Los ‘héroes’ de la gran guerra comercial estadounidense

Manifestantes en Londres el año pasado con una figura inflable del presidente estadounidense, Donald Trump, apodada Bebé Trump. Credit Chris J Ratcliffe/Getty Images
Manifestantes en Londres el año pasado con una figura inflable del presidente estadounidense, Donald Trump, apodada Bebé Trump. Credit Chris J Ratcliffe/Getty Images

Me gustaría hacer un anuncio importante para el sector minorista de Nueva York: NUEVA JERSEY HA ACEPTADO COMENZAR A COMPRARLES DE INMEDIATO GRANDES CANTIDADES DE ENSALADA DE PESCADO BLANCO A ESOS GRANDES PATRIOTAS, NUESTROS MERCADOS GOURMET.

Perdón, ¿qué dicen? ¿Que no existe ese acuerdo? ¿Que Nueva Jersey ni siquiera cuenta con un mecanismo de compra centralizado de productos alimentarios? ¡Noticias falsas! ¡Es una conspiración del Estado profundo!

Bueno, ya vamos a detenernos, ya saben que no es en serio. Lo malo es que Donald Trump sí hablaba en serio cuando tuiteó este mensaje: “¡MÉXICO HA ACEPTADO COMENZAR A COMPRARLES DE INMEDIATO GRANDES CANTIDADES DE PRODUCTOS AGRÍCOLAS A ESOS GRANDES PATRIOTAS QUE SON NUESTROS GRANJEROS!”.

Este tuit hace pensar de inmediato en dos preguntas:

1. ¿Por qué, al igual que muchos otros tuits de Trump, este mensaje suena como una muy mala traducción de un texto escrito originalmente en ruso?

2. ¿De qué diablos habla?

Después de todo, el anuncio del convenio no mencionó ni por equivocación los productos agrícolas. Además, si bien México es un comprador importante de productos agrícolas estadounidenses, también es una economía de mercado: quienes deciden cuánto maíz le comprará México a Iowa cada año son las empresas privadas, no los funcionarios de gobierno.

En mi humilde opinión, lo único que se me ocurre para explicar esas palabras es que quizá Trump recordó vagamente las disposiciones de un pacto comercial que no concretó con China y que, según él, incluía el compromiso de ese país de comprar 5 millones de toneladas de soya estadounidense. Si estoy en lo correcto, Trump confundió a México con China y además se le olvidó que las conversaciones con China ya se suspendieron. Es inquietante pensar que alguien capaz de iniciar un conflicto nuclear con solo presionar un botón tenga esa clase de confusiones, pero en fin.

Por ahora, olvidemos el tema del estado mental de Trump y limitémonos a pensar cuánto debilitan situaciones parecidas al enfrentamiento con México la posición de Estados Unidos en el mundo.

Sin duda, para que un país sea una gran potencia necesita contar con los cimientos fundamentales para el poder: una gran economía y un ejército de talla suficiente para que se le considere una fuerza importante. Sin embargo, también es necesario ser una nación a la que los demás puedan tomar en serio, que además de respetar sus promesas cumpla sus amenazas.

Así que reflexionemos acerca de lo que acaba de pasar.

En primer lugar, Trump negoció hace poco un tratado comercial con México (apenas diferente del convenio anterior, que Trump describió como el “peor de la historia”, pero no ahondemos en ese asunto por ahora). Los países suscriben tratados comerciales porque se supone que les dan certidumbre. El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), al igual que el TLCAN, constituye una promesa de los tres participantes de que se abstendrán de imponer de manera arbitraria nuevas barreras al comercio transfronterizo.

Trump decidió amenazar a México con nuevos aranceles, no por alguna violación a sus convenios comerciales, sino porque no le gustaba algo que sucedía en la frontera, una situación que no tenía ninguna relación con la política comercial. Así que, en la práctica, parece que el T-MEC es una promesa solemne del gobierno estadounidense de abstenerse de imponer aranceles a los productos mexicanos… a menos que se le antoje hacerlo.

Si eso ganas por llegar a un acuerdo con Estados Unidos, ¿qué caso tiene tomarse la molestia?

Después, con todo y la letanía de advertencias funestas sobre lo que ocurriría si México no le daba a Trump lo que quería, el presidente estadounidense parece que se echó para atrás a cambio de una declaración de México de que hará al pie de la letra lo que ya había prometido hacer antes de las amenazas.

Ahora, las empresas están muy complacidas de que no haya procedido con la guerra comercial. Por desgracia, da la impresión de que las amenazas de Trump valen casi lo mismo que sus promesas: no existe ningún motivo en particular para creer que en realidad va a cumplirlas.

Lo único seguro es que, independientemente de lo que ocurra, Trump gritará a los cuatro vientos que alcanzó una gran victoria.

En el caso del conflicto con México es posible que esto no parezca muy negativo. Sin embargo, debemos pensar en las posibles consecuencias de que los líderes extranjeros sepan que el presidente de Estados Unidos:

(a) es ingenuo,
(b) es muy influenciable con solo hacerle algunos halagos y
(c) está dispuesto a cantar victoria, pero de ninguna manera se permitirá admitir que en realidad no logró nada significativo.

En esencia, Estados Unidos ha quedado como un bobalicón sistemático. Basta organizar una cumbre, halagar la vanidad de Trump, dejarlo que publique un comunicado en el que anuncie algún logro impresionante y, entonces, ya puedes hacer lo que planeabas desde un principio. Un ejemplo claro es el dirigente de Corea del Norte, Kim Jong-un, quien engañó a Trump haciéndole creer que había hecho concesiones enormes, pero no dejó de fortalecer su capacidad de lanzar ataques nucleares y encima Trump lo elogia ante las miradas horrorizadas de nuestros aliados.

Repito, no niego que es bueno que, al parecer, hayamos evitado una guerra comercial con México por ahora. Sin embargo, todo parece indicar que la guerra comercial con China sigue en pie. Por otra parte, me preocupa la confrontación con Europa, en parte porque las naciones europeas son democracias con prensas libres, así que es más difícil que le concedan a Trump el tipo de victorias imaginarias que tanto desea.

En todo caso, la moraleja del fiasco con México es que Estados Unidos ahora goza de mucha menor credibilidad y menos respeto que hace solo unas semanas. Lo peor es que es muy probable que la situación siga empeorando.

Paul Krugman ha sido columnista de la sección de Opinión de The New York Times desde 2000. Es profesor distinguido de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y en 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Ciencias Económicas por sus trabajos sobre el comercio internacional y la geografía económica.

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