Los milagros no existen

De forma recurrente, en este país aparece el fantasma del fracaso escolar y se cuestiona el sistema escolar y a su profesorado. Hace más de 25 años, cuando en mis aulas no había recién llegados, ni tampoco existía la LOGSE, y a los 14 años muchos chicos y chicas dejaban la escuela, ya se hablaba del famoso fracaso escolar. Pese a todo, creo que es muy positivo que la sociedad hable de educación. Una sociedad que se aprecia a sí misma debe hacer siempre más esfuerzos para mejorar la educación de sus niños y jóvenes. La educación es la mejor herramienta que tenemos para conseguir una sociedad armónica, cohesionada y próspera. Pero la educación no es una responsabilidad solo de maestros y maestras. La educación es una labor difícil en la que intervienen muchos factores y muchos personajes: la familia, los medios de comunicación, los gobiernos, los pedagogos, la organización del trabajo, la distribución de la riqueza, las propuestas de ocio, los valores imperantes, etcétera.

Ahora ha salido de nuevo el tema, a partir de un estudio de la Fundació Bofill y del Informe PISA. Pero, ¿qué dice, en realidad, el estudio? Son dos cosas las que han aparecido en los medios de comunicación: que nuestros adolescentes sacan peores notas escolares que los del resto del Estado y de Europa, y que la cantidad de jóvenes que abandonan los estudios a los 16 años es también superior a la media europea y de otras comunidades autónomas. ¿Es esto un fracaso escolar? Más detalladamente, veremos que los estudios (incluido el PISA), nos sitúan en los primeros puestos en equidad escolar, lo que significa que la educación actual, y sobre todo la educación pú- blica, consigue paliar las grandes diferencias de nuestra sociedad. ¿No es esto un éxito de la labor escolar?

En Catalunya, en los últimos años, se han incorporado al sistema educativo miles de niños y jóvenes procedentes de otras culturas, con grados muy desiguales de escolarización y con problemas econó- micos y sociales importantes. Los centros públicos están escolarizando al 85% de este alumnado, así como a la mayoría de hijos e hijas de las clases sociales más desfavorecidas (solo cabe recordar que los centros concertados seleccionan social y económicamente a su alumnado, y además gozan de una doble financiación: la pública y la privada). Frente a esto, ¿no supone un éxito el grado de integración y convivencia existente en la gran mayoría de centros públicos? Más aún, ante un mercado de trabajo que solo pide mano de obra barata y que ofrece trabajos precarios a sus licenciados, ¿por qué nos extraña que sus jóvenes abandonen los estudios? Finalmente, si tenemos en cuenta que, como dicen también los estudios, Catalunya es uno de los lugares, del Estado y de la UE, en los que menos se invierte en educación, ¿podemos hablar de fracaso escolar o estamos hablando de un fracaso social en el ámbito escolar?

Esto no significa que no deba hacerse todo lo posible por mejorar los resultados escolares. Tenemos que mejorar nuestro sistema educativo, evidentemente. Pero esto debe hacerse en la dirección adecuada y con los recursos necesarios, pues los milagros no existen y los docentes no somos superhombres.

Los chicos se pasan 30 horas semanales en las aulas y, por lo tanto, debemos empezar por cambiar lo que ocurre en ellas. Y esto es, precisamente, lo que nadie propone. Intelectuales, políticos y técnicos, generalmente sin experiencia docente con niños o adolescentes, elaboran propuestas, reformas y leyes que responden más a intereses partidistas y económicos que a las necesidades reales de la educación.

Para mejorar las condiciones materiales en las aulas, es necesario una inversión en educación muy por encima de la actual: instalaciones, aulas, material y, sobre todo, el suficiente profesorado para poder dar clases en condiciones y poder atender al alumnado con dificultades, ya que el número de alumnos por aula que tenemos actualmente es una auténtica aberración. Para mejorar pedagógicamente el trabajo en el aula, hace falta una nueva y mejor formación inicial y permanente del profesorado, recursos pedagógicos y nuevas metodologías. Es necesaria una racionalización de los currículos, menos propuestas erráticas por parte de la Administración (sexta hora, planes múltiples, cambios de leyes constantes...), unos materiales didácticos adecuados, y tiempo suficiente para poder trabajar en equipo y reforzar la tutoría. Para que las condiciones humanas mejoraran, sería necesario que nuestros niños y jóvenes hubieran aprendido un mínimo de normas y de respeto por los adultos, estuvieran motivados para el estudio y presentaran menos problemas afectivos. Eso hace imprescindible unos horarios laborales que permitan a los padres atender a sus hijos, así como un mercado laboral que incentive la buena formación. Finalmente, necesitamos más centros públicos de 0-3 años y de personas adultas.

Por desgracia, las propuestas de la nueva ley de educación de Catalunya no van en esta dirección: todo lo contrario. De hecho, no solo no es una ley que parta de un análisis pedagógico, sino que ni siquiera es original. Términos como "autonomía de centros", "direcciones profesionalizadas", "gestión privada de los centros públicos", "evaluación", "municipalización"... son fórmulas que emanan de las directrices del Banco Mundial, la UE y la OMC, y van en el sentido de introducir la educación dentro de las leyes del mercado, mercantilizándola, para favorecer a las empresas privadas. Además, su aplicación en algunos países (Gran Bretaña, Bélgica, EEUU), no solo no ha mejorado el sistema educativo, sino que ha creado una mayor desigualdad en la educación.

¿De verdad queremos mejorar la educación para todos nuestros chicos, o se trata de una cortina de humo para acabar privatizando la educación, tal como se está haciendo con el resto de servicios públicos?

Rosa Cañadell, psicóloga, profesora de secundaria y portavoz de USTEC STEs.

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