Los mitos de la demografía

Hace bastantes años, cuando yo daba los primeros pasos en la ciencia de la población, un buen señor me preguntó: «Y ¿usted en qué trabaja?». Le dije: «Soy demógrafo». «¿Y eso qué es?» –me espetó. «Pues mire –le conté en un lenguaje pretendidamente sencillo–, los demógrafos estudiamos los que nacen, los que se mueren, si en un país hay emigrantes o inmigrantes, cuántos jóvenes y mayores tenemos..».. El individuo me escudriñó de arriba abajo y me soltó «Pues vaya oficio de los coj… que tiene usted».

Las cosas han cambiado mucho desde entonces y hoy cuando confiesas tu vocación de estudiar la población nadie se extraña y hasta en el «¡ahh!» con el que te responden adivinas una valoración positiva y hasta una pizca de admiración. Y es que existe una mayor conciencia de que los asuntos demográficos forman parte de los retos más importantes que tiene planteados la humanidad: la globalización, el cambio climático, la digitalización y la inteligencia artificial, pero también la fuerte caída de la natalidad, las migraciones o el envejecimiento.

Y como suele ocurrir con los temas que tienen profundidad, cada vez hay más gente que ofrece su opinión sobre las cosas que estudia la ciencia de la población, desgraciadamente no siempre con los conocimientos suficientes para un juicio certero. Evidentemente en materia de población, como en casi cualquier otra disciplina social, hay muchas cosas discutibles. Las opiniones sobre un determinado asunto pueden ser diferentes y eso es razonable, normal y enriquecedor. Lo que no resulta lógico es la defensa de tesis que sin apoyatura en informaciones objetivas responda simplemente a ciertos condicionamientos ideológicos o al simple desconocimiento de las cosas. Y eso ocurre con frecuencia en temas de población.

Hay muchos ejemplos de lo que podríamos llamar los mitos o prejuicios demográficos. Uno de los tópicos más frecuentes tiene que ver con la inmigración, o, al menos, con cierto tipo de inmigración.

Se puede estar de acuerdo con ella o no y en ese sentido cualquier opinión es respetable. Lo que no resulta razonable es que para descalificarla se empleen argumentos que no tienen la menor apoyatura estadística. Con frecuencia, para justificar una pretendida «invasión», se sobredimensionan las cifras reales de inmigrantes de forma particular los que entran en el país de forma ilegal. Incluso algunos llegan a afirmar que por la propia inmigración o por la mayor natalidad de sus mujeres la población inmigrante puede llegar a ser en el futuro mayor que la autóctona. En particular esta afirmación se hace de la población musulmana que es uno de los colectivos más sobredimensionados. Hay un cierto temor a su presencia basado en el hecho cierto de sus especiales peculiaridades culturales y religiosas que lo convierten en el grupo con mayores dificultades de integración. Eso es cierto e indiscutible. Ahora bien, su tamaño actual (alrededor de un 5 por ciento de la población europea) y el hecho de que a escala internacional la población musulmana ya no aumente como antes debido a la fuerte caída de la natalidad, permite pensar en una reducción de la intensidad de las corrientes futuras y hace prácticamente imposible que lleguen a ser la población dominante en el continente. Además y pese a las soflamas natalistas de los yihadistas lo cierto es que la natalidad de las segundas generaciones de musulmanes en Europa está cayendo y su comportamiento adecuándose a las pautas de la población nativa. Personalmente la inmigración que más me preocupa no es la islámica sino la que va a proceder de los países subsaharianos en donde las tasas de crecimiento van a ser todavía muy fuertes. Europa, que necesita la inmigración, tendrá que establecer las políticas comunes de las que hoy carece para hacer frente a esas corrientes y que no se conviertan en un problema de difícil abordaje.

Todavía les hablaría de los mitos en torno a la natalidad o la longevidad que se traducen con frecuencia en injustificadas actitudes de edadismo. Pero eso será otro día. Lo que he pretendido con esta reflexión inicial es reivindicar la función de la demografía como ciencia que trabaja con rigor y con datos, con muchos datos que avalan sus análisis y conclusiones. Persigue reflejar la realidad de la manera más objetiva posible. Utilizarla para otra cosa o convertirla en avalista de lo que son auténticas fake news no forma parte de su ADN.

Nadie está en posesión de la verdad absoluta, pero es preciso evitar las verdades a medias, las que no se apoyan en datos objetivos, las mediatizadas por la ideología, o las que convienen para un determinado fin. Y de esas, en mi disciplina, desgraciadamente hay demasiadas.

Rafael Puyol es presidente de UNIR.

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