Los límites de la culpa alemana

Este mes marca el aniversario número 50 del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Alemania e Israel. La relación bilateral, nacida tras la aniquilación de los judíos europeos a manos de los nazis, se ha desarrollado hasta alcanzar gran solidez, pero la dilución del recuerdo del Holocausto entre los jóvenes alemanes, así como el declive de la reputación israelí en el ámbito internacional, últimamente han puesto en duda el discurso oficial de los vínculos “especiales” entre ambos países.

David Ben-Gurión, padre fundador y arquitecto de la reconciliación de Israel con Alemania, fue un pragmático empedernido. Sabía que forjar una relación estrecha, que incluyera reparaciones como impulso a las capacidades israelíes, sería de gran importancia para garantizar la supervivencia del nuevo país.

Por supuesto, las reparaciones (que se iniciaron en 1952) también sirvieron a los intereses de Alemania. La mejor manera de obtener reconocimiento internacional tras la Segunda Guerra Mundial fue expiar públicamente las atrocidades de los nazis y reconciliarse con la población judía mundial.

Pero en esos momentos no era tan clara la pertinencia de establecer relaciones diplomáticas plenas. El Canciller Ludwig Gerhard, temiendo que socavaran sus relaciones con los países árabes y, con ello, su objetivo de mantener una política imparcial en Oriente Próximo, se resistió hasta 1965 a las presiones israelíes en tal dirección. Incluso entonces la política alemana en la región siguió reflejando un consenso interno de que su responsabilidad por la seguridad de Israel debía equilibrarse con un esfuerzo por mantenerse neutral hacia sus vecinos.

De todos modos, a lo largo del último medio siglo la relación bilateral fue creciendo de manera formidable. Alemania es el principal socio comercial de Israel en Europa y el tercero a nivel mundial, tras Estados Unidos y China. Más aún, ha sido uno de sus aliados más estables, lo que se puede ver en su importante papel como proveedor de armamento. La Canciller Angela Merkel ha sido una firme defensora del país, como se ha podido apreciar en su discurso de 2008 al Knesset (el parlamento israelí), en que identificaba la seguridad de Israel como un elemento esencial de la Staatsraison de Alemania.

Pero Alemania parece cada vez más incómoda con tener que apoyar a Israel incluso cuando sus políticas son claramente reprobables. Setenta años después de la liberación de Auschwitz, ¿puede aguantar la relación bilateral la oleada de sentimiento antiisraelí que crece en Europa?

La historia no carece de ironías. La Alemania de posguerra sólo pudo recuperar legitimidad internacional a través de la reconciliación con el pueblo judío. Hoy la legitimidad de Israel se ve cuestionada en las instituciones internacionales y la opinión pública occidental por sus abusos hacia los palestinos.

Ha sido notable la inversión de los papeles. Tanto judíos como alemanes salieron de la Segunda Guerra Mundial como pueblos derrotados y dañados, gozando los primeros de una gran autoridad moral, mientras que los segundos carecían totalmente de ella. No obstante, en una encuesta de opinión mundial realizada en 2013 por el BBC World Service, Israel aparecía como uno de los países menos apreciados (justo por encima de Corea del Norte, Paquistán e Irán), mientras que Alemania era uno de los más populares.

El mejor ejemplo de este giro es la creciente aparición de comparaciones obscenas entre las políticas de Israel hacia los palestinos y el trato que los nazis dieron a los judíos. Un estudio realizado por la Fundación Berteslmann en enero mostró que un 35% de los alemanes no sienten la menor incomodidad al hacer esa conexión. En lo que podría presagiar un giro en la relación bilateral, la encuesta también reveló que el 58% de los alemanes cree que el pasado se debe archivar en la historia y un 62% desaprueba las actuales políticas israelíes.

Por supuesto, las ganas de Alemania de quitarse de encima la carga de la historia no son ninguna novedad. Ya en 1998 el intelectual Martin Walser atacó públicamente la omnipresencia de Auschwitz en la cultura de la memoria alemana, declarando que el Holocausto se había convertido un “garrote moral” para intimidar a todos los alemanes y mantenerlos “en un perpetuo estado de culpa”.

La postura de Walser representó un llamado desesperado a permitir que su país diera forma a una nueva identidad nacional que reflejara una decidida actitud de repudio al fascismo y abrazo a la democracia, en lugar de su muy lamentable (y lamentada) historia. Provocó una ovación entusiasta de casi todos los 1200 ilustres miembros del público de la Pauluskirche de Frankfurt, donde se le otorgaba el Premio de la Paz de la Asociación Alemana de Editores. La única excepción fue Ignatz Bubis, cabeza de la comunidad judía de Alemania.

A medida que las políticas de Israel se vuelven cada más difíciles de defender, va creciendo la voluntad de Alemania de dar forma a una identidad nacional independiente de la culpa del Holocausto. El poema “Lo que se debe decir”, escrito en 2012 por el fallecido escritor Günter Grass, que recibiera el Nobel de Literatura, puede parecer frívolo y cargado de clichés, pero eso no lo hace menos revelador de la creciente fatiga de la sociedad alemana con la paralizante memoria del exterminio judío. Grass no sólo define a Israel como “una amenaza a la paz mundial”, sino que también hace notar que ha permanecido en silencio tanto tiempo porque sus propios orígenes, “ensuciados por una mancha que nunca se podrá borrar”, le negaron el derecho a decir la verdad.

Como Grass, los alemanes (especialmente las generaciones más jóvenes que se sienten menos afectadas por los acontecimientos de la guerra) se están alejando cada vez más de la noción de que le deben a Israel ser sus partidarios silenciosos e incondicionales. De hecho, a medida que el gobierno de derechas israelí toma medidas para enterrar definitivamente la idea de una solución de dos estados, los alemanes se están uniendo a otros europeos para oponerse abiertamente a la política israelí hacia Palestina.

En pocas palabras, la culpa histórica ya no sirve para hacer que Alemania apoye las políticas isrealíes equivocadas, en especial cuando acaban por victimizar a otro grupo, los palestinos. Los actuales gobernantes de Israel deberían tomar nota de ello.

Shlomo Ben Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace. He is the author of Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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