Los hombrecitos verdes del Kremlin

Hace cinco años este mes, una escuadrilla de “hombrecitos verdes” (soldados sin ninguna insignia nacional) tomó el control de una estación de policía en Sloviansk, una pequeña ciudad del óblast de Donetsk en el este de Ucrania. Así empezó la segunda etapa de la campaña de Rusia para desmembrar a Ucrania, después de su ilegal anexión de Crimea en marzo de aquel año. Como dejaron en claro las declaraciones mismas del Kremlin en aquel tiempo, el objetivo de Rusia era establecer un miniestado semiindependiente (“Novorossiya” o “Nueva Rusia”) en el sur de Ucrania y reducir el resto del país a una suerte de Gran Galitzia.

Los insurgentes pro-Kremlin eran una extraña mezcla de exaltados nacionalistas y “voluntarios” de las fuerzas especiales rusas. Aunque Rusia les suministró “ayuda humanitaria” y armamentos de avanzada, la expectativa era que movilizaran el apoyo popular al plan de creación de Novorossiya hasta hacerlo realidad.

Pero Ucrania no se rindió. Tras una elección presidencial en mayo de 2014, empezó a rechazar a los invasores y restaurar el orden. Para salvar al menos una parte de sus conquistas, el presidente ruso Vladimir Putin desplegó fuerzas regulares del ejército ruso en Ucrania. Y en septiembre, un acuerdo político negociado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (el Protocolo de Minsk) congeló básicamente la situación vigente, con el trazado de líneas entre brigadas de tanques enfrentadas.

Los hechos que llevaron al conflicto habían comenzado el verano (boreal) anterior, cuando el Kremlin aumentó la presión sobre el gobierno ucraniano para que abandonara las negociaciones para un tratado de asociación y libre comercio con la Unión Europea. Decidido a impedir que otro vecino más profundizara sus lazos con Occidente, Putin quiso obligar a Ucrania a integrarse a una unión aduanera con Rusia, dentro de un plan para establecer una Unión Eurasiática como contrapeso a la UE.

La campaña de presión del Kremlin pasó en menos de un año de sanciones comerciales, incentivos financieros e intervenciones políticas a la agresión militar declarada. Pero seis años después, es evidente que nada de eso funcionó. Aunque Ucrania todavía tiene el 7% de su territorio ocupado por fuerzas con respaldo del Kremlin y enfrenta altos costos de defensa y humanitarios (relacionados con el desplazamiento de millones de personas), hizo notables avances en una variedad de frentes. Ya tiene un sólido tratado de asociación y libre comercio con la UE. Tras unas amplias reformas económicas, su economía comienza a despegar. Y acaba de concluir la primera ronda de una elección presidencial acorde con los estrictos criterios europeos de libertad e imparcialidad.

Parte del mérito es de la UE. Hace ya una década lanzó la iniciativa Asociación Oriental, que estableció un marco más confiable para la cooperación del bloque con Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia, Moldavia y Ucrania. Cabe recordar que esta iniciativa fue en parte una respuesta a la invasión rusa de Georgia en 2008, cuando el Kremlin intentó desmembrar ese país mediante el reconocimiento de Osetia del Sur y Abjasia como estados independientes. Finalmente, ni siquiera los aliados más cercanos de Rusia quisieron reconocer esos territorios ocupados o legitimar la invasión. Y Georgia no sólo sobrevivió (en buena medida gracias a la UE) sino que desde entonces ha celebrado dos elecciones presidenciales imparciales.

Es verdad que el principal motor de la Asociación Oriental fue el deseo expresado por vecinos de Rusia en el este de Europa y el sur del Cáucaso de reforzar vínculos con la UE. Pero aun así, la iniciativa nunca fue una amenaza a los acuerdos previos con Rusia de los países participantes: los que tenían un tratado de libre comercio con Moscú también podían tenerlo con la UE.

De todos modos, los países de Europa oriental que no pertenecen a la UE todavía tienen serias cuestiones económicas y de seguridad que resolver. Todos deben esforzarse más en combatir la corrupción, garantizar el Estado de Derecho y abrir sus economías. Y obviamente, hay que resolver los conflictos congelados o semicongelados en Georgia y Ucrania, así como los que involucran a Transnistria y Moldavia, y el que enfrenta a Armenia con Azerbaiyán por la región de Nagorno-Karabaj.

Pero lo importante es que se preservó la independencia de todos los “socios orientales”. Y aunque las trayectorias locales de países como Azerbaiyán y Bielorrusia son muy diferentes, todos siguen en camino hacia la democracia.

Esto es una victoria notable para la UE, en vista de los enormes esfuerzos que ha hecho el Kremlin para torcer el rumbo de esos países. Hoy una bandera ucraniana ondea en Sloviansk, y es probable que los hombrecitos verdes que condujeron el ataque a su estación de policía hace cinco años estén de vuelta en Moscú, borrachos, frustrados y preguntándose si valió la pena.

Carl Bildt was Sweden’s foreign minister from 2006 to October 2014 and Prime Minister from 1991 to 1994, when he negotiated Sweden’s EU accession. A renowned international diplomat, he served as EU Special Envoy to the Former Yugoslavia, High Representative for Bosnia and Herzegovina, UN Special Envoy to the Balkans, and Co-Chairman of the Dayton Peace Conference. He is Co-Chair of the European Council on Foreign Relations. Traducción: Esteban Flamini.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *