Los Goya y una bandada de pájaros

Cualquiera puede jugar a los detectives con el cine español... Llega uno al lugar de los hechos, la noche de los Goya, y, tras acordonar la zona y encender un pitillo, puede comenzar la investigación: ahí está todo para los ojos que quieran y sepan verlo. El cine español es un termómetro de sí mismo y un espejo cóncavo de todo lo demás, hasta el extremo de que se podría hacer un diagnóstico preciso de los achaques y dolencias de la sociedad española midiéndole la temperatura al pecho de su cine.

Todo lo que ocurre en la ceremonia de los premios Goya, aquello que se ve, lo que no se ve, lo que se dice, lo que se calla, lo que se premia y lo que se ignora..., todo, son destellos, indicios y hasta síntomas de lo que le sucede al presente del cine: sus tribulaciones, sus anhelos, sus complejos, reclamaciones, intenciones, logros, carencias y ruegos quedan expuestos con el impudor de quien sale al balcón a gritarle al mundo. Los síntomas, la enfermedad, su curación o no..., todo es parte del espectáculo.

Antes de analizar las pruebas en el laboratorio, veamos lo peculiar del mundo del cine, o al menos del mundo del cine español, formado por ilustres individuos, muchos de ellos artistas singularísimos, personalidades inclasificables, irrepetibles, difíciles de encauzar o dirigir..., auténticos capitanes de su destino, que diría Mandela, o que diría Eastwood que diría Mandela... Pues, ese mundo de personalidades únicas y creativas es capaz de moverse tan al unísono como la percusión de la Filarmónica de Berlín. Cada año, con la puntualidad de un lord de los de antes, llega «la forma» que le corresponda a todo el cine español, y nos la muestran en la gala de los Goya.

Sí, el cine español es, con todos los respetos, como esas bandadas enormes de aves que hacen formas curiosas mientras vuelan..., desde nuestros ojos no vemos miles de aves, sino la figura gigante y cambiante que adquieren en el cielo. Bandada de aves o banco de peces, pues, para que lo entiendan mejor los niños que lean Terceras, se puede poner el ejemplo de «Buscando a Nemo», esa escena en la que el padre de Nemo y Dory (el pez con memoria de pez) se cruzan con un banco de peces que se entretienen imitándo a personajes diversos... Entiéndase: nadie en el cine español es un boquerón, pero la cofradía, hermandad o como queramos verlo, se nos presentan durante esa noche como si fueran un banco de boquerones o una bandada de alondras.

Y estamos de nuevo en el lugar de los hechos, una ceremonia ejemplar y emocionante la que nos brindó a todos los espectadores nuestro mundo del cine, más elegante y guapo que nunca, aunque también más sencillo y humilde, y tan unido entre sí que apenas si se le notaban las tramas. No hubo ni reproches, ni súplicas y plegarias a su público, sino todo lo contrario, agradecimiento por haber estado allá donde se le necesitaba, en la taquilla. El presidente de la Academia, Álex de la Iglesia, dirigió durante unos instantes el vuelo de la bandada con un vistosísimo movimiento: el público, este año, nos ha dado una oportunidad, aprovechémosla, vino a decirle a la sala.

He aquí una nueva forma: el cine español mira a su público, en vez de contarlo. Y aún sin analizar con detalle las pruebas, se puede deducir que la noche de los Goya era en esta ocasión también para el público con sólo ver quiénes fueron los que consiguieron los premios. Daniel Monzón, igual que su gran contrincante, Alejandro Amenábar, e igual, también, que Juan José Campanella son cineastas que miran siempre de frente al público, y que así, también de ese modo, buscan masivamente su mirada. Y las palabras de Daniel Monzón, ganador del Goya al mejor director y también el de mejor película por «Celda 211», eran iluminadas, o iluminadoras, en este sentido, pues admitió que el público había hecho buena su película y a él en pleno le remitió el premio. Algunos pensarán que esto no son más que palabras, pero me gustaría insistir en todo lo que llevo escrito hasta ahora: son formas, las formas al unísono que nos envía nuestro banco o bandada de cineastas.

Sobre esta relación tan singular, tan íntima, que se establece (o no) entre el artista y quien le mira, se arrojan más tópicos que monedas a la Fontana de Trevi, y uno de los más recurrentes, celebrados (y falsos) es ése de que el artista, y especialmente el cineasta, siempre quiere dirigirse a cuanta más gente mejor. Parece lógico este lugar común, pero, sorprendentemente, no ocurre así: existe una considerable nómina de directores de cine, que evito detallar, que no sólo no pretenden ser admirados por la inmensa mayoría del público, sino que tal cosa les preocuparía profundamente. Tal vez haya un modo mejor de decirlo, algún eufemismo, pero ahora no se me ocurre más que este modo: desprecio al público que va precedido por la palabra «gran». Lo cual, en cierto modo, es comprensible, y que se tomen precauciones vistas las tendencias del «gran» público en asuntos como la televisión.

Grande, mediano o pequeño, el público pudo tener durante la noche del Goya la sensación de que el cine español quería poseerlo, conquistarlo, pero no por la fuerza (trae) sino mediante la seducción (toma), y yo no sé que pensarán los otros millones de público (y no hace falta decirlo, los del público también somos una bandada de pájaros y un banco de peces que nos movemos misteriosamente al unísono) pero personalmente me pareció una posibilidad tan nueva como atractiva: dejarme seducir por un cautivador y fascinante cine español. Este año, tan bien trajeado, tan relimpio y atento y espectacular, el cine español ha empezado a cortejar a su público con películas como las que se citaron allí esa noche, las que ganaron más y las que ganaron menos, o nada, títulos como «Celda 211», «Agora», «Planet 51», «Tres días con la familia», «El secreto de tus ojos», «El baile de la victoria», «Pagafantas», «Yo también»...

La emotiva no presencia de Antonio Mercero; la palpitante y turbadora si presencia de Pedro Almodóvar; el conmovedor, insistente e íntimo canto a los muy suyos de los premiados; el elogio elegante y emocional a la presencia de la pareja, de pe a pa, con especial sombrerazo al requiebro de Lola Dueñas a Pablo Pineda, y de Luis Tosar a Marta Etura; esa fascinación y buen uso por la gran frase sobre el cine hecha mármol por algunos de los mas grandes genios de este negocio, o arte, como Berlanga, Azcona, Buñuel o Borau... Definitsivamente, el cine español ha cambiado en pleno vuelo de forma... Quiero decir, de formas. Esto va a ser culpa de la Iglesia.

E. Rodríguez Marchante, crítico de cine.