Los medios de comunicación contra las personas con problemas de salud mental

James Holmes, acusado de abrir fuego el verano pasado en una sala de cine colmada de gente en Aurora, Colorado, no tenía antecedentes penales, pero había estado yendo al siquiatra con anterioridad. Adam Lanza, sospechoso de asesinar a su madre y matar a disparos a 20 niños y seis empleados adultos de una escuela básica de Connecticut antes de suicidarse, nunca había tenido problemas con la ley pero se le había diagnosticado un “trastorno de personalidad”, así como el problema del desarrollo conocido como síndrome de Asperger. Anders Behring Breivik en Noruega, Jared Lee Loughner en Arizona, Seung-Hui Cho en Virginia… la lista de asesinos en masa que se definen por sus enfermedades mentales suma y sigue.

El hecho es que decidir matar al azar a un alto número de personas inocentes refleja una mentalidad profundamente trastornada que podría ser señal de una enfermedad mental. Sin embargo, contrariamente a lo que la gente tiende a creer, esto no significa que los enfermos mentales tengan tendencia a ser peligrosos o violentos. Esta creencia, y las noticias que la alimentan, refuerzan una estigmatización generalizada de las personas con problemas mentales, elevando su sufrimiento e impidiéndoles participar plenamente en la sociedad.

La percepción que tiene el público del riesgo de violencia asociado con las enfermedades mentales no se corresponde con los hechos. Por ejemplo, en Estados Unidos cerca de un 42% de los adultos cree que es probable que un chico con depresión sea peligroso. Pero, según la Asociación Siquiátrica Estadounidense, las personas con trastornos mentales, cerca de un cuarto de la población, cometen apenas de un 4 a un 5% de los crímenes con violencia. De hecho, el riesgo es pequeño, si bien es cierto que es más probable que los cometan si no reciben tratamiento o abusan del alcohol o drogas.

Por lo general, las experiencias personales refutan el vínculo entre enfermedad mental y violencia. Una encuesta realizada al público estadounidense determinó que, mientras un 68% de los adultos conocía al menos una persona que había sido hospitalizada por alguna enfermedad mental y un 10% conocía a cinco o más en esa situación, solamente un 9% había sufrido amenazas o daños físicos por esa persona. Quienes están en contacto de manera estrecha y frecuente con enfermos mentales, como sus familiares y los profesionales de la salud mental, son los que menos tienden a creer que representen un peligro.

Esta discrepancia entre experiencia y percepción se debe principalmente a los medios de comunicación, que suelen vincular las enfermedades mentales con actos de violencia. Un estudio realizado a noticias de periódicos estadounidenses determinó que un 39% de ellas ponían énfasis en la violencia o percepciones de peligro. En Alemania, la amplia atención mediática recibida por los ataques de dos personas con esquizofrenia a importantes políticos en 1990 reforzó la creencia del público alemán de que las personas con enfermedades mentales son peligrosas.

Particular atención reciben los actos de violencia que causan alta cantidad de muertes. Inevitablemente, el público busca alguna explicación, y los medios harán lo posible por encontrar un vínculo con la enfermedad mental: por ejemplo, comentarios de conocidos sobre el comportamiento “extraño” o poco sociable de los acusados, o relatos sobre sus interacciones previas con profesionales de la salud mental.

Al mismo tiempo, los abogados defensores pueden intentar reducir el grado de culpabilidad al aducir demencia, como en el caso de Breivik tras haber asesinado a 77 personas en protesta por el multiculturalismo que, afirmaba, amenaza a Noruega. Aunque rara vez este enfoque funciona (Breivik fue sentenciado a 21 años de cárcel), se informa ampliamente en los medios, con lo que en la mente del público se vincula el crimen con la enfermedad mental.

La percepción de que las personas con trastornos mentales son peligrosas es global, pero predomina más en los países en desarrollo que en el mundo desarrollado. La gran excepción es Estados Unidos, donde la facilidad de acceder a armas de fuego contribuye a uno de los más altos índices de homicidio (y el más alto por armas de fuego) de entre los países desarrollados.

Puesto que las matanzas múltiples ocurridas en Estados Unidos concitan el interés internacional, las noticias de los medios que subrayan la enfermedad mental del hechor o que describen alegaciones de demencia ayudan a dar forma a las percepciones globales sobre el tema. Cuando Loughner disparó a 19 personas en 2011, entre ellas la congresista Gabrielle Giffords, el mundo entero se mantuvo pendiente de la noticia, así como de la evaluación ordenada por la justicia de su estado de salud mental.

De hecho, al otro lado del planeta el periódico The Australian mencionó a Giffords 160 veces en los seis meses posteriores al incidente, frente a apenas una mención en los 12 meses previos. Si bien los tiroteos masivos son muy raros incluso en EE.UU., la cobertura de los medios de comunicación refuerza constantemente las percepciones negativas en el país y en el exterior. De este modo, bien puede ser que EE.UU. esté exportando este estigma al resto del mundo.

De manera similar, los antecedentes de trastornos mentales de Cho recibieron gran cobertura. Más aún, se hicieron públicos dos años después, lo que avivó el vínculo entre su crimen (asesinar a 32 personas y herir a otras 17 antes de cometer suicidio) y sus problemas mentales.

En este contexto, tienen importancia global las iniciativas del Presidente Barack Obama para limitar el acceso a las armas de fuego, entre las que se incluyen intensificar los requisitos de control de antecedentes y elevar los fondos destinados a programas de salud mental para jóvenes. Si bien esto último es un paso positivo que tiene el potencial de contribuir a la seguridad física de los estadounidenses, es crucial que no contribuya a reforzar la percepción de que las personas con trastornos mentales son peligrosas. En lugar de ello, los legisladores y los medios de EE.UU. deberían aprovechar su influencia internacional para reducir este estigma en todo el mundo.

Anthony Jorm, a former president of the Australasian Society for Psychiatric Research, leads the Population Mental Health Group at the Melbourne School of Population Health, and is Chair of the Research Committee of Australian Rotary Health. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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