Los matices del azafrán

El color azafrán de las túnicas de los monjes budistas ha servido para poner nombre a la rebelión que se está produciendo estos días en Myanmar. La revolución azafrán, encabezada en su inicio por columnas interminables de monjes que recorrían las calles de Yangón, está ocupando portadas sobre un país habitualmente ignoto para los medios.

La mirada occidental se ha centrado en la lucha entre el Gobierno militar y la oposición política personificada en Aung San Suu Kyi, pero el azafrán tiene muchos matices. El conflicto étnico representa un obstáculo incluso más fundamental y difícil de tratar para la consecución de la paz y la democracia. De hecho, la justificación habitual que la Junta militar hace de su mandato es su necesaria determinación de mantener el país unido.

Es bien cierto que la coalición de partidos que lidera Aung San, la NLD, alcanzó en las elecciones de 1990 la abrumadora mayoría, pero no lo es menos que el segundo partido fue una coalición de grupos nacionalistas de las minorías, a pesar de que la posibilidad de votar en las zonas fronterizas estuviera sujeta a muchas restricciones. En efecto, desde la independencia del país y dado que un tercio de la población que ocupa aproximadamente la mitad del territorio está formado por minorías étnicas, la guerra civil ha sido constante desde hace más de 50 años. Hasta hoy ha provocado más de 200.000 refugiados en los Estados limítrofes.

La inestabilidad de Birmania como entidad independiente parte ya desde el inicio de su independencia. De hecho, durante la Segunda Guerra Mundial, las etnias minoritarias apoyaron a los británicos mientras que las fuerzas nacionalistas birmanas se alinearon con el Ejército imperial japonés. Respetando su estructura política tradicional y sujetos directamente a la Corona se congraciaron con ellos como protectores frente a la mayoría birmana. Muchas de las etnias minoritarias se convirtieron al cristianismo. Las tropas Karen, Kachin, Shan, Chin, Wa y de otras minorías fueron fundamentales para frenar a los japoneses en su avance hacia India, que fue finalmente detenido en Kolima. Las atrocidades birmanas en las comunidades Karen del delta dejaron un enemistad profunda que continúa hoy. Cuando el Ejército británico se retiró concediendo la independencia tras la Segunda Guerra Mundial, muchas minorías creyeron que los ingleses les recompensarían con la independencia. Desgraciadamente, éstos tenían otras cosas en las que pensar. Para los Karen, como para los Nagas en India, la actitud británica fue lisa y llanamente una traición.

En un principio, el acuerdo de Panglong en 1947 entre representantes de diversas organizaciones políticas intentó crear una Birmania federal. La experiencia práctica del acuerdo una vez conseguida la independencia no fue satisfactoria y los movimientos guerrilleros comenzaron a actuar en las zonas de influencia de las minorías. Pero fue el golpe del 2 marzo 1962, del general Ne Win, el que eliminó cualquier tipo de autonomía, incluso para los Shan, primos hermanos de los tailandeses, que habían conseguido tener una influencia relativa en el Gobierno birmano. La guerra se recrudeció en toda su extensión a partir de esa fecha. El Tatmadaw, nombre del Ejercito birmano, adquirió una merecida fama de sanguinario con su política de los 'cuatro cortes', dejar a los insurgentes sin acceso a alimentos, recursos económicos, información ni civiles en los que apoyarse. Para ello no dudó en emplear su fuerza contra los civiles de etnias minoritarias provocando más de medio millón de desplazamientos internos en el país y más de 200.000 refugiados en Tailandia y otros países fronterizos. El Tatmadaw está acusado asimismo por las organizaciones internacionales de reclutar a niños soldado y utilizar como arma de combate las violaciones a mujeres.

A mediados de los años 90 y aplicando la táctica de la división, la SLORC, el Gobierno militar birmano, fue llegando a acuerdos con algunas guerrillas étnicas concediendo a sus organizaciones políticas, como en el caso de los Kachin y los Wa, un amplio territorio sobre el que éstas ejercerían su control como administración local. Se les otorgaban concesiones en la explotación de recursos mineros o forestales. Son los llamados 'grupos del alto el fuego'. En el caso de pequeñas milicias, guerrillas escindidas de organizaciones mayores, el Tatmadaw las convirtió incluso en colaboradoras a cambio de algunas dádivas.

Así poco a poco la Junta Militar fue neutralizando resistencias. Con todo, hoy en día siguen combatiendo tres guerrillas: La más importante y de gran predicamento incluso entre los 'grupos del alto el fuego' por su fuerza y arraigo manteniendo una rebelión que ya dura 60 años, es la Unión Nacional Karen (KNU) con su brazo armado, el Ejército de Liberación Nacional Karen (KNLA). Los otros dos son el Karenni National Progresive Party (KNPP), que representa a los Karenni, emparentados con los ya citados Karen, y el Shan State Army-South, una de las muchas guerrillas Shan. Aun debilitados y reducidos a pequeñas parcelas de territorio como estos tres grupos están hoy, podrían en una situación de crisis convertirse en importantes máquinas militares que apoyaran la rebelión. Eso sin olvidar que las guerrillas que llegaron a un acuerdo, y no lo olvidemos, mantienen su estructura militar en modo alguno renunciaron a las reivindicaciones que tenían acerca de sus pueblos.

¿Qué hacen mientras tanto los países limítrofes para apoyar una vuelta a la democracia de Birmania? Podría esperarse algún gesto de solidaridad de parte de la mayor democracia del mundo, India. Sin embargo, el dato cierto es que este mismo año ha contribuido a la Junta birmana con ayuda militar, vendiendo armamento pesado y ofreciéndose a entrenar al Tatmadaw en tácticas de contrainsurgencia. India tiene sus propias guerrillas independentistas en su zona fronteriza con Myammar (Nagaland, Mizoram, Tripura) y quiere colaborar mano con mano con los militares birmanos. Por otra parte, el interés indio por competir como potencia en la zona con China hace el resto. A China, bien es sabido que no le importa que el gato sea negro o blanco (léase dictadura comunista, de derechas o sin ideología), sino que cace ratones. En esas circunstancias los militares birmanos se sienten fuertes. Porque además la realidad es que en el concierto internacional nadie, o casi nadie, se atreve a inquirir a muchos regímenes totalitarios sobre su política de derechos humanos.

Por eso tiene tanto valor el gesto de la canciller germana, Angela Merkel, al recibir al Dalai Lama a pesar de las presiones de China para que no lo hiciera. Pekín gusta de amenazar velada y explícitamente con restringir sus relaciones comerciales a aquellos países que osan hacer el mínimo gesto crítico con su política de derechos humanos, o mejor dicho, con su falta de política. No hay visita de alguna persona desafecta al régimen comunista que no se intente boicotear. Lo irritante de la postura China es que se permite el lujo de decirte qué es lo que puedes y no puedes hacer por muy soberano que tú te creas, que para eso son el mayor mercado del mundo. En eso los comunistas chinos del siglo XXI se han quedado en la época del imperio. Ni siquiera Rusia se atreve a tanto con Occidente, a pesar de su bravuconería en el caso checheno. Harán falta más dirigentes que crean en valores más allá del día a día de la política, como Angela Merkel, para que las palabras sobre la democracia y los derechos humanos sean poco más que una fachada para Occidente.

Aitor Esteban