Los menos son los más

Penguin Random House, la compañía editorial, tenía previsto celebrar el centenario de Norman Mailer con una selección de sus escritos más conocidos. Pero ha suspendido los planes de publicación. ¿Por qué? Una de las piezas llevaba por título ‘The White Negro’, y ‘negro’ se ha convertido en una palabra impronunciable en los Estados Unidos. El caso es que un empleado de la editorial ha levantado la liebre delante del juez. Nuevo siniestro ocasionado en el mundo de las letras por los guardianes de lo políticamente correcto.

Detalle importante: Mailer lleva muerto desde el 2007. No existe por tanto razón alguna para que no se extienda el mismo trato a otros autores pretéritos. La lista de los que osaron estampar ‘negro’ sobre una cuartilla incluye a John Steinbeck (‘De ratones y hombres’), Faulkner (‘El ruido y la furia’) o Mark Twain (‘Las aventuras de Huckleberry Finn’). ¿Qué vamos a hacer con ellos? Bien, ya empezamos a hacer algunas cosas. Un editor de Alabama ha expurgado ‘Las aventuras de Huckleberry Finn’ de los epítetos que habían desplazado la novela extramuros del currículo escolar. Entre ellos, cómo no, figura ‘nigger’, vertido ahora como ‘esclavo’. ‘Esclavo’ no significa lo mismo ni abriga las mismas connotaciones que ‘negro’. Ello no arredra a los zelotas, perfectamente comparables con quienes ocultaron, tras un paño de pureza, los genitales de Adán en el fresco de Miguel Ángel.

Los menos son los másDejemos correr la imaginación. ¿Llegará un momento en que las versiones originales de nuestros grandes clásicos sean inencontrables, salvo que se acuda a santuarios reservados a los estudiosos? ¿Tendremos que aferrarnos a nuestras bibliotecas domésticas, formadas antes de que los custodios del nuevo orden entraran a saco en el legado cultural de Occidente? Vaya usted a saber. Lo indudable es que está pasando algo, que lo que está pasando no tiene ninguna gracia, y que pintan bastos para la libertad, el pensamiento y lo que antes se llamaba ‘ilustración’. ¿Cuál es el origen de esta calamidad, cuyo epicentro son los Estados Unidos y que, por simpatía, empieza a afectar a las democracias liberales del resto del planeta?

No se deben ignorar, por supuesto, peculiaridades americanas derivadas de la cuestión racial. Pero no se trata solo de eso. El sesgo muchas veces ‘cultural’ que han adoptado las depuraciones sugiere claves, hechos, tendencias, de índole más esotérica. Yo tiraré solo de uno de los hilos de la trama. En 1964, Herbert Marcuse sacó un libro que todavía resuena en los anales de la literatura revolucionaria: ‘El hombre unidimensional’. Faltaba un cuarto de siglo para la caída del muro y no se había verificado aún el atasco del Estado Benefactor que conduciría a la reacción neoliberal de los setenta. Es conveniente recordar que, durante los cincuenta y primera mitad de los sesenta, el nivel impositivo era notablemente más alto en los USA que en Europa. Las reformas de Roosevelt y más tarde el esfuerzo bélico realizado durante la Segunda Guerra habían propiciado en los USA un fuerte protagonismo del Estado, sin que ello obstara para que prosperasen, a la vez, los negocios y las expectativas individuales. Esta es la tesitura en que Marcuse llega a la conclusión de que la ruptura revolucionaria anticipada por Marx no tendrá lugar. Los trabajadores, domesticados por la sociedad de consumo, son una causa perdida y nunca tomarán el Palacio de Invierno. En vista de ello Marcuse imprime un giro radical a la soteriología marxista ortodoxa: suprime de su agenda a la vieja clase universal, esto es, el proletariado, y da un puntapié a las relaciones de producción, que en la teoría marxista son el combustible que impulsa la historia. En las páginas finales de ‘El hombre unidimensional’ apela a una categoría política inédita, la de los ‘parias y los marginados, los perseguidos y explotados de otras razas’. Los ‘outsiders’ son interesantes para Marcuse porque entran en contradicción con los principios de la mayoría adaptada, no, principalmente, por su situación socioeconómica: renta relativa, grado de bienestar, etcétera. En fin, habrán de ser ellos, los periféricos por uno u otro concepto, los que acompañen al intelectual en su lucha contra el sistema. La revolución, a partir de ahora, no se hará desde las fábricas. Se promoverá subvirtiendo las categorías morales vigentes en cualquier sociedad que haya cometido el error de adherirse al capitalismo.

Aunque existen precedentes clarísimos, para esta enmienda al todo, en la historia política y religiosa, se observa una especie de parentesco o correlación entre las violencias contraculturales de los sesenta y los lemas y consignas de las vanguardias históricas: futurismo, dadaísmo o surrealismo. Lo evidencia mayo del 68. Los obreros de mono azul no se ausentaron de las cadenas de montaje de la Renault para buscar la playa debajo del pavés. Sí lo hicieron los estudiantes, adornando con un donaire bretoniano la alianza revolucionaria entre los trabajadores y los intelectuales.

Los USA han añadido al cóctel un ingrediente autóctono que remite a las brujas de Salem, la Ley Seca y el moralismo, dimensión que se superpone incongruentemente al envite de Marcuse o las facecias parisinas del 68. Sea como fuere, persiste el ataque a los valores establecidos, a lo largo de un recorrido que comprende el sur y el norte, el este y el oeste. De una misma tacada, tanto en el país americano como en sus réplicas europeas, se han incluido en el Índice la agricultura transgénica, la globalización, las explotaciones ganaderas, los morfemas de género, el rosa para las niñas, el azul para los niños, el galanteo, la teología como opuesta a la ‘tealogía’ (‘teo’, Dios; ‘tea’, diosa), las películas de vaqueros, la raza caucásica, los pantalones con coquilla, la dieta cárnica, el museo, el canon artístico, musical y literario, la lidia, las profesiones de Semana Santa y lo que se ponga por delante.

Los menos, alegando los derechos, la justicia y la igualdad, están procediendo a la condena sumaria de los más, vivos o muertos. Desde el no-lugar al que se ha replegado la ideología revolucionaria, ha sido declarado reo de lesa democracia el mundo conocido. Maravilla la docilidad con que se han sumado a la corriente administraciones, políticos y medios de comunicación. Mientras tanto, a estribor, afilan sus cuchillos y preparan la contraofensiva Trump, Víctor Orban y compañía. Que Dios nos coja confesados.

Álvaro Delgado-Gal es escritor.

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