Los mercados ante el ‘Brexit’

Hasta mediados de los años 90, era comúnmente aceptado que la cotización de una moneda en flotación libre (es decir, sin restricciones de cambios ni intervenciones significativas por parte del Banco Central) podía deducirse de tres parámetros fundamentales: a corto plazo, por el diferencial de los tipos de interés; a medio plazo, por la situación de la balanza por cuenta corriente; y, a largo plazo, en función de la paridad de poder de compra. Si bien siguen siendo importantes a la hora de tomar decisiones (por ejemplo de inversión en una moneda), el nivel actual de movimientos de capitales, en particular a corto plazo, son de tal naturaleza que los convierten en meros indicadores que no se trasladan necesariamente a su cotización. O al menos no en el corto plazo, y desde luego no hasta que los desequilibrios sean de tal envergadura (por ejemplo, un déficit por cuenta corriente superior al 5 ó 7% sobre el PIB) que las percepciones de los actores económicos y financieros los consideren “insostenibles” (es decir, no “financiables espontáneamente”, para el ejemplo anterior).

No hay que buscar fantasmas donde no existen. Los especuladores o los programas de alta frecuencia (lanzamiento de órdenes de compra/venta por parte de ordenadores en base a algoritmos) que actúan actualmente en los mercados financieros y de cambios pueden llegar a ser catalizadores, pero no tienen la fuerza suficiente para provocar cambios significativos y, sobre todo, duraderos, a menos que la marea de fondo (indicadores económicos y financieros) así lo justifique y lleve a los llamados inversores institucionales (bancos, empresas multinacionales, fondos de inversión, fondos de pensiones, compañías de seguros, etc.) a tomar decisiones al respecto.

Esta situación hace que los únicos actores que pueden, en definitiva, hacer cambiar las percepciones de los mercados sean los bancos centrales ya que poseen los medios para intervenir en los mercados sin limitación alguna, siempre y cuando los desequilibrios no sean de tal naturaleza que no hagan creíble la amenaza. En este contexto es donde hay que situar el éxito de Mario Draghi cuando dijo que haría todo lo necesario para salvar al euro.

La reacción inicial de los mercados ante el Brexit fue del todo racional ante la incertidumbre económica generada, en particular respecto al futuro de la City, y que no había sido “descontada” en las cotizaciones: devaluación significativa de la libra esterlina y bajada generalizada de los mercados de valores. Sin embargo, hasta hace unos días parecía que los mercados de valores (que no los de cambios) parecían haber recuperado las pérdidas inicialmente registradas. No era de extrañar, pues en los dos últimos meses fue tomando cuerpo la posibilidad de que o bien el Brexit no se acabaría produciendo (posibilidad de un segundo referéndum, el actual Parlamento Británico no votaría el cambio de status o un acuerdo con la UE desfavorable, nuevas elecciones donde los electores podrían expresar sus deseos con más pausa y conocimiento) o bien se produciría un acuerdo con la UE que permitiría al Reino Unido mantener las ventajas de su acceso al mercado único (el llamado Brexit “blando”).

Sin embargo, tras el posicionamiento de la primera ministra May de los últimos días hacia una defensa del control estricto de la fronteras del Reino Unido, incluidos los flujos migratorios, y la respuesta inequívoca por parte de la UE (tanto de los presidentes Juncker y Hollande como de la canciller Merkel, con el fin de evitar un efecto contagio en el seno de la Unión) en el sentido de que el acceso al mercado europeo presupone la libertad de movimientos de personas, un Brexit “duro” parece, a día de hoy, el escenario más probable. En resumen: una zona de libre cambio en bienes y servicios entre el RU y la UE que mantendría la eliminación actual de todos los aranceles pero que dejaría las regulaciones en manos de cada parte, lo que significaría dejar a la City expuesta a la introducción de futuras restricciones y acabaría con el pasaporte europeo para las empresas radicadas en el RU. Los movimientos de capitales seguirían gozando de plena libertad en función del código de la OCDE al respecto. Sin duda, este hecho provocaría una reducción del comercio (tanto de bienes como de servicios), una reducción de las inversiones y una deslocalización de empresas.

En este contexto, la pregunta es: ¿si usted tuviera que administrar unos fondos, propios o ajenos, los invertiría en libras esterlinas? La respuesta es clara: yo tampoco, a menos que las expectativas de beneficio (devaluación de la libra hasta un nivel suficientemente bajo) compensen los riesgos asumidos. Pues eso. La cuestión es hasta dónde deberá bajar la libra. Solo lo sabremos cuando se materialice el acuerdo de salida del RU de la UE.

Víctor Andrés-Maldonado es licenciado y MBA por ESADE. Fue funcionario de las instituciones de la UE de 1986 a 2012.

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