palestinos una razón para regresar a la mesa y ejerce presión sobre el equipo de Trump para que ideen un plan creíble con el fin de no quedar mal por no estar actuando con seriedad. Además, “le da a Israel un socio y algunas decisiones cruciales que tomar”.

Pueden decir lo que quieran sobre Anwar Sadat, Menachem Begin y Jimmy Carter hace cuarenta años, pero llegaron a un punto en Camp David en el que solo había decisiones difíciles que tomar, las tomaron y se inclinaron por las adecuadas.

De nuevo estamos en un momento decisivo. Para los palestinos, se trata de elegir entre el nihilismo o el pacifismo. Para Israel, se trata de elegir entre separarse de los palestinos o tener que decidir entre binacionalismo y apartheid. Para Kushner y Trump, se trata de actuar con seriedad —y estar listos para adoptar una postura rígida con todos los involucrados, incluyendo a Israel— o no entrometerse.

Progresar hacia la paz requiere decirles la verdad a todos, convencerlos de ceder y no permitir que ninguno actúe insensatamente. ¿No están dispuestos a hacerlo? Entonces mejor sigan construyendo condominios y campos de golf.

Thomas L. Friedman es el columnista de opinión de asuntos exteriores. Comenzó a trabajar en The New York Times en 1981 y ha ganado tres Premios Pulitzer. Es el autor de siete libros, incluido From Beirut to Jerusalem, que ganó el National Book Award.

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