Los mercados financieros se engañan con Irán

Tras el asesinato en un ataque estadounidense del comandante de la Fuerza Quds iraní Qassem Suleimani y la represalia inicial de Irán contra dos bases iraquíes usadas por tropas estadounidenses, los mercados financieros entraron en modo de huida del riesgo: el petróleo se encareció un 10%, las bolsas de Estados Unidos y del mundo cayeron algunos puntos porcentuales y los rendimientos de los bonos seguros se redujeron. Pero poco después, y pese al riesgo continuado de un conflicto entre Estados Unidos e Irán y las consecuencias que eso tendría para los mercados, ver a ambos lados dispuestos a detener la escalada calmó a los inversores, y los movimientos de las cotizaciones se revirtieron (llegando incluso a nuevos récords).

Este giro es reflejo de dos supuestos. En primer lugar, los mercados dan por sentado que ni Irán ni Estados Unidos quieren una guerra total, con el riesgo que supondría para el régimen iraní y para las perspectivas de reelección del presidente estadounidense Donald Trump. En segundo lugar, los inversores parecen convencidos de que un conflicto no tendría grandes consecuencias económicas. Al fin y al cabo, hoy la importancia del petróleo como insumo para la producción y el consumo es mucho menor que durante los últimos casos de shock petrolero, por ejemplo la Guerra de Yom Kippur (1973), la Revolución Islámica iraní (1979) y la invasión iraquí a Kuwait (1990). Además, Estados Unidos mismo se ha convertido en un importante productor de energía, las expectativas de inflación son muy menores a las de décadas pasadas, y hay poco riesgo de que los bancos centrales respondan a un shock petrolero subiendo los tipos de interés.

Pero ambos supuestos son claramente errados. Aunque el riesgo de una guerra total parezca bajo, no hay razones para creer que las relaciones entre Estados Unidos e Irán volverán al statu quo anterior. La idea de que un ataque sin víctimas a dos bases iraquíes basta para satisfacer la necesidad de represalia iraní es sencillamente ingenua. Esos cohetes iraníes no fueron sino la primera andanada en una respuesta que se irá intensificando conforme se acerque la elección presidencial estadounidense de noviembre. El conflicto no se detendrá y puede incluir agresiones a través de intermediarios regionales (incluidos ataques contra Israel), enfrentamientos militares directos sin llegar a guerra declarada, intentos de sabotaje contra instalaciones petroleras sauditas y de otros países del Golfo, obstáculos a la navegación por el Golfo, terrorismo internacional, ciberataques, proliferación nuclear, etcétera. Cualquiera de estos elementos puede llevar a una escalada no intencional del conflicto.

Además, hoy la mayor amenaza contra la supervivencia del régimen iraní no es una guerra declarada sino una revolución interna. Como una invasión de Irán es improbable, el régimen puede sobrevivir a una guerra (a pesar de los grandes daños de una campaña de bombardeo aéreo) e incluso salir beneficiado, al conseguir que la población se una en su apoyo (como sucedió brevemente en respuesta al asesinato de Suleimani). A la inversa, una guerra total y el consiguiente resultado de encarecimiento del petróleo y recesión global provocarían un cambio de régimen en Estados Unidos (el más intenso deseo de Irán). Así que Irán no sólo puede permitirse una escalada, sino que tiene todos los incentivos para hacerlo (al principio usando intermediarios y guerra asimétrica, para no provocar una reacción inmediata de Estados Unidos).

Igualmente errado es el supuesto sobre el efecto de un conflicto en los mercados. Es verdad que Estados Unidos hoy depende menos del petróleo extranjero que en el pasado, pero hasta un ligero encarecimiento puede iniciar una desaceleración a más escala o una recesión, como sucedió en 1990. Si bien un shock petrolero mejoraría las ganancias de los productores estadounidenses de energía, los beneficios serían menores a los costos para los consumidores de petróleo estadounidenses (empresas y familias). En el agregado, el gasto privado y el crecimiento en los Estados Unidos se desacelerarían, lo mismo que el crecimiento en todas las grandes economías que son importadoras netas de petróleo, entre ellas Japón, China, la India, Corea del Sur, Turquía y la mayoría de los países europeos. Finalmente, aunque los bancos centrales no suban los tipos de interés después de un shock petrolero, tampoco les queda mucho margen para una mayor flexibilización de las políticas monetarias.

