Los latinos también podemos ser racistas. Mi comunidad lo demuestra

Una manifestación tras la muerte de George Floyd, el 2 de junio de 2020, en Miami. (AP Photo/Lynne Sladky)
Una manifestación tras la muerte de George Floyd, el 2 de junio de 2020, en Miami. (AP Photo/Lynne Sladky)

Como hija de refugiados cubanos, fui criada para oponerme a la opresión y defender la libertad. Pero cuando el movimiento Black Lives Matter pasó rugiendo por el Sur de Florida, pidiéndonos que aboliéramos el racismo sistémico y la brutalidad policial, me tomó por sorpresa. No me había dado cuenta de las sutiles maneras en las que el racismo se desarrolla en Miami, mi ciudad natal, un lugar dominado por una mayoría absoluta de latinos blancos. Somos una comunidad construida por personas que han huido del despotismo en nuestros países de origen y, sin embargo, hemos ignorado las injusticias en los vecindarios negros que están a unos pocos kilómetros de aquí. Y yo —educada, liberal, supuestamente informada— he sido tan culpable como cualquiera.

Esto no debería suceder. Los latinos siempre hemos tenido una historia complicada con la raza: después de todo, venimos en todos los tonos de melanina. Somos considerados “minorías” en la mayoría del territorio estadounidense. Muchos de nosotros venimos de países enriquecidos por la esclavitud del pueblo africano. Deberíamos entender el movimiento Black Lives Matter de manera profunda. Pero aquí en Miami, la acción y la empatía están codificadas por colores. Y a pesar de la labor de una generación joven y comprometida de latinos, me temo que este momento histórico nacional nos pasará de largo.

La experiencia latina en el condado de Miami-Dade es inusual para Estados Unidos. Conformamos la mayoría de la población de la zona: 71%. Pero dentro de ese grupo, casi 90% de nosotros se identifica como blancos, y solo alrededor de 3% se identifica como de raza negra. Demasiados latinos en Miami-Dade sencillamente deciden conservar su privilegio blanco y hacer caso omiso a la discriminación existente a su alrededor.

Muchos latinos exhiben indiferencia, o incluso hostilidad hacia el movimiento Black Lives Matter, ya sea en línea, en conversaciones o en las calles. He asistido a unas cuantas grandes manifestaciones abrumadoramente pacíficas en Miami y en principio me sentí complacida al ver tantos latinos multiétnicos presentes. Pero luego, cuando recordé que conformamos casi tres cuartos de la población del condado, ya la cantidad parecía decepcionante. Daniella Capote, una estudiante de Derecho de 27 años que nació y creció en Miami, me dijo en una de las manifestaciones que estaba enfurecida por la falta de apoyo. Los latinos, dijo, “se olvidaron de dónde vinieron, sobretodo los cubano-estadounidenses. Necesitan hacer mucho más que reconocer el racismo; tienen que actuar contra él”.

Luego están los latinos que se oponen abiertamente a los esfuerzos de Black Lives Matter. Miami es uno de los pocos lugares donde regularmente se ven contraprotestas de “cubanos con Trump”. Muchos de los latinos de estas manifestaciones —ya sean cubanos, venezolanos o colombianos— describen sus motivaciones como un apoyo a la ley y el orden. Algunos podrían, de manera genuina, tener fines benignos, pero Roberto Santiago, un especialista en relaciones públicas afro-puertorriqueño que ha pasado años en Miami, ve otra cosa en proceso. “Nuestra gente tiene una negación del racismo”, dijo, lamentándose de que muchos latinos piensen que su propio estatus de “minoría” los hace inmune a ser intolerantes. “Suelen pensar: ‘No somos racistas, somos hispanos, así que ¿por qué te ofende esto?’”.

Sin embargo, desde mi propia experiencia, sé que los latinos de Miami no somos inmunes a ser racistas. Durante mi crecimiento aquí, nunca tuve amigos negros; solo un puñado de estudiantes negros asistieron a mi colegio privado. Pasar por un vecindario negro significaba pasarle el seguro a las puertas del auto y mantenerse alertas durante el semáforo rojo. Incluso en mi familia amorosa y no tradicional, la idea de tener un novio de raza negra era inconcebible: “Ni se te ocurra”.

Nunca pensé mucho en eso, y nunca me vi realmente como racista. Pero hace unos diez años regresé a mi casa natal y comencé a convivir con mi propia complicidad cada vez que familiares, amigos, conocidos y extraños caían de forma casual en el mismo lenguaje que había escuchado desde niña: “Ese trabajo es de negro”, para referirse a labores sencillas y mundanas. “Eso es una negrada” para cuando algo se hacía de forma mediocre o desordenada. “Está mejorando la raza”, cuando uno salía o se casaba con una persona blanca, algo que suele escucharse entre latinos de piel más oscura.

Año tras año, esas frases giraron a mi alrededor, y yo permanecí impávida y en silencio, cómplice por cobardía. Pero hace poco, Isabel, mi hija de 21 años, me retó. “Eso no está bien”, me dijo. “¿Por qué no dices nada?”.

¿Que por qué? Porque esa rara burbuja de empoderamiento latino de Miami-Dade, la cual incluye a multimillonarios latinos, un senador de los Estados Unidos, artistas, titanes de negocios, jueces y celebridades, nos ha desensibilizado. Siendo una latina blanca en este lugar, nunca me consideré una minoría. Hablaba español e inglés con plena libertad. Estaba orgullosa de mi cubanidad y de nuestro rol en el moldeado de la Miami moderna. Si alguna persona no hispana se enfurecía por eso, pues podía irse. Muchos así lo hicieron, y corrieron hacia el norte buscando condados que hablaran en inglés. No nos importaba. Nosotros ahora éramos la norma.

Sin embargo, ese poder e influencia que nos ganamos con esfuerzo nos ha separado emocionalmente de nuestra historia de origen. Nosotros los cubanos escapamos de Fidel Castro y abrazamos las libertades que había destruido: el derecho a hablar y leer con libertad, de tener propiedades y negocios propios, de celebrar elecciones legítimas y —en especial— de protestar contra el gobierno.

Ese trauma todavía persiste en nuestros cafecitos, baños en el mar y celebraciones de Noche Buena, porque, si lo piensas, 1959 no fue hace tanto tiempo. Es lo suficientemente reciente como para que los latinos blancos de Miami recuerden bien la opresión que nuestras propias familias superaron, y honren esa lucha defendiendo hoy a nuestros vecinos de raza negra.

Lizette Alvarez es una periodista que vive en Miami.

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