Los homosexuales y el Ejército de EEUU

El presidente Obama debe de estar tentado de responder a sus críticos progresistas con una cita del rapero de la vieja escuela Kool Moe Dee: «¿Ya no soy tan molón?».

La derogación, tras una histórica votación en el Senado, de la intolerante y anacrónica política militar don't ask, don't tell relativa a los homosexuales en el ejército -una promesa de campaña que parecía escapársele de su alcance- no enmienda la relación entre Obama y el ala de izquierdas del Partido Demócrata. Pero es un estupendo punto de partida. Los progresistas necesitaban una victoria clara y contundente con la que aliviar el prurito de aquellas bajadas tributarias ampliadas a las rentas altas.

La Casa Blanca estaba segura de que derogar la discriminatoria legislación, y permitir que los homosexuales formen parte de las Fuerzas Armadas haciendo pública su orientación, iba a exigir contar con el apoyo de los galones del Pentágono. La cúpula militar tenía que apoyar el cambio, o por lo menos aceptarlo. De manera que la Casa Blanca se ha pasado meses haciendo alarde de que el secretario de Defensa Robert Gates suscribe íntegramente el final de la don't ask, don't tell y que los mandos de las distintas secciones implantarían el cambio. Una parte clave de esta minuciosa estrategia fue el estudio realizado por el Pentágono sobre el impacto que tendría la supresión de la ley que discrimina a los gays en el Ejército. Y la conclusión esencial es que no ocurrirá nada.

El estudio incluyó un sondeo según el cual las dos terceras partes de los militares en activo se muestran seguras de que poner fin a la política tendrá efectos positivos o neutrales. Más significativa es la descripción que hace el estudio de la experiencia de los ejércitos británico, canadiense y australiano, que alteraron sus reglamentos y permitieron a gays y lesbianas formar parte del ejército haciendo pública su condición. ¿Qué pasó? Nada en absoluto.

«De manera uniforme, estas naciones dieron parte de no tener constancia de alguna unidad que registrara degradación alguna de la cohesión o de la eficacia en combate, ni de que la presencia de gays y lesbianas en el combate hubiera sido planteada como motivo de polémica por ninguna de las unidades desplegadas en Irak o Afganistán» apunta el estudio. Ninguno de los países restantes tuvo problemas de reclutamiento o instrucción. El cambio resultó ser inocuo.

Los detractores de poner fin a la don't ask, don't tell, incluyendo al senador John McCain, habían insistido en que el Congreso no actuara hasta que el estudio del Pentágono hubiera finalizado. Cuando por fin vio la luz, empezaron puntualmente a cambiar las condiciones, exigiendo la celebración de más vistas y más comparecencias. Parecían querer agotar el tiempo hasta que se forme el nuevo Congreso, que será mucho más conservador.

Pero entonces Joe Liebermany Susan Co-llins llegaron al rescate. He sido un crítico feroz de Lieberman en el pasado, y sospecho que tendré ocasión de ser igualmente crítico con él en el futuro. Pero con la tramitación de la don't ask, don't tell ha sido fantástico. A veces parece que Lieberman, legislador independiente, se deleita sacando de quicio a los demócratas de izquierdas, pero en cuestiones sociales sigue teniendo un agudo sentido de la justicia y la igualdad. Su trayectoria demostrada como militarista en cuestiones de defensa le da la credibilidad para sacar adelante este cambio. Y lo sacó, hasta cuando todo parecía perdido.

Y en cuanto a Collins, me pregunto a menudo cómo se la puede llamar conservadora cuando de forma segura se alinea con la representación republicana más conservadora y contraria al presidente en el Senado, especialmente en las votaciones de trámite relevantes. Pero fue valiente y se mantuvo fiel a los principios en el trámite de la política, y unir esfuerzos con Lieberman hizo posible que otros siete republicanos depositaran un voto al bando correcto de la historia.

Ahora que el Congreso ha actuado, el ejército tendrá que ponerse a implantar el cambio con diligencia. A juzgar por lo sucedido en otros países que dieron este paso, sin embargo, el proceso será probablemente mucho más rápido de lo que nadie espera. Dentro de un año, todos nos preguntaremos a qué venía tanto revuelo.

Para los gays y las lesbianas que actualmente forman parte del Ejército estadounidense, esto no significa necesariamente que tengan que hacer pública su orientación. Significa simplemente que dentro de poco no tendrán que temer ser licenciados por ser quienes son. Y en cuanto al presidente Obama y a la izquierda, se trata de un hito importante. Un recordatorio de que hasta el disfuncional Washington todavía sabe crear esperanza y cambios reales.

Eugene Robinson es columnista del diario The Washington Post.

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