Los libros nos acompañarán toda la vida

Cuando eches a volar y tal vez añores tu dulce hogar, lo que te digo debes recordar, porque hay un amigo en mí.

Así comienza la letra en español de la canción You’ve got a friend in me, compuesta originalmente por Randy Newman para la película Toy Story y que muchos ciudadanos de nuestro país han incorporado a sus vidas al iniciar una nueva relación con los libros a raíz de la pandemia. A pesar del temporal en el reciente Sant Jordi, de las dificultades económicas derivadas de la guerra y del estado paranoico en el que nos encontramos casi todos después de los últimos dos años (o precisamente por ello), el sector editorial vive un momento de insospechado crecimiento en España. Cada vez va a ser menos cierto eso de que aquí no lee nadie. Hemos encontrado un nuevo amigo en los libros.

Quizás es que el mundo del entretenimiento puro y duro, del Zoom y de la dispersión tecnológica, por mucha utilidad práctica que ofrezca, deja un vacío tras el ajetreo. Nuestra naturaleza necesita más que productividad y estímulos. Más que distracción. La lectura, además de lo anterior, ofrece comprensión, consuelo.

El lector lee no solo para escuchar, sino para sentirse escuchado. Toda literatura no es más que la confirmación de que otros antes de nosotros han vivido, que nuestras penas y alegrías son iguales a las de tantas personas que dieron testimonio de ellas. Aunque nuestra experiencia personal es íntima e irremplazable, se parece infinitamente a todas las experiencias íntimas e irremplazables del mundo. Los libros, en última instancia, vienen a decir tranquilo, no estás solo.

A pesar de su rudimentario aparato (papel, tinta y costuras), el libro tiene una capacidad evocadora que a veces roza la magia negra, la ilusión. También es un diálogo.

Leyendo El Quijote conversamos verdaderamente con Cervantes, por absurda que parezca en primera instancia la afirmación. ¿Qué otra oportunidad tendremos de codearnos con una personalidad tan alta? Por fuerza, toda lectura va dejando un sedimento de su autor en nosotros.

Es posible que, leyendo más, nos estemos convirtiendo en un país mejor. O por lo menos más consciente. Yo lo veo así: con optimismo.

También hay mucho que aprender del profetizado ascenso del ebook que nunca llegó a ser tal. Es curioso que, en un mundo tan volcado hacia la tecnología, el libro digital siga representando, unos cuantos años después, una porción tan pequeña de la tarta (apenas el 7% de la facturación, según datos del Gremio de Editores de Cataluña).

Puede que al llevar una existencia tan mediada por lo virtual necesitemos del contacto físico, del objeto, y que acariciemos las páginas de un libro querido como se abraza a un viejo amigo. Además, el libro digital no deja huella. No hay constancia física de él. A título personal, sé que mi biblioteca es lo más parecido que tendré nunca a un salón de trofeos.

Me basta con dar un paseo por los alrededores de mi casa para comprobar que no soy el único que piensa así. El negocio florece. A tan solo dos calles, la nueva librería Antonio Machado, que se movió a su vez dos calles desde su antigua sede hasta la ubicación actual. El local que ahora ocupa era, anteriormente, una sucursal bancaria, con todo lo que eso tenga de poético para quien lo quiera ver.

Rozando el barrio de Chueca, la librería Amapolas en Octubre, de escasos tres años de vida. En la calle Génova, la maravillosa Pasajes, mi predilecta por contar con un gran fondo editorial en otras lenguas. Subiendo apenas unos metros, en la otra acera, La Cultural 12, recién abierta. La librería Santa Bárbara, en la plaza del mismo nombre, y la Gaudí, de arte. Otras muchas que ahora mismo olvido y que, en el próximo paseo, lamentaré no haber mencionado.

El hecho es que, en un radio de cinco minutos andando, tengo a mi alrededor una telaraña de librerías que son como pequeños templos de una religión que, en estos últimos años, no deja de crecer.

Si tuviera que poner un ejemplo de lo conocido como comercio de proximidad, nada mejor que estos santos negocios. Sé que este cogollito de Madrid no tiene por qué ser representativo del país, pero la realidad es que los fríos datos también lo apoyan: 2021 fue el mejor año para el sector en una década y todo parece indicar que 2022 lo acabará superando.

Confío en que esta comunidad de lectores siga creciendo en el futuro, como un gran grupo de amigos. Los libros nos acompañarán toda la vida. Cuidemos nuestra relación con ellos para mantener viva esa llama. Si por desgracia nos alejamos, vendrá bien recordar esa frase de Borges: “A diferencia del amor, la amistad no necesita de frecuencia”.

Siempre habrá oportunidad para el reencuentro. Los libros serán como ese viejo amigo del colegio con el que, da igual la edad que tengamos, reviviremos al juntarnos las trastadas a los profesores o los ligues de la adolescencia, recuperando a los cinco minutos una complicidad que llevaba siglos congelada. ¡Qué lealtad la suya!

Santiago Isla es escritor.

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