Los gestos vanos de G-20

Los veinte ministros de Hacienda y veinte banqueros centrales más importantes del mundo acudieron a Washington este mes desde todas las partes del planeta para conseguir –como era de prever– absolutamente nada.

El tema de la reciente reunión del G-20 fue “los desequilibrios mundiales”. Según el comunicado publicado por el grupo, la reunión se centró en la creación de un mecanismo para saber qué países del G-20 tienen “desequilibrios grandes y persistentes” y por qué. Esa delicada tarea analítica fue encomendada al Fondo Monetario Internacional, que ha de concluir su labor antes de la próxima reunión de los ministros, que se celebrará en octubre.

No hace falta un equipo de economistas del FMI precisamente para responder esas preguntas. Cualquiera que haya seguido un primer curso universitario de Economía no tendría dificultad para saber cuáles son los países con mayores superávits y déficits comerciales. Los Estados Unidos se llevan la palma con un déficit comercial de más de 650.000 millones de dólares en los doce últimos meses. Ningún otro país se acerca lo suficiente para recibir el segundo premio.

El indicador, más amplio, de la cuenta corriente (que comprende también el comercio de servicios y los ingresos netos resultantes de inversiones) confirma el destacado papel de los Estados Unidos: su déficit exterior asciende a casi 500.000 millones de dólares. Ningún otro país tiene más de 100.000 millones de dólares de déficit por cuenta corriente.

Aun cuando examinemos los déficits por cuenta corriente en relación con el PIB de los países, la proporción del 3,3 por ciento de los Estados Unidos supera la de casi todas las demás economías. El déficit combinado de los tres países que tienen una proporción mayor respecto del PIB asciende a menos de 70.000 millones de dólares: no es suficiente para que el G-20 les preste atención.

El país con el mayor superávit por cuenta corriente es –y no se trata de una sorpresa– China, con un saldo positivo de más de 300.000 millones de dólares. El Japón y Alemania son los únicos otros países cuyos superávits por cuenta corriente superan los 100.000 millones de dólares.

El superávit por cuenta corriente de China es el cuatro por ciento de su PIB. Varios productores de petróleo tienen grandes superávits relativos por cuenta corriente, que, combinados, superan el de China en términos absolutos y hay algunos otros países europeos y asiáticos con superávits relativos mayores por cuenta corriente, que, juntos, superan el de China.

Pero la decisión del G-20 de centrarse sólo en los países miembros que representan más del cinco por ciento de sus PIB combinados excluirá a esos países menores de los focos. Sólo China y los EE.UU. y tal vez Alemania y el Japón estarán en el centro del escenario.

Eso es lo que podemos decir sobre la nada difícil tarea de saber cuáles son los países con mayores desequilibrios, pero, ¿qué podemos decir sobre sus causas?

Todo estudiante de Economía sabe que el déficit por cuenta corriente de un país es la diferencia entre su inversión nacional (en equipo, estructuras y existencias empresariales) y su ahorro nacional (de las familias, las empresas y el Estado). No es una teoría ni una regularidad empírica. Es una consecuencia de las definiciones de las cuentas de resultados nacionales.

Los EE.UU. tienen un enorme déficit por cuenta corriente porque la falta de ahorro del Gobierno federal (es decir, el déficit fiscal) reduce el total de su ahorro nacional y lo contrario es aplicable a los superávits por cuenta corriente chinos, alemanes y japoneses. En cada uno de esos países, el nivel de ahorro nacional supera la inversión interior, por lo que sobra producción que exportar y fondos que prestar en el extranjero.

Así, pues, las medidas normativas necesarias para reducir los desequilibrios comerciales y por cuenta corriente son bastante claros. Los EE.UU. deben aumentar su tasa de ahorro nacional reduciendo su déficit presupuestario, que actualmente asciende al 10 por ciento del PIB. Por fortuna, ahora resulta clara la conveniencia de hacerlo para todos los encargados de la adopción de políticas en Washington y para la mayoría del público americano. Así empezará a ser cuando se acabe el “estímulo fiscal” en gran escala aplicado en 2009, se empiecen a aplicar reducciones de gasto y el crecimiento económico aporte más recaudación tributaria.

Cuando el Presidente Barack Obama asista a la cumbre de Jefes de Estado del G-20, que se celebrará en Cannes en noviembre, no cabe duda de que aceptará mayores reducciones del déficit presupuestario de los EE.UU, pero será una promesa vana: el Presidente de los EE.UU. tiene mucho menos control de la legislación que los jefes de gobierno de democracias parlamentarias como Gran Bretaña o de países como China y el poder de Obama es aún más limitado ahora, cuando su Partido Demócrata controla sólo una de las cámaras del Congreso de los EE.UU. La historia de las cumbres anteriores indica que el Presidente prometerá en Cannes sólo lo que ya ha propuesto en su país.

Naturalmente, los ministros y banqueros centrales del G-20 no están en condiciones de cambiar el comportamiento de los EE.UU ni de China, en cuyo plan quinquenal recién aprobado queda claro que reducirá el ahorro nacional al aumentar el gasto de los consumidores y también los desembolsos estatales para servicios como la atención de salud. Dicho de otro modo, China reducirá, por sus propios motivos nacionales, su superávit por cuenta corriente.

El mismo tipo de interés propio nacional que mueve a los chinos a estimular el gasto interior intervino cuando los dirigentes del G-20 se reunieron en Londres en abril de 2009 y acordaron adoptar medidas para estimular sus economías. Aquel acuerdo fue fácil de alcanzar, ya que interesaba a todos los países aumentar la demanda. El G-20 no hizo sino ratificar lo que iba a ocurrir en cualquier caso, pero, aun así, ahora los dirigentes del G-20 y los ministros de Hacienda señalan con orgullo lo que “lograron” en Londres.

Lo mismo es probable que ocurra en los próximos años, cuando los EE.UU. reduzcan su déficit fiscal y, por tanto, disminuyan su déficit por cuenta corriente, mientras China reduzca su ahorro nacional y, por tanto, disminuya su superávit por cuenta corriente. No cabe duda de que los dirigentes del G-20 se considerarán merecedores de reconocimiento por ese logro. Tal vez sea ésa la razón por la que les gusta reunirse.

Por Martin Feldstein, profesor de Economía en Harvard y expresidente del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Ronald Reagan y de la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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