Los indultos de Francisco Franco a los nacionalistas del PNV

Todos los presidentes del PNV que sucedieron en la cúspide del partido a su fundador Sabino Arana después de su muerte en 1903 (y hasta el estallido de la Guerra Civil) fueron respetados luego por el régimen franquista y murieron de viejos en su cama. Las excepciones son Ramón Bikuña (que murió en 1935, antes de la Guerra Civil) y Doroteo Ciaurriz.

Franco les perdonó a todos ellos como Pedro Sánchez ha hecho ahora con los nacionalistas catalanes. Las palabras del ministro Miquel Iceta en el Congreso (lo de que indultar es algo moderno y no hacerlo algo atávico y más propio del ojo por ojo de la derecha) no se corresponden con la realidad.

Claro que Franco, a la hora de indultar, se cuidó de acabar primero con cualquier atisbo de oposición política y militar. Eso nadie lo niega. Pero a los hechos me remito para demostrar que hubo perdón a los líderes del primer nacionalismo vasco por parte del franquismo.

Cosa aparte sucedió con José Antonio Aguirre, sus consejeros y colaboradores del Gobierno vasco y los líderes del partido que le rodearon, como Ajuriaguerra, Ciaurriz, Leizaola o Landáburu entre otros. Todos ellos tuvieron que escapar, una vez caída Bilbao y rendido el ejército vasco en Santoña, a riesgo de perder la vida (como le ocurrió a uno de los consejeros, el republicano Alfredo Espinosa, traicionado por el piloto de su avión oficial, puesto en manos franquistas y ejecutado) o ser encarcelados (como le ocurrió al abuelo de Miquel Iceta).

Pero es que aquel Gobierno vasco había dirigido la guerra en Vizcaya y al lehendakari Aguirre le apodaron Napoleonchu porque se puso al frente de una ofensiva sobre Vitoria que acabó en una auténtica escabechina. El flamante ejército vasco no pudo pasar ni de Villarreal de Álava. Localidad que acabó dando nombre a una batalla en la que apenas 600 soldados del ejército de Franco resistieron el acoso de 5.000 del ejército vasco, al que causaron más de 1.000 muertos y 3.500 heridos.

Ángel Zabala Ozámiz-Tremoya fue delegado general del PNV (equivalente al presidente de hoy) entre 1903 y 1906. Fue nombrado por deseo expreso del fundador Sabino Arana. Cuando se retiró, Zabala se dedicó a la historia. Fue fiel hasta el final a su aranismo radical.

Iniciada la Guerra Civil, ni siquiera se planteó exiliarse. Nadie le molestó. En 1939 prosiguió investigando nada menos que en Madrid, ciudad sitiada durante tres años y entonces en plena exaltación franquista. En 1940 le llegó la muerte, a los 74 años, en la capital de España, donde fue enterrado, siendo luego trasladado su cuerpo a Arteaga, en Vizcaya, de donde era natural.

El caso más espectacular es el de Luis Arana Goiri. Hermano del fundador del PNV y presidente del partido entre 1908 y 1915, y también en 1932, cuando se celebró el primer Aberri Eguna.

Siempre enfrentado al sector autonomista y moderado del partido, Luis Arana reunió a su alrededor a los elementos más recalcitrantes y sabinianos. En 1938 se presentó en persona, ya con 76 años, ante el Foreign Office en Londres para entregar un mensaje en el que solicitaba poner el País Vasco y Navarra bajo la protección de Reino Unido, que proveería “de una alta dirección militar y el adecuado armamento por mar, tierra y aire, pues la raza vasca haría el resto para el triunfo con su valor y aptitudes guerreras, luchando por la libertad e independencia de su Patria”.

Finalizada la guerra, sus tres hijos, bien instalados en el régimen, consiguieron traerle desde San Juan de Luz, en el sur de Francia, hasta Santurce, en la salida de la ría de Bilbao, donde pasó toda la posguerra sin ser molestado y comiendo de primera, como cuenta en sus cartas, mientras media España se moría de hambre. Falleció en 1951, rodeado de sus nietos.

