Los minutos de la basura

Los electores y militantes socialistas podemos estar de enhorabuena: nuestros dirigentes han pasado a primer plano y nos liberan de culpa. En estas elecciones no solo se ha producido un cambio político, sino también sociológico. Los padres han continuado votando a partidos tradicionales, mientras que los hijos e hijas indignados han pasado a la nueva política. Quienes votan Ciudadanos han cambiado con un guiño de complicidad (al final acabaremos entendiéndonos), pero quienes apoyan a Podemos han asumido la retórica sustitutoria que impregna al nuevo partido, que aspira a demoler al PSOE. Esto ha traído problemas personales algo desgarradores, pero ahora sabemos lo sucedido.

Hemos descubierto que lo fundamental no es la educación o la sanidad, ni acabar con la reforma laboral, disminuir la desigualdad social, adoptar medidas de regeneración democrática, acabar con el saqueo de la Seguridad Social o diseñar un sistema impositivo justo, sino mantener la unidad de España. No nos engañemos, no ganaría respaldo el PSOE olvidando esto último. Pero tampoco pensemos que si es lo fundamental seremos elegidos los socialistas, y no el PP o C’s. Pensar que la unidad de España estaría más garantizada con Emiliano García Page o Susana Díaz como líderes que con Pedro Sánchez es discutible. Además, si era tan importante, los apologistas deberían haber hecho esta reflexión en los recientes debates sobre el programa electoral. Y debería haber partido de gallegos, valencianos, catalanes o vascos, donde Podemos es ya una fuerza hegemónica en la izquierda, y no de la España del Sur, más convencional en votos.

En realidad, estas disputas han sido frecuentes en nuestra historia. El presidente de Aragón, Javier Lambán, lamentaba las críticas a dirigentes socialistas: “Son unos referentes”. También lo son Besteiro, Prieto y Largo Caballero, que acabaron la Guerra Civil como la empezaron, sin entenderse. Uno pactando con Franco, los otros escindiendo la organización en el exilio, y todos abominando de Negrín, el único con visión de futuro. Desde la refundación del partido, yo, que he sido afiliado, senador, miembro de ejecutivas regionales y de la federal, alto cargo del Gobierno, he visto de todo: la escisión del sector histórico, la bronca del marxismo sí/no, la pelea entre guerristas y renovadores, y sucesivos intentos de frenar que el partido quedara en manos de gente que no se consideraba de confianza. Los que hicieron la puñeta a Borrell; quienes intentaron frenar la candidatura de Zapatero; aquellos que reventaron la presunta pequeña minoría de Carme Chacón en el congreso de Sevilla o los que defendieron sin entusiasmo a Eduardo Madina frente a Pedro Sánchez no han sido los mismos, pero sí sus argumentos. Esto es lógico en un partido democrático, pero también en el que, como proclamaba un ilustre compañero de ejecutiva, “todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío”. Un grupo muy disciplinado que se convierte en un aquelarre en las vísperas de cada congreso. Puedo ser paranoico, pero este último espectáculo, nunca visto, recuerda a los idus de marzo, sin dejar de reconocer que, como decía Marco Antonio en el funeral del Julio César de Shakespeare, todos los conjurados son personas honradas.

Puede interpretarse que defiendo a Pedro Sánchez. No es así. No le voté; su equipo me parece una mezcla de buena gente y de otra mediocre; su campaña no me ha gustado, y creo que ha dejado el relato del legado del gobierno de Rodríguez Zapatero en manos del PP y de Podemos (desastre y recortes), sin hacer un balance serio; al PSOE le sobra autoritarismo y el mantenimiento de una fe ciega en la promoción interna; Zaida Cantero e Irene Lozano, con todo respeto, no son las líderes sociales que esperábamos. Creo que, como decía Azaña, el respeto en España es revolucionario.

Pero los electores socialistas no merecemos que nos representen resentidos, ni ambiciosos obsesivos. Ni debemos acudir a unas elecciones anticipadas con el único reclamo ideológico de la unidad de España. Antes de las pasadas dejé escrito que lo fundamental era que cada cual aclarara con quién quería pactar y en qué condiciones. Vistas las opciones, habrá que escoger el mal menor, que puede ser intentar cambiar la política social y hacer regeneración democrática en el Parlamento, dada la imposibilidad de formar Gobierno. El PSOE se ha jactado de aquello en lo que ha fracasado: pactar la alternativa. Y si no se hace así, los responsables pagarán los platos rotos, me temo que por última vez.

Octavio Granado fue secretario de Estado de la Seguridad Social entre 2004 y 2011.

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