Cuando se refirió por primera vez a la designación de Jorge Bergoglio como Papa, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner debió imponerse a los silbidos que bajaban de las tribunas ocupadas por jóvenes militantes de La Cámpora, la agrupación que más influencia ha ganado en los últimos años en su Gobierno.
“No puedo dejar de mencionarlo, y no quiero dejar de mencionarlo: hoy también es un día histórico”, dijo la presidenta el miércoles por la noche, en un acto con funcionarios que acudieron al lanzamiento de un plan social. “Por primera vez en la historia de la Iglesia, en los 2000 años de historia de la Iglesia, va a haber un Papa…”, continuó. En ese preciso momento, mientras Fernández de Kirchner aludía a su condición de latinoamericano —pasando por alto su nacionalidad argentina— se colaron los silbidos.
La presidenta acalló a los jóvenes de La Cámpora de manera sutil. Para cortar la tensión reiteró como un disco rayado, la misma expresión: “le deseamos, le deseamos, le deseamos, le deseamos de corazón, le deseamos de corazón a Francisco…”. Sólo entonces pudo desearle suerte al Papa en su misión pastoral.
La escena resulta muy reveladora de la incomodidad que la designación de Bergoglio despertó en Fernández de Kirchner y entre los militantes kirchneristas más fervorosos.
Horas antes, el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, un hombre tan católico que ha llevado una Virgen al recinto, había rechazado un pedido de legisladores de la oposición para detener por algunos minutos la sesión. Le pedían algunos minutos para asistir por televisión a las primeras palabras de Bergoglio frente a la plaza de San Pedro, pero Domínguez no cedió. Era evidente que la alegría y la emoción que sentían muchos argentinos, aún sin ser católicos, resultaba un sentimiento difícil de procesar en las altas esferas del poder.
El matrimonio de Kirchner arrastra una historia de desencuentros con Bergoglio. Durante su presidencia, Néstor Kichner (2003-2007) rompió con la tradición de asistir cada 25 de Mayo, fecha que marca uno de los hitos de la independencia del país, a la catedral de Buenos Aires. Kirchner toleró en dos ocasiones que Bergoglio —arzobispo de Buenos Aires y por aquellos años también la máxima autoridad del Episcopado— hiciera desde el púlpito referencias que podían ser interpretadas como una interpelación al poder.
“Dios es de todos, pero cuidado, que el diablo también llega a todos lados: a los que usamos pantalones y a los que usan sotana”, dijo Kirchner y ya nunca más regresó a escuchar misa en la catedral ubicada frente a la Plaza de Mayo.
Kirchner se fastidiaba por los llamados permanentes al diálogo y las relaciones de amistad de Bergoglio con las diputadas Gabriela Michetti y Elisa Carrió, dos diputadas de la oposición, ambas muy creyentes. Desconfiaba de sus movimientos y de sus intenciones, porque el arzobispo siempre se movió con mucha habilidad entre los políticos. Kirchner llegó a decir que Bergoglio encarnaba al “verdadero representante de la oposición”.
Podrían haber tenido puntos de encuentro. Kirchner se jactaba de tener una mala relación con la cúpula de la Iglesia, pero al mismo un buen vínculo con los curas de opción por los pobres. A lo largo de su carrera, Bergoglio estuvo cerca de los más necesitados, de las mujeres víctimas de las redes de trata y apoyó la misión de los religiosos que viven en las “villas”, los barrios sin calles asfaltadas, cloacas ni agua corriente. Pero la controversia alrededor del papel que jugó durante la última dictadura operó como un factor adicional de tensión.
La defensa de Bergoglio nunca resultó convincente para dirigentes de organismos de derechos humanos muy cercanos al Gobierno (que lo acusaron de haber sido cómplice, al menos por inacción, del secuestro y tortura de dos curas de su congregación) y Bergoglio siempre sospechó que el Gobierno alimentaba denuncias que consideró injustas en su contra (porque dijo haber intercedido ante los militares para que salieran del país).
Con Cristina Kirchner la relación mejoró apenas: se limitó a un par de encuentros institucionales y a un encontronazo por la sanción de la ley de matrimonio igualitario, que Bergoglio cuestionó en duros términos. De ahí tanta frialdad de la presidenta con el nombramiento del primer Papa argentino.
María O’Donnell es periodista argentina.