Los muertos mueren y las sombras pasan

La pregunta más reiterada hoy en España es: «¿Cuánto le queda por morir al muerto Ese? Porque nadie duda ya de que es un muerto muriente. «Pero el cadáver, ay, siguió muriendo», diríamos a la manera de César Vallejo. Embalsamado en su misma corrupción y a lomos de sus propios gusanos. Hoy, reunidos en Congreso Federal, dejarán de cantar la Internacional para acometer con brío, al unísono, el Rascayú. Tan apropiado. Todos (y todas), sopistas de la sopa gansa y de la pasta boba (ya lo decía la ministra calva: «Nosotros administramos dinero público, y el dinero público no es de nadie»).

Y, tras la primera pregunta, otra sobrevuela las cabezas que piensan: ¿Y qué más ha de suceder para que El Muerto muera del todo? Tiene a su amada esposa y a su dilecto hermano imputados. Igual que a su fiscal general y a punto de serlo quien fue a la vez su mano derecha y su mano izquierda (con una dirigía la congregación vermicular, al tiempo que trincaba con la otra a mansalva, por aquello de «que ni siquiera tu mano izquierda sepa lo que hace tu derecha»). Y a medio Gobierno bajo sospecha de corrupción, y a medio Psoe.

Los muertos mueren y las sombras pasan
TOÑO BENAVIDES

¿Qué ha de suceder para que El Muerto muera al fin? Nada. Todo. Da igual. No importa la gravedad de lo que se le descubra. Más de lo que ya se le ha descubierto, y... Si un día se le sorprendiese en el trance de asfixiar con la almohada a su señora para impedir, por ejemplo, que esta acuda a un notario, convencerá a la gusanera de que 1/ no es lo que parece, 2/ la culpa la ha tenido el neoliberalismo y el heteropatriarcado, y 3/ ha sido en legítima defensa y/o en defensa de la democracia, salvada in extremis de la fachosfera que iría seguro a presentarlo como un asesinato. ¿Y no asegura el Cis que de haber hoy elecciones arrasaría en ellas?

De modo que no hay nada que hacer. Dejarlos solos. Que sigan. Que se devoren. Que se monden los huesos. Viendo su voracidad, de muchos de ellos no quedarán ni las tabas. No hay nada que hacer, esperar el curso de su descomposición inexorable. Y en parte es así porque la oposición, a quien está encomendada la tarea de administrarle al Muerto la caritativa eutanasia, le suministra cada cierto tiempo unas oportunas grageas reconstituyentes (unos días en forma de desastrosa gestión en Valencia tras la DANA, otros, con una pleitesía a los parásitos de la Ugt en Barcelona, otros, en fin, sugiriendo un acuerdo con los separatistas catalanes o los nacionalistas vascos).

De modo que, señores de la triste oposición, si no pueden abreviar el espectáculo que Ese está dando a diario, dejen que El Muerto acabe de morir muriendo. Y empiecen a hacer algo positivo por el país. Pensar y proponer. Dejen a la prensa y a los jueces investigar, e instruir como hasta ahora, y si no pueden ustedes gobernar, pensar es el trabajo. Un trabajo muy noble. No se crucen de brazos esperando que les caiga del cielo la bicoca. Pensar el modo de revertir el daño que este Gobierno ha causado y causa a la convivencia, y a la igualdad, a las instituciones y al erario público (que no roben más; es contagioso). Porque la ley del péndulo, si no lo estorban ustedes mismos, les llevará un día a gobernar. En esa alternancia consiste la democracia. Por más que trate de impedirlo El Muerto, llevado hoy en Sevilla en una carroza tirada por un tronco magnífico de orugas como vi en Méjico una vez otra llevada por pulgas...

El presidente Rajoy pasará a la historia por su pusilanimidad. Pudo impedir los dos referéndums catalanes, y no lo hizo; derogar, cuando tenía mayoría absoluta, la ley de Memoria Histórica, que ha surtido de tantos lodos a La Moncloa y Ferraz, y tampoco... Aprendan de aquellos errores. Digan si, cuando lleguen ustedes (si llegan), todo seguirá lo mismo. Es preciso cambiar la ley electoral. Adiós a los privilegios de las minorías. Se trate de Teruel o de Gerona, de Guipúzcoa o de Soria. Un ciudadano, un voto. Ese es el busilis. Y que ese voto valga lo mismo en todas partes. La democracia española no necesita ya de tacatás. Si en Guipúzcoa o Gerona no lo entienden, seguro que en Teruel y en Soria sí, y si un voto vasco decide lo de Andalucía, que otro andaluz decida lo de Cataluña o lo del País Vasco. La minoría que quiere acabar con la nación española no puede gobernar de facto la nación española. Esto se da en primero de Juan de Mairena. Hay que reformar de arriba abajo la Ley de Memoria Democrática con la que han querido levantar su muro, y tantas leyes más. Y adiós también a cualquier Ministerio de Cultura, televisiones públicas e instituciones culturales dirigidas por sectarios y mediocres (y ya de paso, dignificar la estación de Atocha con el nombre de Benito Pérez Galdós). Adiós a los cupos, a los fueros medievales y a los conciertos fiscales hechos a medida de los más ricos y cerriles para contentarles de sus derrotas en las guerras carlistas. Cuántas cosas por hacer.

Es una de las elegías más emocionantes de la poesía española, pródiga en elegías memorables... «Van tres días que mi hermano Francisco no trabaja». La escribió Antonio Machado en memoria de su maestro y amigo don Francisco Giner: «Vivid, la vida sigue, / los muertos mueren y las sombras pasan; / lleva quien deja y vive el que ha vivido. / ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!».

Que ese otro Muerto siga muriendo, y dejemos que los muertos entierren a los muertos. Hoy en Sevilla. O donde caiga. Y «soñemos, alma, soñemos».

Andrés Trapiello, escritor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *