Los misterios de la información

Desde que a los sabios de la aldea les ha dado por llamar relato a la realidad, estamos metidos en un laberinto de la imaginación –¡qué metáfora más guapa!–. Cuando leemos no es para enterarnos, y cuando sabemos algo no es porque lo hayamos leído. La información de diseño es flácida, como los relojes de Dalí.

“Un ladrón de joyerías pone una tienda a su madre para vender las alhajas robadas”. Ese era el titular que el lunes me dejó literalmente conmovido. Aparecía en el diario más leído de España y cerraba el notición con este subtítulo: “El establecimiento ha sido clausurado en Madrid por blanqueo de capitales”. A cinco columnas y abriendo página impar. Algún día, si viene a cuento, les referiré una serie de obviedades que diferencian en los periódicos las páginas pares de las impares. Mandan siempre, impares. Es un principio que se estableció con el nacimiento de la imprenta.

Un ladrón de joyerías, al parecer butronero, esa gente que hace un agujero y te vacía el establecimiento de manera tan rápida y eficaz como una empresa de mudanzas. Pero ¡y el gesto de ponerle a su madre una tienda! Ya sabíamos por unos versitos de González Tuñón, Raúl, que interpretaba el Cuarteto Cedrón, que todos los ladrones tienen una madre a la que adoran, pero regalarle un “loft de diseño” para que mamá se ocupe del género, resulta una novedad. ¡Un loft de diseño! ¿Y qué es un loft de diseño para vender joyas? El chaval –¿o era un curtido presidiario? ¿ecuatoriano, serbio o aragonés?– invirtió 35.000 euros en abrir el local.

Las únicas informaciones precisas se reducen a que el loft era de diseño y los 35.000 que costó. No sirven para un carajo, pero ayudan a crear la imagen de que al lector le estás dando una información que para sí quisieran los que no compran el diario. ¿O no? Otra interpretación posible sería: te doy lo único que tengo porque el servicio de prensa de la policía me ha mandado este correo electrónico y no me voy a poner a indagar; nadie me paga para eso.

Y el loft de diseño y la madre y el ladrón ¿dónde están? Lo que ocurre, ¿dónde ocurre? En Madrid. “Madrid es una ciudad de más un millón de cadáveres (según dicen las últimas estadísticas)”, escribía Dámaso Alonso en un libro de poemas del año 1944. Pero de entonces acá, Madrid ha crecido y aunque sigue llena de cadáveres, ahora son muchos más. En qué Madrid están la madre, el ladrón y el loft de diseño. ¿En la zona nacional de Serrano-goya, en Lavapiés, Chamberí, Vallecas o Villaverde Bajo? Todo es Madrid, pero nada es igual. Madrid es hoy una ciudad mucho más diversa que Barcelona, con permiso del personal; prometo no repetirlo. Ocurrió en Barcelona, ocurrió en Madrid, es tanto como decir que no tenemos ni idea de dónde ocurrió, o que nos da lo mismo. Se imaginan un artículo de sucesos en The New York Times –¿existe la sección de Sucesos en The New York Times o se llama Tendencias? Por cierto, la tendencia es que han aumentado los homicidios en Catalunya de una manera exponencial, el 33%, ¡página par, muchacho!– se imaginan, digo, un artículo en The New York Times diciendo que los hechos ocurrieron en Nueva York, así, sin más. Denunciarían a la policía por ocultación de datos y pondrían al periodista a dar tickets de aparcamiento.

Pero no es sólo eso. El ladrón que quería convertir a su madre en emprendedora del ramo de la joyería –no tengo ni la más mínima intención de burlarme de la dama, ni siquiera del hijo, un butronero, un oficio como cualquier otro, que cobra en negro y se evita el IVA; hay quien le da por tapar agujeros en las casas y se le llama albañil, paleta en autóctono, y otros agujerean las paredes de los edificios; por lo tanto, no es mi intención herir el honor y la dignidad de ese caballero respetuoso con su madre y apreciador del encanto de las joyas, ¡una cultura!– consiguió algo valoradísimo en estos tiempos, “ganancias enormes”. No tratándose de ningún dirigente bancario cabe preguntarse cómo lo hacía, y durante cuánto tiempo logró esas “ganancias enormes”. ¿Las llevaba a una caja de ahorros o se las guardaba en un calcetín o tras una loseta del baño? Lo digo porque los ladrones son muy serios cuidando su dinero, no son tan aventados como nosotros que ponemos los dineros aquí o allá sin garantía alguna. Los ladrones no se fían de los anuncios, no sólo porque no leen los periódicos y menos aún las secciones de Economía. Incluso la mafia es de un gran rigor en eso de colocar sus capitales, fíjense si serán serios que jamás sale ni una línea sobre ellos y sin embargo es la primera fuente económica del país, ¿o no?

Pero si usted avanzara en la lectura de este retrato del periodismo cotidiano llegaría a enterarse de que “los miembros de la banda llevaban un tren de vida fuera de lo común, con almuerzos en los mejores restaurantes y coches de superlujo”. Ustedes nunca llegarán a saber ni cuántos eran, ni cómo se llamaban, pero ven, aquí hay una prueba de lo aguda que es la información de diseño. Los ladrones leen al menos la sección gastronómica de los diarios. ¿Cómo podrían saber si no cuáles son los mejores restaurantes, que además son lo más caros? Si no fueran los más caros, la policía, que no es tonta, no hubiera detectado que iban a “los mejores restaurantes”. Si usted en Barcelona cena y almuerza en Ca l’isidre con regularidad, tendrá a la policía encima; es caro, muy caro, por lo tanto figura entre los mejores restaurantes en el ránking gastronómico del modesto cuerpo policial. Porque ellos, “la madera”, come siempre el “menú del día”, y sin vino, y si es posible cambian el postre por un café cortado.

Y pensar que el gran Nabokov dedicaba una de sus clases, en el Wellesley College, a explicar con minuciosidad el viaje en tren de Anna Karenina entre Moscú y San Petersburgo. “La policía ha clausurado en Madrid una joyería regentada por una mujer cuyo hijo formaba parte de una banda dedicada a desvalijar joyerías y otro tipo de establecimientos con técnicas sofisticadas”. Eso es todo, ni siquiera sabemos qué “otro tipo de establecimientos”. ¿Quioscos de periódicos? Probablemente no, aunque cabe la duda de que impresionados por el acoso mediático a que sometemos a los delincuentes se decidieran arruinarnos definitivamente y llevarse los paquetes de devoluciones, y todas las revistas del corazón, empezando por Pronto y terminando por Hola. Una catástrofe si además les da por arramblar con la prensa deportiva.

Si algún periodista normal de un país normal, no hace falta que sean Woodward y Berstein, le dicen que en un diario se ha publicado una información sobre un ladrón de joyerías que puso una tienda a su madre para vender las alhajas robadas, y que en las 5 columnas que conforman 53 líneas, no hay ni un solo dato, nada, todo humo, se muere de cirrosis. Madrid, un loft de diseño, una madre emprendedora, unos señores que roban, que comen bien y que conducen coches de alta gama. La única novedad informativa es una referencia elogiosa al GOIT (Grupo Operativo de Intervenciones Técnicas), que con la próxima vez que oiga hablar de él ya serán dos. Es decir que no sólo no contamos nada, sino que agradecemos a los amables policías del GOIT el escaso interés que nos han prestado. Y eso apareció exactamente a menos de una semana de la autocelebración del Día Mundial de la Libertad de Prensa. Todo resulta una humillación de tal envergadura que provoca estupor. ¿Cómo hemos llegado a esto?

En la fiesta de los premios más sonoros del periodismo hispano intervino Elena Ochoa, aquella chica que algunos conocimos cuando se dedicaba al sexo, dicho sea sin pretensiones de ofender: fue una excelente sexóloga televisiva. Hoy, siguiendo el diseño del relato, me atrevería a decir que constituye el intelectual de nuevo tipo. ¡Gramsci, olvídame! Ella formuló una frase que llegó a conformarse como titular y que yo creo que resume muy bien nuestra angustia. “El periodista será más necesario que nunca”. No me cabe duda. Mi inquietud es la de ¿para qué?

Gregorio Morán.

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