Los franceses, atrapados por su yo nacional

Por Alain Touraine, sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París. Traducción de News Clips (EL PAÍS, 11/11/05):

La sociedad francesa, desde hace 10 años, parece incapaz de cambiar de modelo cultural. Prejuicios republicanos contra agresividad comunitarista, éste es el bloqueo que hay que superar urgentemente.

En pocos años se ha producido en Francia un profundo cambio. Durante mucho tiempo se habló de la integración de los hijos o nietos de inmigrantes. Esta fase conoció tanto fracasos como éxitos, pero creó esperanzas duraderas. Desde hace por lo menos una década vivimos, al contrario, una fase de desintegración, marcada por el rechazo a los grupos minoritarios, por el cierre de éstos en una defensa comunitarista y por el creciente recurso a una violencia que traduce la incapacidad de la sociedad francesa para cambiar de modelo cultural. Este cambio en la situación ha sido tan rápido, que se ha percibido poco y mal. En el ámbito de la vivienda, el agotamiento del papel integrador de los pisos de alquiler moderado ha provocado una segregación cada vez mayor.

En lo que respecta al empleo, el paro golpea con más dureza a los jóvenes. Y existe una discriminación notoria contra los jóvenes surgidos de la inmigración. La escuela no ha sido capaz de reducir los obstáculos para la integración, porque su concepción de la enseñanza como algo separado de la educación -es decir, sin tener en cuenta las características psicológicas, sociales y culturales de cada individuo- desemboca, queramos o no, en no ayudar a quienes más lo necesitarían. Esta degradación es más marcada en Francia que en otros lugares. Por una parte porque la red de relaciones de proximidad se ha roto más completamente en Francia que en Italia o Alemania y, por otra parte, porque la integración siempre se ha pensado en términos más fuertes, lo que tiene muchos aspectos positivos pero también hace más grave la desintegración.

El republicanismo francés se identifica con el universalismo, lo que comporta la mayoría de las veces el rechazo o el considerar inferiores a los que son "diferentes". Estos obstáculos para la integración tienen causas profundas. Estamos lejos de haber borrado las huellas de un largo antifeminismo. Estamos marcados por una tradición colonial. También nos cuesta mucho entender que el islam, como bien dice la socióloga Nilnfer Göle, está en la modernidad y no encerrado por completo en un pasado premoderno.

El rechazo francés a las diferencias tiene también razones positivas: rechazo al comunitarismo y defensa de la ciudadanía. Estas posturas son muy mayoritarias en Francia; lo vimos en el momento del debate sobre la ley que prohibía en la escuela el velo islámico y los demás signos de pertenencia religiosa. Yo compartí esa postura y sigo defendiéndola. Pero este rechazo al comunitarismo debe ir unido al reconocimiento de las diferencias, es decir, al derecho de cada individuo a vivir en el respeto a su pertenencia cultural. En particular, a seguir asociando la libertad de las organizaciones religiosas y la libertad religiosa de los individuos.

Hay un serio riesgo de que las medidas de represión, que son responsabilidad del Estado, refuercen un discurso "sobre la seguridad", que hace aún más difícil la percepción de la realidad. Los franceses, por el contrario, necesitan reflexionar sobre las razones por las que están tan mal preparados para comprender la crisis actual, con lo que corren el riesgo de agravarla. Los individuos "desfavorecidos" necesitan que se cambie de actitud con respecto a ellos. Francia como sociedad puede convertirse en una amenaza para sí misma si no logra combinar integración y diferencias, universalismo y derechos culturales de cada uno, superando la oposición de un republicanismo cargado de prejuicios y de un comunitarismo cargado de agresividad.

Sin lugar a dudas, la mejora del empleo y el restablecimiento de las relaciones de proximidad son importantes. Pero las causas más profundas de la violencia y la desintegración se sitúan en un plano más general, el de la representación de la sociedad francesa por sí misma. Es necesario que, en todos los sectores de la vida nacional -desde la enseñanza a los servicios sociales, desde la policía a las autoridades municipales- se vuelva a poner en tela de juicio el ideal que los franceses han creado para sí mismos.

Ya no es aceptable pensar y actuar como si Francia fuera depositaria de valores universales, y tuviera derecho, en nombre de esta misión, a tratar como inferiores a quienes no se corresponden con este ideal nacional. La falsa conciencia de los franceses cuando hablan de sí mismos explica la débil apertura de la sociedad a las ciencias sociales. Sin embargo, por esta parte es por donde pueden llegar los análisis que ayuden a salir de este círculo vicioso de la exclusión, del cierre comunitario y de la represión.

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