Los hombres que no aman a las mujeres

María captaba hombres a través del chat privado de Instagram y se citaba con ellos en hoteles. Se lo enseño su íntima amiga cuando le contó que necesitaba dinero.

En menos de un mes, fue ella misma la captada por uno de esos supuestos clientes y obligada a ejercer en un piso junto con otras mujeres. En ese lugar, ella era la más demandada de todas, no en vano, esta joven madrileña, tenía tan solo 17 años.

María necesitaba el dinero para mantenerse y cuidar de su hermana pequeña con la que ejercía el rol de madre, porque la suya no se ocupaba de ellas y su padre hacía años que, tras la última paliza a su progenitora, había desaparecido de la vida de las tres.

María llego a la asociación especializada en trata sexual a pedir ayuda, con la única compañía de su miedo. Decía que la seguía un hombre desde que se había escapado del piso y recibía amenazas veladas a través de WhatsApp. La joven tenía las pupilas muy dilatadas, seguramente de haber consumido alguna sustancia tóxica y lloraba desconsolada mientras pedía ayuda a la trabajadora social.

Como recuerdo de su paso por ese espacio invisible de prostitución, la menor tenía una ETS y un embarazo no deseado. Necesitaba abortar. Vomitar de sus entrañas el pequeño saco de violaciones con piel de ser humano al que hubiera sido difícil escuchar el latido del corazón dado el estruendo del órgano de María, que galopaba a gran velocidad a causa del miedo, el estrés, la preocupación y la vergüenza.

Lo normal en estos casos es que la trabajadora social inicie un protocolo que pasa, en primer lugar, por acompañar a la víctima a un recurso sanitario especializado. Y me pregunto, ¿no hubiera sido mejor que la hubieran acompañado de regreso al piso donde la prostituían?, donde había sido sobada, chupada y poseída, para que todos esos “clientes” que la habían obligado a mantener sexo sin preservativos (algo muy normal en prostitución) y a consumir drogas con ellos, uno a uno y con gran delicadeza, apoyaran el oído sobre el vientre aún no muy abultado de María y escucharan los latidos provenientes del interior.

Quizá, con suerte, alguno de estos hombres comprometidos con ellos mismos se hubiera enternecido del feto latiente y se hubiera prestado de buen grado a la crianza, manutención, educación... de por vida, del producto de sus agresiones sexuales pagadas a los proxenetas, evitando, con este gesto, la necesidad de que la joven abortara. Claro que ante la negativa de tan gentiles hombres, María podría abortar en nuestro país sin tener que poner en grave peligro su vida… Una suerte muy distinta de la que corrió la pobre Sofía, que también llego a esta misma asociación, en su caso, derivada por la Policía Nacional.

A Sofía, paraguaya, la violó su vecino cuando tenía 13 años y la obligaron a dar a luz. Ahí se truncó su vida para siempre. Apenas recién abandonadas sus muñecas, ya cambiaba los pañales de un hijo no deseado.

En Paraguay, como en muchos otros países, los hombres que no aman a las mujeres deciden sobre las vidas, los cuerpos y la sexualidad del sexo femenino, al que consideran inferior. En ningún caso como los hombres, sujetos de pleno derecho. Se condena incluso a las niñas sobrevivientes de violación. Y esto incide directamente en la captación de mujeres y menores para el mercado prostitucional.

Paraguay es la segunda nacionalidad (detrás de Rumania) de mujeres víctimas de trata sexual en España. No es casualidad que la mayoría de las mujeres captadas en ese país son muy jóvenes y con hijos menores a su cargo. Nada hace más vulnerable que esta situación. Sin herramientas ni recursos aceptan el ofrecimiento para venir a este lado del charco, bien con el engaño de un trabajo en hostelería o bien directamente para la prostitución. Y, aunque no lo hayan hecho antes, ¿acaso tienen otra alternativa?

Sofía, como muchas de sus compatriotas, aceptó venir a España para tener una oportunidad para ella y para ese hijo dejado al cuidado de su familia en su país. Sus padres utilizaban al menor como rehén para que Sofía les enviara más y más dinero. Así, víctima de la codicia de proxenetas y familiares, sobrevivía en cautiverio en el mismo lugar donde fue explotada sexualmente durante meses. Pero si hubiera decidido abortar en su pequeño pueblo del interior de Paraguay, igualmente habría estado privada de libertad, porque, a pesar de ser violada, de los riesgos de un embarazo en una niña de tan solo 13 años, cuyo cuerpo aún no estaba totalmente desarrollado, la pena sería de hasta cinco años de cárcel. O, peor aún, quizá Sofía hubiera muerto en el intento, como tantas otras menores condenadas por los hombres que no aman a las mujeres.

Mabel Lozano es directora de cine social.

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