Los miedos del hermano menor

La imagen que el pueblo cubano posee de Raúl Castro surge de una anécdota convertida en leyenda popular. Los hermanos Beatón, unos guerrilleros que lucharon contra Fulgencio Batista, también se rebelaron, enseguida, a los pocos meses del triunfo revolucionario de 1959, contra Fidel Castro. El comandante en jefe envió a su hermano Raúl a sofocar la rebelión de la familia Beatón, sublevada en el macizo montañoso de la Sierra Maestra. Raúl, para neutralizar a los amotinados, fusiló públicamente a varias decenas de sus colaboradores. La prensa, que entonces no estaba todavía maniatada, conmovió a la opinión pública con la descripción de los hechos.

Fidel le envió un mensaje a su hermano: «Por favor, Raúl, modérate con los fusilamientos notorios, nos son muy perjudiciales, a nadie le gusta los derramamientos de sangre». A lo que el menor de los Castro le contestó: «No te preocupes, que los voy a comenzar a ahorcar, para que nadie nos pueda acusar más de derramar una gota de sangre».

Con la repentina enfermedad de Fidel Castro, en julio de 2006, se puso de manifiesto una verdad que ya ni la más sofisticada retórica puede ocultar. La llamada Revolución cubana es un paraíso del nepotismo. En ella no prevalece el mérito real de sus seguidores, sino la adhesión y la fidelidad de aquéllos que componen el círculo de aduladores con mayor cercanía al clan familiar.

Los ciudadanos cubanos seguimos en las manos de un Castro. Raúl Castro, el siempre incondicional hermano menor, el ministro que lleva más tiempo en el ejercicio de su cargo. Desde 1959 está al frente del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR).

Adelantándose algunos meses a la inminente caída de los gobiernos socialistas de Europa del Este, en 1989, los hermanos Castro enjuiciaron, como si fuera un circo romano, a Arnaldo Ochoa, el más famoso y victorioso de los generales subordinados a Raúl: el triunfador de la guerra de Somalia en apoyo a Etiopía.

La figura de Raúl Castro se ha convertido en intocable. Se trata de mantener el equilibrio dentro de la dinámica del control amedrentador que ejercen los numerosos mecanismos militares y paramilitares que interactúan en el sistema.

Sin embargo, uno de los dos hombres que realmente mandan en el archipiélago haciendo uso y abuso de los miedos -el único general de Ejército que tenemos en nuestra tierra-, Raúl Castro Ruz, siente temor. Temor a no ser tan sutil y precavido como su hermano mayor para saber detectar a los potenciales disidentes cuando todavía no han roto el cascarón. Para adelantárseles poniéndoles en estricta vigilancia.

A pesar de tener a su diestra a todo el aparato de terror fidelista, Raúl se encuentra aterrorizado. Siempre ha sido el segundo al mando y teme que las personas no se le subordinen por menosprecio a su poca capacidad. Él nunca ha contado con los métodos de exaltación y culto a la personalidad de los que disfruta su hermano mayor.

También teme que los generales a los que obligó a ensuciarse las manos en presencia de todo el pueblo cubano -al fusilar al general Arnaldo Ochoa-, le den un golpe de Estado para entregarlo a sus adversarios políticos como pieza de negociación. Él sería la figura principal para ir al patíbulo. En un juicio internacional podría ser acusado por los genocidios cometidos, en los años 60, contra los guerrilleros anticastristas de la cordillera de Escambray, en la zona central de Cuba. También podría ser condenado por los crímenes de lesa humanidad que ejecutaron los oficiales subordinados a él contra aldeas, tribus, etnias y naciones completas en Angola, el Congo belga, Guinea Bissau, Etiopía, Mozambique, Namibia o Nicaragua. Ante la ausencia física de su hermano Fidel, el ministro de Defensa se transforma de facto en la figura más emblemática, a la que se exige cuentas por los excesos de la Revolución cubana.

A pesar de que trata de mostrar una imagen afable ante un mundo que ahora lo observa, Raúl no abandona sus recurridas prácticas de considerar a todos los pobladores de la isla como insubordinados necesitados de orden, control y vigilancia. A Raúl Castro lo embargan sus miedos de hermano menor.

Guillermo Fariñas, periodista y disidente político cubano en huelga de hambre. Este artículo, inédito, pertenece al libro Radiografía del miedo en Cuba.