Los Goya como síntoma

1.- Ha escrito uno tanto y durante tanto tiempo sobre el cine español que un nuevo encargo de este tipo me provoca el lógico miedo a la repetición. Esa misma repetición que percibo cada vez que oigo o leo comentarios sobre el descenso de espectadores, la uniformidad monocorde de nuestras películas -una cantinela tan mentirosa que sólo puede provenir de quien no ha visto ni el 1% de las películas españolas que se producen cada año-, los comentarios genéricos sobre el abuso de las subvenciones, el aburrimiento de la ceremonia de los Goya y ese largo etcétera de monsergas que muchas veces encubren intereses de propaganda política a costa del trabajo de cientos de profesionales a los que se mete en un mismo saco sin el mínimo pudor de matizar y concretar. Por todo ello, no quiero incidir en esas generalizaciones -algunas de las cuales tienen un punto de verdad-, sino apuntar algunos aspectos de la realidad del cine español de muy diversa índole, tomando las nominaciones a los Goya como referencia y como síntoma y reivindicando el derecho a una opinión propia que creo que me otorga el hecho de haber visto la totalidad de la producción española del año, a veces con gozo y otras, pasmado.

2.- Vaya por delante que el cine español es una industria -todo lo discutible que se quiera- pero que sigue produciendo más de 100 largometrajes al año e infinidad de cortometrajes, aunque en uno y otro caso la calidad no es uniforme, y que es una de las pocas cinematografías que ha mantenido una continuidad desde el nacimiento del invento hasta la actualidad. Los niveles de calidad no son superiores ni inferiores a los de cualquiera de las industrias europeas y esos resultados dependen de innumerables circunstancias. Hay, más o menos, un porcentaje similar de películas de calidad y de productos impresentables que en el cine francés, el italiano o incluso el americano. Dentro de esa producción, hay casi siempre notabilísimos trabajos técnicos, ideas novedosas o interpretaciones memorables. En el cine español hay no menos de 25 directores con una filmografía de interés que les avala -o les avalaría- para realizar excelentes proyectos. El relevo generacional se ha ido produciendo con una cadencia sorprendente y cada año aparecen nuevos autores y realizadores cuyo talento asoma desde su primera película, lo que no contradice mi idea de que la excesiva protección a las películas de nuevos realizadores ha provocado una inflación que parece imparable y la minifundización de la profesión de director. Creo que esas ayudas a los nuevos deben estar en función de la calidad de sus proyectos y no del hecho poco meritorio de su juventud y de carecer de curriculum. No parece lógico que desde el año 2000 hasta la fecha hayan debutado en el cine español más de 300 directores.

3.- La puesta en marcha de la nueva ley -felicitaciones a Fernando Lara que ha conseguido llevarla a buen fin con un consenso inhabitual e imprevisible- va a facilitar algunas cosas. Pero ya se sabe que las leyes no lo son todo y que una industria depende sobre todo de las personas que asumen la responsabilidad de las decisiones. El resultado del cine español depende fundamentalmente de que quienes deciden acierten al elegir los proyectos que se ponen en marcha, quiénes los escriben, quiénes los dirigen y los técnicos y actores que los van a levantar. Y ahí está el quid de la cuestión. Nunca ha habido en el cine español muchos productores sensatos, pero los ha habido tan brillantes e inteligentes como Elías Querejeta, Alfredo Matas, Emiliano Piedra, Luis Megino, José Vicuña o José Sámano y con tan acusado sentido de la comercialidad como José Luis Dibíldos o Pedro Masó, y ésta no es una cita exhaustiva. El caso especial del siempre polémico Andrés Vicente Gómez se salda con una abrumadora lista de títulos de indiscutible peso específico en las tres últimas décadas. Hoy en día las cosas siguen siendo similares y han aparecido empresarios con una concepción más moderna de la producción como Agustín Almodóvar, Gerardo Herrero, Fernando Bovaira, José María Morales o José Antonio Félez, y algunos otros, que conviven con productores con una sensibilidad más comercial como Julio Fernández, Eduardo Campoy o José Manuel Lorenzo. Y aunque olvidaré alguno, hay que reconocer que todos ellos han tenido aciertos incontestables y alguno con una continuidad envidiable.

3.- Pero hace tiempo que la entrada, siempre a regañadientes, de las cadenas de televisión en la financiación -por otro lado justa y necesaria- de las películas ha enrarecido notablemente esas tomas de decisión. Los productores se ven obligados a diseñar sus productos muy en función de los gustos de ejecutivos de las televisiones no siempre capacitados para distinguir entre lo que es una película y lo que es un producto televisivo. Se busca a menudo un nuevo realizador que avale la subvención ministerial, técnicos y actores oriundos que justifiquen la entrada de los gobiernos autonómicos en proyectos delirantes o simplemente localizaciones que no necesariamente sean las idóneas para el guión en marcha, pero que sirven de propaganda para el consejero de Turismo de turno. Algunos productores y directores recurren a estas habilidades con singular talento y consiguen torear a ejecutivos y políticos locales para alcanzar unos resultados convincentes. Véase al respecto la estupenda Oviedo Express de Gonzalo Suárez. Pero en la mayoría de las ocasiones esta situación da origen a un sinnúmero de películas ridículas, desastrosas e inestrenables.

