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Los gallegos y las mujeres, según Sabino Arana (3)

Es fácil y habitual atacar a Sabino Arana por machista. Pero abordar así su figura tiene poco recorrido. Sus seguidores además están muy entrenados ya contra este tipo de ataques. Los esquivan muy fácilmente porque en la época del fundador, hace ahora 125 años, el ambiente era todavía bastante conservador, no solo en el País Vasco o España, sino en toda Europa. Hay muchas declaraciones de esa época, incluso de intelectuales de renombre, donde la mujer no sale muy bien parada para la mentalidad actual. Pensemos además en lo tarde que se introduce el voto femenino en toda Europa. En España en 1931.

Así que hay que afinar más para descubrir lo verdaderamente repulsivo del mensaje del fundador del nacionalismo vasco en relación con las mujeres. Sus seguidores piensan que lo único que debe contar hoy del mensaje nacionalista originario es su independentismo. De ese modo, contextualizan y disculpan la actitud de Sabino Arana hacia los inmigrantes y las mujeres como algo anecdótico o peculiar de su época y común al entorno conservador en el que se educó su líder político. Pero ese vergonzoso blanqueo solo es posible si tergiversamos el proceso de aparición del nacionalismo vasco.

En efecto, no es posible desvincular independentismo y ultraortodoxia religiosa, porque en Sabino Arana aquel es la consecuencia directa y necesaria de esta. El fundador del nacionalismo vasco pensaba que la sola presencia de inmigrantes españoles impedía que el vasco nativo alcanzara su salvación.

Esa convicción surgió de un individuo de finales del siglo XIX en el rincón vasco del norte de España, que es el país que más ha hecho en el mundo y en la historia por la defensa y propagación del catolicismo. Y es a partir de esa rareza extrema como hay que explicar todo lo atroz del mensaje sabiniano respecto de las relaciones de pareja o de su concepto de mujer. Porque en aquella época, es cierto, había más conservadores, misóginos y machistas que ahora, sin duda, pero de entre ellos solo a Sabino Arana se le ocurrió convertir eso en un programa político independentista.

Es por eso que sus típicas diatribas contra el baile “al agarrao”, que ya empezaba a verse como algo natural en las romerías y pueblos de aquella sociedad vasca de finales del siglo XIX (“causa náuseas el liviano, asqueroso y cínico abrazo de los dos sexos”), él las identificaba solo con lo español: “Al norte de Marruecos hay un pueblo cuyos bailes peculiares son indecentes hasta la fetidez”.

Por otra parte, ya sabemos en qué consideración tenía a los españoles como maquetos. Pues resulta que peor aún que los maquetos, o como subespecie inferior de los mismos, aparecen en Sabino Arana los gallegos. Esto tendrían que saberlo esos partidos galleguistas que celebran con el PNV los días de la patria vasca o gallega. Así como el presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, que se reúne de vez en cuando con el lehendakari Urkullu.

En el periódico Bizkaitarra hay un artículo titulado “La gallegada”, donde se ridiculiza que hubiera gallegos que tocaran el órgano en alguna iglesia vasca. Y en Baserritarra otro: “La banda duranguesa recorrió, por la noche, varias calles de Mundaka tocando la gallegada. Es admirable la paciencia de los mundakeses”. Y no lo decía en broma.

Los gallegos desagradaban mucho a Sabino Arana, por razones que no alcanzamos a comprender: “Los miserables que no aprecian en nada la sangre derramada por nuestros antepasados para legarnos una Bizkaya libre, han degenerado hasta el punto de parecer gallegos”. O qué me dicen de esta: “Va degenerando de tal suerte nuestra raza, que ya en muchos casos su proverbial altivez se convierte en el proverbial envilecimiento del gallego”.

Y por lo que respecta a las mujeres, Sabino Arana pasa de un extremo al otro. A la mujer vasca la considera la quintaesencia de la pureza de raza, como es el caso de su esposa, Nicolasa Achica-Allende, a la que convierte en Nikole Atxika, como si fuera una especie de trofeo étnico, después de comprobar que sus primeros 126 apellidos eran eusquéricos y de quitarle el Allende.

Pero si la ocasión iba de xenofobia, entonces metía a las mujeres y a los maquetos en el mismo saco y de allí podía salir cualquier cosa. Como esta noticia que da en su periódico Bizkaitarra, que es solo una muestra de otras del mismo tono y tema: “Un maketo llamado Martínez asesinó bárbaramente en Castrejana a un bizkaino llamado Arteche, siendo cómplice del crimen otro maketo cuyo nombre es Burcillo y la mujer del interfecto, también maketa. Y ¡corra la bola!”.

Su concepto de mujer lo utilizaba para insultar a los vascos que no se sumaban a su causa: “Se retraen en absoluto, cual vanas y cobardes mujerzuelas”. O a los candidatos de otros partidos, a los que les gustaba “figurar como vanas mujercillas”. O, en fin, al partido fundado por Fidel de Sagarmínaga –el liberal-fuerista–, al que considera “de cerebro flojo y corazón femenil, como el padre que lo engendró”.

Y es así como llegamos en Sabino Arana a una extraña fusión xenófoba y misógina, con gallegos y mujeres de por medio, cuyo cénit lo alcanza hablando precisamente de ese partido liberal-fuerista fundado por Sagarmínaga, a partir de la sociedad Euskalerria: “Los euskalerriacos, por el contrario, parece que se empeñan en buscar cinco pies al gato, y cuando están muchos reunidos, les da, como a los gallegos y a las mujeres, por desmandarse, y muy especialmente si tienen ya el sistema nervioso fortalecido y excitado por el estómago, para luego venir a arrepentirse tan pronto como se ven solos y vuelve su cerebro al estado normal.”

Y un ejemplo más de esta mezcla absurda e intolerable en la que vilipendia a la vez a los gallegos y a las mujeres la vemos en sus sarcásticos comentarios sobre el primer tomo de la Historia de Bizcaya, del carlista Labayru, recién editado entonces, donde criticando las ilustraciones, cada una por su título y autor, dice de una de ellas: “Tocados de mujeres baskas, por N. Dapousa: son cinco cabezas de mujeres gallegas con tocados de todos los países”. Los estereotipos vascos que le parecían mal reproducidos, por deformes o inapropiados –y lo hizo con alguno más de esta obra–, Sabino Arana los consideraba gallegos y lo ponía por escrito con total naturalidad.

Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV-EHU.

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