Los milagros no existen, tampoco en economía

En ocasiones, actuar de manera diligente y correcta implica asumir decisiones dolorosas y muy costosas. Porque los milagros, raramente existen. Tampoco en economía. Y quien diga que todo se soluciona por arte de magia bajando impuestos, aumentando el gasto y/o interviniendo en el mercado, miente. El sátrapa de Putin nos ha empujado al mundo occidental a esta situación. Lo correcto es hacer lo que estamos haciendo; es decir, imponer sanciones a Rusia para llevarla al límite y tener así un mayor poder de negociación en el posible acuerdo que ponga fin a la invasión de Ucrania. Los costes ya los estamos padeciendo, pero no queda más remedio si lo que pretendemos es pararle los pies a todos aquellos que ponen en peligro la democracia liberal.

Es cierto que el impacto de la estrategia llevada a cabo es todavía más doloroso porque descansa sobre ya la maltrecha economía de postrimerías de la pandemia. Desafortunadamente, los cuellos de botella en las cadenas globales de suministros y las dificultades en la distribución de energía a un precio razonable, en especial el gas, no serán algo nuevo para nosotros. Y los efectos sobre la capacidad de consumo de los hogares no son lineales, por lo que las consecuencias de la guerra pueden marcar un punto de inflexión negativo para muchas familias. Si nos parece que el 7,4% de inflación del mes de febrero (3% de inflación subyacente) es una cifra desmesurada, muy previsiblemente la de marzo será mucho peor.

Y aquí es donde debe entrar la política económica. Dada la premisa de que los milagros no existen en economía, lo primero que deben hacer nuestros políticos es transmitir un mensaje transparente y de confianza, tanto por parte de los que hoy se sientan en el Consejo de Ministros como por los que son oposición. Lo que menos necesitamos ahora mismo es generar más confusión, incertidumbre, miedo y polarización. En este sentido soy pesimista. Si con una pandemia no hemos conseguido altura de miras a un lado y otro del tablero político, mucho me temo que esta vez tampoco será diferente.

Pero más allá de la envoltura del mensaje, conviene afinar bien en el contenido que se transmite. Aquí aparecen dos posibles medidas. La primera es el pacto de rentas. De esto depende que la inflación siga siendo transitoria y que podamos volver a la normalidad de cara a la última parte del año. La tentación de subir los salarios es muy elevada, pero es pan para hoy y hambre para mañana. Si entramos en una espiral de mayores salarios-menores márgenes-subida de precios-mayor inflación-mayores salarios, el final del camino es una estanflación que implicará un ajuste mucho más doloroso.

La segunda medida precisamente tiene como objetivo aliviar la situación momentánea del aumento de precios, en especial en los colectivos más vulnerables. Aquí debemos hacer sacrificios todos. La energía debe ser el centro de actuación, ya que es donde encontramos la mayor escalada de precios. En las próximas fechas volveremos a ver récords históricos en el precio del megavatio/hora. Aunque soy un firme defensor del sistema marginalista, ya que en una situación normal es el más eficiente y el que garantiza de manera eficaz la transición energética, debemos poner coto a los beneficios caídos del cielo. Esto tiene razón de ser dada la excepcionalidad del momento y a la exogeneidad del encarecimiento del precio del gas y de otros combustibles fósiles. Estos ingresos extra deberían servir para subvencionar la factura de los consumidores. La munición de las bajadas de impuestos ya la hemos agotado en 2021, por lo que no tenemos mucho más margen en este campo de actuación.

El Gobierno también debe hacer frente a ajustes en algunas partidas de gasto. La coyuntura justifica las modificaciones presupuestarias con el fin de dotar de mayor crédito a aquellas partidas destinadas a la transferencia de renta con destino a los ciudadanos con una mayor probabilidad de sufrir las consecuencias negativas de la crisis. Estas ayudas, en todo caso, no deben ser generalizadas por dos motivos: 1) no todos disponemos de la misma capacidad para soportar con garantías el momento económico actual. 2) Las cuentas públicas no están para muchas fiestas. Una deuda pública cercana al 120% y un déficit de alrededor del 6%, ambos medidos en relación con el PIB, no invita a hacer grandes desembolsos, por lo que es preciso centrar los recursos allá donde más hace falta, es decir, sobre las personas que se indican en el primer punto.

Predecir la duración y las consecuencias del conflicto es una tarea muy compleja. En el mejor de los casos en unas semanas podemos atisbar su fin y una pronta recuperación de la normalidad. En este escenario lo razonable es pensar que, a finales de año, gracias al efecto base y al alivio de los cuellos de botella, podamos ser optimistas de cara el futuro más inmediato. O bien, podemos entrar en un escenario de una guerra de larga duración que, como ya sucedió en Kosovo, acabe siendo necesaria una mayor implicación de los miembros que conforman la OTAN, y nos adentremos en otra etapa de la historia con consecuencias imprevisibles. Este último panorama presenta muchas más sombras que luces.

En cualquier caso, estas propuestas solo sirven de amortiguadores, pero bien ejecutadas pueden servir de mucho para quien más lo necesita. Conviene hacer mucha pedagogía y asumir que el sacrificio merece la pena, ya que de lo que se trata es proteger nuestro bien más preciado que es la libertad. Piense sino en el sufrimiento que están experimentando los ucranianos durante estos últimos días. Es un deber ser solidarios con quienes peor lo están pasando, tanto en Ucrania como también dentro de nuestras fronteras. Se puede mitigar parcialmente el empobrecimiento de los españoles pero, ya saben, los milagros no existen. Tampoco en economía.

Santiago Calvo es analista económico.

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