4.- La prensa y la crítica tampoco ayudan mucho. Las revistas cinematográficas se dividen entre las que dedican la mayor parte de sus páginas a la difusión de las grandes producciones americanas y sus secciones críticas no distinguen unos productos de otros, de manera que una película como John Rambo puede merecer las mismas estrellas que una como Expiación, y minusvaloran cualquier producto europeo o desprecian cualquier forma de experimentación, y las que por el contrario sólo aprecian esa experimentación -por banal y obvia que sea-, ensalzan la deconstrucción y niegan la posibilidad de supervivencia de la narración, lo que conduce a la descalificación agresiva de excelentes películas «no experimentales» como ha ocurrido con dos de las mejores películas de este año: Las trece rosas y Siete mesas de billar francés. La agrupación de las críticas e informaciones cinematográficas en los periódicos de los viernes hacen que la presencia del cine en sus páginas no tenga la lógica continuidad deseable y en algunos medios la reducción del espacio de las críticas las convierten en meras gacetillas. Los tertulianos se despachan frecuentemente con diatribas contra el cine español en general y contra algunos de sus profesionales en particular cada vez que les viene en gana, sin la menor objetividad ni conocimiento de causa. Pongo por caso: se puede no estar de acuerdo con unas declaraciones políticas de Federico Luppi, sin por ello dejar de reconocer que es uno de los mejores actores del mundo. Se puede pensar que Javier Bardem está muy bien en Los lunes al sol y muy mal en El amor en tiempos del cólera, al margen de que uno comulgue o no con sus manifestaciones como ciudadano. Finalmente, choca que los telediarios difundan tanta información -publicidad indirecta- de películas americanas y que prácticamente jamás lo hagan con una película europea.

5.- Desde mi punto de vista, la realidad del cine español hay que juzgarla a la luz de las películas que se hacen. De su calidad intrínseca, que por supuesto siempre es opinable, pero también susceptible de razonamiento, o de la adecuación de los resultados a los fines. A mí me gusta mucho más La soledad que El orfanato, pero eso no quiere decir que la película de Bayona no haya cumplido con creces sus objetivos ni que la de Rosales no sea una obra maestra. El hecho de que la ceremonia de los Goya pueda aburrir a unos y divertir a otros y que los métodos de votación sean discutibles no quita para reconocer que estos premios ayudan a la taquilla de las películas seleccionadas y premiadas y que a lo largo de su historia casi siempre han estado nominadas las películas más representativas del año.

6.- En las nominaciones de este año ha vuelto a ocurrir. Tiene sentido que cualquiera de las cuatro (La soledad, Las trece rosas, Siete mesas de billar francés y El orfanato) estén en la terna. Yo habría metido también En la ciudad de Sylvia, REC, El prado de las estrellas, La influencia o Mujeres en el parque, pero obviamente todas no cabían. Eso sólo quiere decir que a mi entender este año hay ocho excelentes películas españolas y que reconozco la perfección técnica y comercial de la película de Bayona. A eso hay que sumar debuts tan prometedores como Pudor, Ladrones, Yo, Bosque de sombras, Lo mejor de mí, La caja o Bajo las estrellas, y algunas películas tan buenas como Oviedo Express, La caja Kovak, Lola y Barcelona, un mapa, así como documentales tan estupendos como Fados o ¿Qué tienes debajo del sombrero? Un panorama nada desconsolador que habría que contraponer con unas cuantas películas horrorosas que me permitiré no citar.

7.- Los trabajos de los profesionales nominados son en general sobresalientes y debo confesar que a la hora de votar la elección de unos sobre otros -en la que empleé más de tres horas- me resultó costosa. No sé quién va a ganar, pero en la mayoría de los apartados, gane quien gane, no me parecerá del todo mal. Me han extrañado ausencias, especialmente las de Sonia Almarcha, Elvira Mínguez, Carmelo Gómez, Blanca Apilánez, Josep María Pou y Jesús Castejón, pero la verdad es que tampoco sabría a quién sacar de las ternas para meterlos a ellos.

8.- De los cortometrajes, ¿qué quieren que les diga? La Academia ha nominado Padam de José Manuel Carrasco y Atención al cliente de Marcos Valín y David Alonso. Son los brillantes trabajos de fin de carrera de tres alumnos míos de la ECAM y de sus compañeros de las otras especialidades. Espero que me comprendan y que acepten que quiero que ganen sobre todas las cosas. Hasta yo, que voy de «objetivo» por la vida, tengo mis debilidades.

Fernando Méndez-Leite, director de la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de Madrid.