Los inexplicables casos de hepatitis infantil merecen nuestra atención

Como si los padres no tuvieran ya suficiente de qué preocuparse —una pandemia de COVID-19, una escasez de fórmula para bebés— ha aparecido ahora una nueva dolencia misteriosa que afecta a niñas y niños pequeños en forma de hepatitis aguda.

En resumen: no es motivo para entrar en pánico, pero merece vigilancia. Los padres también deben tener cuidado con las especulaciones sobre la enfermedad. Todavía hay muchas cosas que no sabemos.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) están investigando al menos 109 casos de la afección en Estados Unidos. Se han reportado enfermedades similares en al menos dos docenas de países, desde Argentina hasta Dinamarca e Indonesia. A nivel mundial existen aproximadamente 450 reportes, y las cifras más altas se encuentran en el Reino Unido y Estados Unidos.

Muchos de los casos son graves. Entre los niños estadounidenses afectados, más de 90% requirió hospitalización; 15 de ellos han requerido transplantes de hígado. Cinco han fallecido.

La enfermedad parece concentrarse en los niños más pequeños. Según los CDC, la mayoría de los afectados tiene menos de cinco años, y la edad promedio es de apenas dos años. Muchos son niños que estaban previamente saludables y que no tenían condiciones médicas subyacentes conocidas. Se han detectado casos en 25 estados y no existe un patrón geográfico claro.

Hasta el momento se desconoce la causa. “Hepatitis” es un término general para definir la inflamación del hígado, la cual tiene muchas causas. Se sabe que los virus de la hepatitis A, B y C (y con menos frecuencia, los virus de la hepatitis D y E) inducen la inflamación del hígado. En los adultos, el alcohol es otra de las principales causas de hepatitis. Ciertos medicamentos y toxinas también pueden perjudicar el hígado y provocar una inflamación grave. Sin embargo, ninguno de las y los niños afectados dio positivo para los virus de la hepatitis ni se les detectó alguna exposición a alcohol, medicamentos o toxinas.

Lo único que muchos tienen en común es una prueba positiva de adenovirus, un virus común que causa resfriados, trastornos gastrointestinales y otras enfermedades leves similares a la gripe. Los CDC informaron que más de la mitad de los casos de Estados Unidos dieron positivo por adenovirus, y la Agencia de Seguridad Sanitaria del Reino Unido reportó que más de 70% de sus casos también habían dado positivo. Además existe un tipo específico de adenovirus, el adenovirus 41, el cual ha sido detectado en muchos niños en Estados Unidos, Reino Unido y Europa.

El porcentaje real de casos positivos de adenovirus podría ser aún mayor, ya que los casos podrían haber sido pasados por alto dada la forma en que se recolectaron las muestras. Los CDC han emitido una alerta médica para instruir a los proveedores de atención médica a que estén atentos y utilicen métodos especializados para las pruebas de adenovirus.

Si bien el adenovirus es una hipótesis principal, podría resultar ser puramente una asociación, no una causalidad. Después de todo, los adenovirus normalmente no causan inflamación del hígado en personas sanas. Además, han existido desde hace años sin estar vinculados a la hepatitis aguda.

Sin embargo, sí existe un precedente de que un virus existente haya causado un nuevo síndrome. En 2012 apareció de forma repentina una afección similar a la poliomielitis llamada mielitis flácida aguda que causaba debilidad en los brazos o piernas de niños saludables y que a menudo persistía durante meses o años. Con el tiempo se descubrió que la dolencia aterradora pero extremadamente rara estaba relacionada con otro virus común, un tipo de enterovirus. Aún se desconoce por qué la mayoría de los niños que se encuentran con el enterovirus tienen secreción nasal y malestar estomacal, mientras que una minoría muy pequeña sufrió consecuencias agudas.

El adenovirus podría estar actuando de manera similar a un enterovirus, aunque dado el momento actual con la pandemia del coronavirus, hay una investigación activa para determinar si existe una asociación con el COVID-19. Algunos científicos han especulado que una infección previa de coronavirus podría haber “preparado” una reacción autoinmune que luego quizás empeoró con la exposición posterior al adenovirus. Pero el coronavirus ha sido detectado en solo 18% de los casos reportados en el Reino Unido. Un informe de los CDC de nueve niños hospitalizados en Alabama reveló que ninguno de ellos tenía una infección aguda por COVID-19 o antecedentes documentados de infecciones previas.

Otros se han preguntado si dos años de uso de cubrebocas y distanciamiento social podrían haber provocado que el sistema inmunitario de los niños sea menos capaz de combatir los virus existentes. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que no existe una asociación con la vacuna contra el coronavirus, porque la mayoría de los niños con esta hepatitis no tienen la suficiente edad como para calificar para la vacunación.

Tomará tiempo para que los investigadores logren determinar una causa. Es posible que nunca se descubra una. Lo desconcertante para las madres y padres es que no hay mucho que podamos hacer para prevenir esta rara y alarmante dolencia. Si las teorías principales son correctas, los adenovirus son excepcionalmente comunes, y los CDC estiman que 75% de niñas y niños ya han contraído el COVID-19.

Sin embargo, los padres pueden buscar atención médica inmediata para la ictericia y enfatizar el buen lavado de manos para reducir la transmisión de muchas enfermedades. Los proveedores de atención médica deben estar en alerta máxima para realizar las pruebas necesarias y notificar a los autoridades sanitarias estatales en consecuencia.

Del mismo modo que aprendimos con la pandemia del COVID-19, las enfermedades emergentes requieren vigilancia, investigación y monitoreo. Igual debemos hacer con la hepatitis.

Leana S. Wen, a Washington Post contributing columnist who writes the newsletter The Checkup with Dr. Wen, is a professor at George Washington University's Milken Institute School of Public Health and author of the book "Lifelines: A Doctor's Journey in the Fight for Public Health". Previously, she served as Baltimore’s health commissioner.

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