Ignacio Rotaeche Velasco fue presidente del PNV entre 1920 y 1930, cuando el partido se llamaba Comunión Nacionalista Vasca. Finalizada la guerra, y gracias a las gestiones de su primo, el almirante Jesús Rotaeche, volvió a España en 1943. Falleció en Ceánuri (Vizcaya) en 1951.

El navarro Jesús Doxandabaratz, presidente del PNV entre 1933 y 1934, falleció en Pamplona en 1969.

Isaac López Mendizabal, presidente entre 1934 y 1935, regresó a España en 1965 tras un exilio en Argentina. Montó una imprenta y falleció en Tolosa (Guipúzcoa) en 1977.

Dos personajes clave de la segunda generación nacionalista, dirigentes de alto rango y difusores del pensamiento y obra de Sabino Arana, fueron Manuel Eguileor y Ceferino Jemein.

El primero, tras unos años en el exilio, estaba en Bilbao cuando derribaron la casa natal de Sabino Arana en 1960-1961, pues recogió unas tejas del derribo para guardarlas como reliquias. Estas se conservan en el Museo del Nacionalismo en Artea (Vizcaya). Falleció en Bilbao en 1970.

El segundo, tras exiliarse en San Juan de Luz, falleció también en Bilbao, en 1965.

Lo de Anacleto Ortueta es más curioso todavía. Publicó en Barcelona durante la Segunda República dos obras en las que propone a Navarra como núcleo refundador del futuro Estado vasco, lo que resulta clave para entender la evolución teórica desde el nacionalismo sabiniano a la izquierda aberzale.

Nacionalista de pedigrí, fundador del histórico ANV, sirvió en el Gobierno vasco durante la guerra civil en un puesto tan sensible como el de jefe de la policía interior de las milicias vascas. Pero no abandonó Bilbao cuando cayó la villa en 1937.

Se dice que, al cabo de un tiempo, fue detenido por los franquistas. En 1940 fue juzgado y condenado a expatriarse, pagar una multa de 10.000 pesetas y perder todos sus bienes. Lo cierto es que luego residió durante un tiempo en Oviedo y Santander, y que falleció en Bilbao, en 1959, a los 84 años.

En el peor de los casos, los líderes nacionalistas sufrieron algún periodo de cárcel o exilio, o multas y requisitorias varias propias de un régimen salido de una guerra. Pero los líderes nacionalistas que no participaron directamente en la contienda (incluso los que sí, como Ortueta), salvaron la vida durante el franquismo y murieron en su cama. En su casa.

Eduardo Landeta y Aburto, nacionalista heterodoxo, volvió tras un breve exilio a Bilbao, donde falleció en 1957.

José María Errazti, seguidor de Eli Gallastegui, el más radical de los sabinianos de segunda generación, volvió en 1941 y tuvo que pagar una multa para recuperar su empresa. Falleció en Bilbao en 1964.

Javier Gortázar y Manso de Velasco fue de todo en el PNV, desde tesorero a editor de periódicos. Volvió a España en 1959 y falleció en Bilbao en 1977.

Federico Belausteguigoitia Landaluce, íntimo de Sabino Arana, falleció en Getxo (Vizcaya) en 1947.

Y lo mismo o parecido podríamos decir de Pedro Chalbaud Errazquin, Francisco Basterrechea Zaldivar, Nicolás Viar Egusquiza y tantos otros que conocieron en vida a Sabino Arana.

Se podría argüir la edad provecta de los perdonados a la hora de buscar una explicación para lo contado en los párrafos anteriores. ¿Pero desde cuándo un régimen genocida, como se dice que fue el franquista, se pararía ante semejante minucia?

La misma ETA no se lo pensó a la hora de ejecutar a jubilados y pensionistas. El general Luis Azcárraga tenía 80 años cumplidos cuando fue asesinado en Salvatierra (Álava) en 1988.

Pedro Chacón es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.

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