Los islamistas modernos del Magreb

Poco más de un año atrás, la Primavera Árabe desató un cambio dramático en todo el mundo árabe. Movimientos populares llevaron una variedad de partidos políticos declaradamente islamistas al poder, sustituyendo a antiguos regímenes ampliamente seculares. La implicancia que esto tendrá para esos países, y para la región, es uno de los interrogantes geopolíticos centrales de hoy.

En el norte de África, dos partidos islamistas han llegado plenamente al poder mediante elecciones democráticas: al-Nahda (Renacimiento) en Túnez, donde comenzó la Primavera Árabe, y el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) en Marruecos. Ambos hoy lideran nuevos gobiernos de coalición.

Mientras que una revolución popular produjo un cambio de régimen en Túnez, Marruecos experimentó una transformación pacífica que dejó a la monarquía en su lugar. El pasado mes de julio, los marroquíes votaron de manera abrumadora a favor de que se aprobara una nueva constitución que traslada el poder ejecutivo del rey al primer ministro, que ahora será plenamente responsable del gabinete, la administración pública y la implementación de las políticas gubernamentales.

El rey conserva algunas prerrogativas, tal como la autoridad para elegir al primer ministro (del partido mayoritario del parlamento) y al jefe del ejército. Es más, al igual que los jefes de estado en otros sistemas parlamentarios, tiene el derecho de designar a los ministros de gobierno y los embajadores, disolver el parlamento y destituir al gabinete.

Si bien el éxito del PJD se basó en una construcción institucional dentro de una monarquía constitucional, al-Nahda revolucionó el sistema tunecino. Pero ambos partidos triunfaron luego de presentar una plataforma moderada de constitucionalismo, separación de poderes, libertades civiles y derechos para la mujer.

Esta nueva realidad política en el Magreb enfrentará a Europa -particularmente a Francia, el antiguo amo colonial de la región- con gobiernos islamistas decididos a promover un nuevo tipo de relación.

Sin embargo, estos gobiernos tienen mucho trabajo que hacer fronteras adentro primero. En la actualidad, los países del Magreb sufren un desempleo y una pobreza crecientes así como precios elevados para las materias primas esenciales. En respuesta, tanto al-Nahda como el PJD hacen hincapié en la creación de empleos, el libre comercio, la inversión extranjera y una ofensiva contra la corrupción que azotó a las economías de sus países.

La primera prueba importante de responsabilidad económica de estos gobiernos será el trato que le den a la industria del turismo. Si bien el turismo occidental es una fuente esencialmente importante de empleo y divisas extranjeras en ambos países, algunos musulmanes criticaron a la industria por promover el alcohol y otras convenciones sociales relajadas que amenazan los valores islámicos.

Hasta el momento, tanto al-Nahda como el PJD adoptaron una postura pragmática. Reconocen que, si bien sus seguidores pueden ser musulmanes devotos, también necesitan ganarse la vida; si los hoteles y las playas estuvieran vacíos, las consecuencias serían económicamente desastrosas. Por lo tanto, los profesionales del turismo en ambos países recibieron sólidos resguardos de parte del gobierno de que los negocios seguirán como de costumbre.

Algunos analistas europeos predicen que, en un más largo plazo, tras los cambios políticos en el Magreb sobrevendrá una mayor estabilidad; quizá más de un millón de inmigrantes marroquíes y tunecinos desempleados regresen a sus hogares si las economías de sus países mejoran.

Ese sigue siendo un interrogante abierto. Los partidos islamistas ahora tendrán una enorme influencia en la política económica, después de décadas de separación oficial de la mezquita y el estado. Por ejemplo, en breve podría introducirse la banca islámica, aunque algunos inversores locales y extranjeros sostienen que las regulaciones de la sharia podrían espantar la inversión extranjera tan necesitada. También existen temores sobre la capacidad de funcionarios islamistas inexperimentados para manejar los ministerios de finanzas.

Pero los partidos islamistas de la región parecen ser conscientes de estos riesgos, y decididos a mitigarlos. Saben que necesitan del crecimiento económico para frenar el desempleo y pagar los servicios sociales, de manera que están trabajando para impulsar el sector privado. En muchos casos, defienden incluso el tipo de políticas de libre mercado que favorecían sus antecesores seculares.

Estas políticas deberían incluir la liberalización del comercio. Hasta ahora, menos del 2% del comercio exterior de los países del Magreb se mantuvo dentro de la región. Si los nuevos líderes de la región pueden integrar sus economías, un mercado de más de 75 millones de consumidores atraería más inversión extranjera y comercio con el resto del mundo.

Sin embargo, antes de que se pueda materializar un Magreb económicamente unificado deben resolverse los conflictos interestatales como la disputa entre Argelia y Marruecos por el Sahara "occidental". De lo contrario, hasta la idea de concebir un futuro común resultará difícil -y sin este futuro los malestares económicos que alimentaron las revoluciones del Magreb probablemente continúen.

De la misma manera que la Hermandad Musulmana en Egipto, al-Nahda y el PJD tendrán que marginar a los extremistas islámicos en sus movimientos, como los salafis, y adoptar una estrategia pragmática. Para tener éxito económicamente, necesitarán contar con el respaldo occidental -y Occidente no estará dispuesto a financiar gobiernos islamistas radicales.

Mientras negocian las realidades de la vida económica moderna, los partidos islamistas gobernantes del Magreb probablemente pierdan algunos seguidores. Pero, a menos que estén dispuestos a romper con el pasado, no tendrán éxito en el presente.

Por Moha Ennaji, presidente del Centro Sur Norte para el Diálogo Intercultural en Marruecos, y profesor de Lingüística y Estudios Culturales en la Universidad de Fez.

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