Los juegos psicológicos de los políticos

Supongamos que las tres características que mejor le definen a usted son: una gran ambición, un ego hipertrofiado y blindado y ningún talento especial. Es decir, usted quiere ser o tener mucho, cuando se mira al espejo ve algo grande y la crítica le hace poca mella (aunque toma nota del crítico). Por otro lado, no tiene una especial habilidad para coger rebotes, tocar el clarinete o componer sonetos. Tampoco está dispuesto a tomarse el tiempo necesario para llegar a ser, con los años, un buen mecánico, maestro, médico o periodista. Entonces, amigo mío, su perfil coincide en esas tres características con el de la mayoría de los políticos profesionales.

Evidentemente, eso no los hace idénticos, puesto que además pueden ser más o menos honestos o deshonestos, sutiles o toscos, moderados o extremistas. Pero si se les observa sin partidismo, en sus declaraciones, acciones, omisiones y biografías, se verá cómo esas tres características se repiten en la mayoría de ellos.

Es muy probable que haya sido siempre así y sea la democracia, la alternancia en el poder, la libertad de prensa y la educación de los ciudadanos lo que quizá haga que los políticos aprendan que para lograr sus aspiraciones personales tienen que cumplir con las colectivas. En realidad, esto no sólo no es una visión cínica sino que es un desideratum ¡ojalá fuera así! Lo cierto es que tienen que cumplir primero con el partido -que no les echen o les marginen- y después no con los ciudadanos sino con sus votantes, que no es lo mismo.

Esta caracterización -personajes sin ningún mérito especial actuando para su partido y para sus votantes-, es, probablemente, la que mejor describe la situación actual de los políticos del Partido Popular. Si a usted el PP le cae mal por las múltiples razones por las que le puede caer mal un partido o sus políticos y, además y sobre todo, aspira a no ser un idiota, estaría bien que recordase qué hizo el partido que le cae bien, por las múltiples razones por las que le puede caer bien un partido o sus políticos, cuando fue pillado, como ahora el PP, con los calzoncillos en los tobillos. Recuerde, por ejemplo, el GAL, el catalán tres por ciento, el árbol y las nueces, y recuerde la reacción de los implicados: acusaciones de demonización, juicio paralelo, medios de comunicación serviles, jueces sospechosos, amenaza con los tribunales y, sobre todo, «no compares mis pecadillos con tus delitos». Respuestas que parecen aprendidas del mismo manual y que nos señalan un tipo de identidad psicológica que, en estos casos, prevalece sobre sus diferencias ideológicas. Estas respuestas son ridículas, toscas, tramposas, inmorales e intelectualmente insufribles para todos excepto para el propio partido y sus votantes. Cuando no es así, es decir, cuando tampoco son aceptables para el propio partido y/o para un número significativo de votantes ya puede el político en cuestión ir tomando lecciones de clarinete si quiere que sigan riéndole todo lo que le sale de los pulmones.

La realidad nos dice, a pesar de los calificativos que les acabo de infligir, que estas respuestas son frecuentes y, sobre todo, exitosas. Todos esos políticos en los que está pensando es muy probable que, como clase, vivan mejor que usted, que sobrevivan a sus miserias y sus fracasos mejor que usted. Por lo tanto, más allá de su aparente tosquedad, no estaría mal analizar por qué tienen éxito este tipo de respuestas.

Hay dos condiciones básicas para que estás respuestas tengan éxito, una previa y otra simultánea. La condición previa consiste en haber realizado con éxito una atribución de bondad a la propia condición. En una descripción breve, la derecha es intrínsecamente buena porque tiene a Dios, al Mercado y a la Libertad de su lado, la izquierda es buena porque tiene la Justicia y la Libertad de su lado, y el nacionalismo es bueno porque tiene la Patria y la Libertad de su lado.

Cuando uno se confunde con el discurso de su ideología o, peor aun, con el discurso de su partido, pasa a ser intrínsecamente bueno, y los que quedan fuera del círculo son como poco sospechosos y desde luego están equivocados. ¿Esto le parece simple? Lo es, es espeluznantemente simple y por eso ganó Bush, se mantiene Berlusconi: hagan lo que hagan y sean como sean por lo menos son de los nuestros, de los buenos.

La segunda condición, la que se da simultáneamente a las respuestas de las que hablamos, tiene un puntito más de sutileza. En la bronca actual entre PP y PSOE, parece que la confrontación se da entre esos dos partidos, cada uno con sus supuestos aliados (jueces y medios amigos, jueces y medios enemigos), pero toda la estrategia del PP supone un tercer participante: sus votantes. El psiquiatra de origen canadiense Eric Berne describió un tipo de interacciones muy comunes, repetitivas e insanas, en las que los participantes tratan de obtener algún beneficio que creen que no obtendrían por medios más sanos o más honestos. A estas interacciones las llamó juegos psicológicos, no por amenos sino porque siguen reglas. Entre los muchos que describió hay uno al que llamó, lean atentamente el nombre, «Peleemos tú y él».

En este juego uno de los participantes (el PP) embronca a otros dos (sus votantes y el PSOE) para que peleen por lo que el primero pretende, en este caso, la utilización del poder para atacar al PP. De paso, los trajes y las comisiones quedan fuera de foco. Si invierte el orden de los jugadores verá el mismo juego jugado por el PSOE con sus votantes. Éste es el juego, por cierto, de todos los partidos en las campañas electorales: «Peleemos tú y él». Cuando decimos «iré a votar pero con una pinza en la nariz», no sólo no estamos por encima de la situación sino que hemos caído como pardillos en el juego, era a nosotros a quienes se quería enganchar.

Como toda actitud deshonesta, esto va dejando un poso de malestar que se manifiesta en la desafección, en la progresiva consideración de la política como uno de los oficios más bajos. Dicen los sociólogos que sobre los núcleos estables de votantes de los partidos va creciendo un colectivo de gente desafecta a ellos que tienden a decidir las elecciones tanto con su abstención como con su participación. Probablemente, el inesperado éxito de Ciutadans o del partido de Rosa Díez sea consecuencia del malestar y el desprecio que generan estas actitudes.

El perfil de político que se ha dado aquí responde, creo, a lo que vemos en los aparatos de los partidos. Pero no es obligatorio ser político y ser así, los humildes concejales del PP y del PSOE en el País Vasco son justo lo opuesto, algunos de los políticos que guiaron nuestra Transición pensaron más -por lo menos en alguna importante ocasión- en lo colectivo que en salvar su poltrona. ¿Sería mucho pedir a nuestros políticos que dejen de jugar con nosotros? ¿O somos nosotros los que debemos dejar de participar en sus juegos?

José Luis Martorell, profesor titular de Comunicación Humana y director del Servicio de Psicología Aplicada de la UNED.