Según una estimación de JPMorgan, un conflicto que impida por seis meses la navegación por el estrecho de Ormuz puede encarecer el petróleo un 126%, a más de 150 dólares por barril, lo que sentaría las bases para una grave recesión global. E incluso una disrupción más limitada (por ejemplo, un bloqueo que dure un mes) puede aumentar el precio a más de 80 dólares por barril.

Pero estas estimaciones no llegan a expresar cabalmente la relación del precio del petróleo con la economía global. La necesidad de sectores y países dependientes del petróleo de acumular stocks precautorios puede provocar un encarecimiento muy superior a lo que indica un modelo básico de oferta y demanda; el riesgo de que Irán ataque instalaciones petroleras o bloquee rutas marítimas importantes crea una “prima de miedo”. Así pues, incluso una ligera suba del petróleo a 80 dólares por barril puede generar un episodio de huida del riesgo sostenido, en el que las bolsas de Estados Unidos y del mundo caigan al menos un 10%, lo que a su vez afectará la confianza de inversores, empresas y consumidores.

No hay que olvidar que el año pasado hubo una importante reducción global del gasto en capital de las corporaciones, por el temor a una escalada en la guerra comercial y tecnológica sinoestadounidense y la posibilidad de un Brexit “duro”. Y justo cuando estos riesgos (es decir, el “valor de opción de la espera”) comenzaban a menguar, apareció uno nuevo. Dejando a un lado el impacto negativo directo de un encarecimiento de la energía, el temor a una escalada en el conflicto entre Estados Unidos e Irán puede aumentar el ahorro precautorio de las familias y reducir el gasto en capital de las empresas, lo que debilitaría todavía más la demanda y el crecimiento.

Además, incluso antes de la aparición de ese riesgo, algunos analistas (entre los que me incluyo) advertimos que este año el crecimiento puede ser tan débil como en 2019. Los mercados e inversores aguardaban un período de flexibilización monetaria y el final de los riesgos extremos asociados con la guerra comercial y el Brexit. Muchos observadores del mercado esperaban que la desaceleración global sincronizada de 2019 (una caída del crecimiento a 3%, contra 3,8% en 2017) terminara y que este año el crecimiento se acercara a 3,4%. Pero esta mirada no tiene en cuenta muchas fragilidades remanentes.

Ahora, pese al optimismo de Wall Street, incluso una ligera reanudación de las tensiones entre Estados Unidos e Irán puede hundir el crecimiento global por debajo del nivel mediocre de 2019. Un conflicto más grave que no sea guerra total puede encarecer el petróleo a mucho más de 80 dólares por barril, con un posible ingreso de las bolsas a territorio bajista (una caída del 20%) y freno al crecimiento global. Finalmente, una guerra total puede llevar el precio del petróleo por encima de 150 dólares por barril, con el resultado de una grave recesión global y una caída de más del 30% en las bolsas.

Aunque por ahora la probabilidad de una guerra total sigue siendo baja (no más de 20%, en mi opinión), las chances de volver al statu quo anterior al asesinato son incluso menores (digamos, 5%). Lo más probable es una escalada de la situación hacia una nueva área gris (conflicto indirecto y choques directos de nivel inferior a una guerra) en la que el riesgo de guerra total habrá aumentado. En esas nuevas condiciones, el optimismo actual de los mercados no sólo parecerá ingenuo, sino directamente irracional. Hoy el riesgo de freno al crecimiento o incluso de recesión global es mucho mayor que antes y está en aumento.

Nouriel Roubini, Professor of Economics at New York University's Stern School of Business and Chairman of Roubini Macro Associates, was Senior Economist for International Affairs in the White House’s Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund, the US Federal Reserve, and the World Bank. His website is NourielRoubini.com. Traducción: Esteban Flamini.

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