Los jueces ante el Covid

Desde el comienzo del confinamiento se presentían efectos colaterales de la onda de choque que provocarían más fallecimientos de personas no infectadas que los atribuibles a la infección. Y así ha sucedido.

De buena hora, advertí que los efectos colaterales de la onda de choque del confinamiento serían letales al transitar por cuatro vías distintas. 1. Síndrome de deslizamiento; 2. Enfermos con patologías graves que no acudirían al hospital por miedo a infectarse; 3. Imposibilidad de atender adecuadamente a enfermos graves sin Covid-19; 4. Crisis económica. Toda vez que la advertencia se situaba aparentemente en el campo de Trump, Bolsonaro y Boris Johnson nadie hizo caso. Prefirieron seguir las recomendaciones de la OMS, tan de fiar como el FMI. Mi modelo de referencia era el de la socialdemocracia sueca, esa es la verdad.

Nunca consideré seriamente que se pudiese abrir causa general contra el Gobierno por los fallecidos infectados de Sars-CoV-2. Pero con un Poder Judicial menos adormecido los martillos de los jueces ya estarían golpeando. El así llamado exceso de muertes consta de tres componentes. Fallecimientos causados por la infección; infectados pero fallecidos por otra causa (principalmente síndrome de deslizamiento); fallecidos no infectados. ¿Si responsabilizamos al virus del primer grupo quién es responsable del segundo y tercero?

Es fácil entender los efectos sobre el exceso de muertes que provoca el terror al Covid-19 independientemente de que el confinamiento haya estimulado ciertos desplazamientos urgentes al hospital (pancreatitis por exceso de ingesta de alimentos grasos y alcohol). El descenso de actividad habitual en urgencias provino del miedo al contagio, hipocondría social propulsada por el terrorismo epidémico del Gobierno. Personas con patologías agudas no acudieron al hospital por propia decisión. Las urgencias convencionales cayeron el 75%. Códigos ictus e infartos se desplomaron el 40%. Muchos fallecieron en casa aterrorizados ante un eventual contagio en el hospital. Las intervenciones en coartación de aórtica descendieron el 80%, causa de muertes súbitas. El miedo a infectarse en el hospital es el origen de casos irreparables de apendicitis o cetoacidosis diabética con pronóstico fatal. Hubo enfermos de leucemia por los que nada pudo hacerse. Inaudito el pánico de tantos padres al contagio. No se sabe si las urgencias en pediatría cayeron el 80% debido a que los progenitores tuvieron miedo a contagiarse ellos o a que se contagiaran los niños.

Lo peor concierne a fallecidos por síndrome de deslizamiento. En siquiatría y geriatría, cuando una persona mayor se deja morir por un evento o situación síquicamente traumática suele atribuirse a síndrome de deslizamiento depresivo-reactivo (syndrome de glissement-abandon) que en situación de hipocondría social se dispara. Son miles de casos. La escuela francesa de geriatría insiste particularmente en el carácter brutal y rápidamente evolutivo del síndrome. En pocas semanas los afectados fallecen. Una persona mayor pero autónoma que se valía por sí misma es susceptible, de la noche a la mañana, de convertirse en dependiente hasta el punto de dejarse morir como consecuencia de un shock síquico inducido por alejamiento de amigos o familiares (sensación de abandono) o interrupción repentina e involuntaria de una actividad practicada corrientemente. El síndrome afecta especialmente a personas mayores residenciadas o que viven solas. La mayoría de ancianos fallecidos infectados que no pasaron por la UCI al no sufrir patologías (suponiendo que no sean falsos confirmados positivos, tan frecuentes), reportados no obstante víctimas del Covid-19, no habrían muerto sin el mazazo del síndrome. Se dejaron morir: aunque estuvieran infectados no se les diagnosticaron neumonías especificas ni choque séptico con síndrome de disfunción multiorgánica. En Cataluña, algunos murieron atados «para no contagiar». Hacia abril, impactaron muy negativamente en los viejos las dudas de los señores Illa y Simón, expresadas públicamente, de si dejarlos salir o no a la calle después del confinamiento. Era previsible, el confinamiento y el alarmismo condujeron a muchas personas mayores a la muerte por la vía del síndrome de deslizamiento del cual en La Moncloa ni se han enterado. ¿No tenía alternativa el Gobierno? Sí la tenía sin necesidad de recurrir a un autoritarismo extremoso (vimos al Ejército patrullando en los supermercados como si estuviéramos en Haití en pleno saqueo la noche de un terremoto). Alternativamente, ahí está el modelo sueco, no exclusivamente. Al menos Suecia no se hundió en la hipocondría social ni crecieron el 70% las llamadas al homólogo del 091; este será el primer año en España con más divorcios que matrimonios.

El estado de alarma redujo el número de fallecidos en accidentes de trabajo y circulación, cayendo también los códigos por politraumatismo en ejercicio al aire libre y prácticas de riesgo. Pero, paralelamente, impidió el tratamiento óptimo de diversas patologías graves provocando fallecimientos evitables en tiempo normal. La histeria epidémica e hipocondría social generada por el estado de alarma inundó de enfermos imaginarios los hospitales, colapsando servicios. Muchas personas han muerto prematuramente, y más morirán, al no haber sido tratadas convenientemente. No solo hubo enfermos que no acudieron al hospital por miedo a contagiarse. Otros muchos sí acudieron y no fueron atendidos al haberse focalizado la atención del Gobierno en la Covid-19 como si el resto de enfermedades y patologías graves no existieran. Para el Gobierno, lo mediático, lo que cuenta en términos de propaganda es salir en la televisión dando el parte diario. Pacientes con urgencias graves acudieron al hospital y no se les atendió al dejar muchos especialistas de practicar pruebas y cirugía, asignados a urgencias más mediáticas, aunque menos letales que las habituales. Operar de próstata carece de glamur; efectuar una punción de tiroides para saber si se trata de un nódulo o de un tumor, también. En dos meses, intervenciones quirúrgicas urgentes se redujeron el 50% en Cataluña. El parón de actividad ordinaria en los hospitales por la crisis augura, además, listas de espera larguísimas, antesalas de fallecimientos futuros.

Las anteriores consideraciones explican más de la mitad del exceso de muertes sin intervención directa del Sars-CoV-2 digan lo que digan el INE, «El País» o la OMS. Mención aparte merece la crisis económica. España se coloca en cabeza de países de la UE en caída del PIB. No me recrearé, por obvio, en los problemas de salud mental aflorados con el paro: depresiones, brotes sicóticos, criminalidad, suicidios (ahora y en el futuro). Y digo mención aparte porque los efectos del paro y la pobreza sobre la salud no se manifiestan inmediatamente sino en el medio y largo plazo disminuyendo la esperanza de vida de la población.

Juan José R. Calaza es economista y matemático.

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