Los hijos de Berdolé

Dentro de nuestra bamboleante y frágil democracia, históricamente atravesada por una férrea dictadura durante cuarenta años, el centenario PSOE ha representado, en la medida de sus fuerzas y en un contexto político poco estimulante, al partido izquierdista creíble y responsable. En las primeras décadas del siglo XX avanzó con constancia y seriedad hasta el primer plano, de la mano de dirigentes como Besteiro, Prieto y De los Ríos, y en las últimas décadas de la misma centuria se configuró como el partido español por antonomasia y protagonizó el renacimiento democrático en nuestro país, bajo la guía de conductores como González, Solana, Borrell o Pérez Rubalcaba. Mucho y bueno puede mostrar a lo largo de su historia y poco pueden enseñarle quienes ayer mismo nacieron.

Es el caso del recién nacido Podemos. Surgió hace menos de un lustro al calor del entusiasmo juvenil indignado del 15-M, igual que ha ocurrido en otros lugares, supone un esfuerzo político particularmente difícil y hasta esotérico: nada más y nada menos que aunar y mezclar en un mismo partido dos fuerzas políticas seculares que siempre estuvieron a la greña, el marxismo y el anarquismo. Empresa difícil, quizá imposible, pero intentada con celo, entrega y voluntad por un grupo de ilusionados jóvenes profesores.

Hasta aquí nada que objetar. Como el mundo físico, el mundo político tiene también, de vez en cuando, erupciones, tempestades y seísmos que presionan al statu quo, difunden nuevas ideas e intentan la práctica de modos políticos inéditos, radicales y mutadores a fondo. Podemos tiene pleno derecho a ello y está políticamente legitimado para acometer el asalto a la izquierda tradicional socialdemócrata, predicar nuevos formatos progresistas, buscar su lugar al sol, tensionar a la macilenta democracia española e intentar la sustitución del PSOE en la parte izquierda del espectro político de nuestro país. Así funcionan las cosas desde siempre en ese mundo agitado y dinámico de la política.

Pero una cosa es ello, y otra, particularmente diferente, el propósito inmaduro, precipitado y temerario de arrogarse de entrada el protagonismo gratuito de esa misma izquierda, colocar al PSOE en posición subordinada y, en lugar de aprender de él en lo bueno y apartarse en lo malo, decidir de facto y unilateralmente su reemplazo, sustituir su posición cimera y someterlo a una catarata de consejos, advertencias, amenazas y señalamientos que no están en condiciones de formular y mucho menos de imponer, máxime cuando son los responsables directos de que el PSOE no ostentase la presidencia del Gobierno al votar no en la investidura de Pedro Sánchez en marzo de 2016. El PSOE de la hora presente tiene graves defectos e insuficiencias que dificultan sobremanera su reconquistado poder, pero Podemos, que en su corta trayectoria partidista está mostrando un grado de descomposición y de desorientación alarmante, no está en condiciones, ni mucho menos, de erigirse en maestro político de los socialistas, de indicarles por dónde deben caminar y de mostrarles cómo y cuándo han de tomar las grandes decisiones estratégicas. Esa es una arrogancia que no están legitimados para asumirla y que el PSOE no puede permitir impertérrito. Enseñar a gobernar al PSOE por parte de Podemos parece dar entrada al juego del viejo dicho altoaragonés: «los hijos de Berdolé que le querían enseñar a su padre a…».

Ángel Cristóbal Montes, catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza.

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