Los jóvenes de Tardà

Joan Tardá en un acto a favor del referéndum JAIME VILLANUEVA
Joan Tardá en un acto a favor del referéndum JAIME VILLANUEVA

El 22 de septiembre, el diputado de ERC Joan Tardà pronunció un discurso ante estudiantes de la Universidad de Barcelona. En él, dijo: “Tenemos el compromiso de parir la República, pero quien la ha de capitanear sois vosotros. Y si no lo hacéis, habréis cometido un delito de traición a las generaciones que no se han rendido, y cometeríais un delito y una traición a la tierra". No es un discurso pronunciado por el racista Heribert Barrera, presidente de honor de ERC hasta su muerte en 2011, ni por un supremacista catalán de los años veinte como Pere Rossell i Vilar, autor de La raça, sino por un diputado aparentemente progresista rodeado de jóvenes que piden democracia en una rebelión popular.

Cuando Tardà habla de “tierra” se refiere místicamente a la nación catalana, y a un pueblo homogéneo, compacto, indisoluble; es decir, apela a algo que no existe y a un concepto que es muy poco democrático. Como dice el filósofo argentino Juan José Sebreli, solo se puede hablar de pueblo homogéneo en una sociedad realmente dividida: la identidad de ese supuesto pueblo solo se logra en contraposición a un “otro”. Según Sebreli, “una concepción democrática del pueblo no postula la unidad, sino, por el contrario, valora la división, el conflicto, la pluralidad”.

Tardà anima a los jóvenes catalanes a que se rebelen para crear una república catalana, pero se dirige solo a una fracción de la sociedad y de los jóvenes y es consciente de ello. Lo que pide indirectamente, y quizá no tan indirectamente, es que se olviden de la otra parte, que asuman que ellos son la voluntad popular. En esta afirmación se esconde la idea de que los que están en contra de la voluntad popular no son ya sujetos políticos. En el imaginario independentista, no existen o son traidores.

No solo pide que se apropien de la voluntad popular, sino de la voluntad de una nación, un ente místico y solo comprensible mediante la intuición o el instinto (de ahí frases como “no habéis entendido nada”, o la idea de que “hay que vivirlo para comprenderlo”, de muchos nacionalistas). Este marco de un sol poble está muy extendido: se confunde a los independentistas con todos los catalanes. Según una encuesta del CEO de julio de 2017, el 41,1% de los catalanes está a favor de una Cataluña independiente, frente a un 49,4% que se opone a ella.

Al hablar de juventud hay que ser igual de cauto que cuando se habla de pueblo. El concepto alude a cierta virtud y pureza, pero generalmente se usa de manera condescendiente e interesada. Tardà apela a la romantización de la juventud, a la idea juvenil de rebelión, para olvidarse del 41% de jóvenes catalanes (entre 18 y 24 años) contrarios a la independencia. Los jóvenes independentistas contrastan radicalmente con los jóvenes que rechazaron el Brexit en Reino Unido. En el referéndum de 2015, un 75% de los ciudadanos de entre 18 y 24 años votó para permanecer en la Unión Europea. Los remainers jóvenes comprendieron que la idea de soberanía y de repliegue identitario de los leavers era contraria a su concepción de la democracia, en la que las mayorías no pueden arrebatar derechos a las minorías. La permanencia en una UE mejorable es preferible al nacionalismo. Lo mismo puede decirse del encaje de Cataluña en España.

Para muchos votantes a favor del Brexit, la democracia era meramente expresiva, un momento de rabia sin consecuencias. Los claveles, las canciones, los estudiantes, el componente lúdico de la rebelión popular de estas semanas en Cataluña recuerdan al año 1968, a la revolución como vehículo expresivo de reafirmación identitaria. El referéndum es la performance final, sin importar lo que venga después. Pero si en 1968 el motor de las protestas era el antiautoritarismo y una subversión de las reglas morales, en este caso los jóvenes que juegan a la revolución lo hacen en defensa de una concepción de la democracia muy limitada, de una idea de la soberanía reaccionaria, basada en el cierre de fronteras, y de un concepto de emancipación que implica eliminar derechos a una oposición silenciada y silenciosa, y en la que la nación está por encima de la democracia.

Cuando salen a la calle, estos estudiantes no defienden los derechos de su tierra, sino que defienden, en el mejor de los casos, solo a los suyos, y en el peor, a líderes políticos que han patrimonializado lo público y usado las instituciones de forma partidista con un fin nacionalista. Es muy posible que no todos los manifestantes estén de acuerdo con las acciones del Govern, pero han acabado indirectamente defendiéndolas al protestar. En las manifestaciones no existen los matices, al igual que en los referendos.

Ricardo Dudda es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres

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