Los muros mentales de Israel (y III)

A lo mejor resulta que todos los países se han construido sobre una base de mentiras que se hacen denominar mitos, leyendas, tradiciones seculares, con las que se atiborra a los niños y se encandila a los mayores. España tiene una colección. Incluso países flamantes, véase Estados Unidos o Argentina, tienen mitos que han suministrado abundante literatura sarcástica pero en los que buena parte de su ciudadanía cree, y firmemente, porque además estamos en época de creencias fuertes y muy simples. Cuanto más fuertes más simples, y viceversa. Lo fascinante de Israel es que los mitos patrióticos construidos sobre mentiras, es decir prácticamente todos, han ido cayendo uno a uno por obra de ciudadanos israelíes o por judíos no sionistas, de donde no cabe deducir, como algunos avispados fanáticos del sionismo creen, que eso es la prueba del nueve de una sociedad democrática, sino por el contrario la demostración de que todo mito acaba sufriendo la hora de la venganza; su momento de la verdad.

La pasada semana, el martes 15 de mayo, fue en Madrid festividad de San Isidro Labrador infeliz coincidencia con el día de la creación del Estado de Israel en 1948. Digo lo de infeliz porque en lo único que no cabe duda alguna es del esfuerzo y el ahínco que los pioneros judíos pusieron para crear una nación en un lugar tan hostil como Palestina, mientras que el santo Isidro, apellidado Labrador quizá como sutil ironía, fue un modelo de holgazán que logró el insólito milagro de vivir del cuento rezador mientras los ángeles araban sus campos. Durante muchos años fue una verdad consolidada en Occidente - porque el sionismo fue y durante muchos años un fenómeno político eurocéntrico- que Israel se constituyó sobre una tierra desértica y deshabitada. De nada valían los campos de refugiados en Jordania ni en Líbano, ni el recordatorio de lo que denominaban los palestinos Nakba - el desastre-. Fue necesario que los nuevos historiadores israelíes ajustaran cuentas con su pasado para que se considerara todo ese período, y los que siguieron, con el nombre brutal y exacto de limpieza étnica. El más representativo de esos historiadores, Ilan Pappe, de la Universidad de Haifa, vive actualmente un aislamiento social y profesional que recuerda el de Sajarov en la antigua Unión Soviética, y se plantea abandonar el país e instalarse en una universidad británica.

Y sin embargo la leyenda funcionó en 1948 y siguió viva hasta la guerra de los Seis Días en 1967. Yo no recuerdo de nadie en el entorno antifranquista que tuviera la más mínima animosidad hacia el Estado de Israel, al contrario. Desde las estancias en los kibutz al emotivo recuerdo de que fue Israel, Polonia - obra del embajador Oscar Lange- y México, los tres países que se opusieron al ingreso de la España de Franco en las Naciones Unidas mientras no se reinstaurara la democracia. La hermandad de la dictadura española con las dictaduras corruptas de los países árabes fue una constante hasta el último día de la vida de Franco, tan sólo atenuada por algunos episodios como Sidi Ifni o la Marcha Verde marroquí.

Pero 1967 introdujo una paradoja que se convertiría en norma y muro mental de la sociedad israelí. La ocupación de los territorios palestinos y al tiempo la ambición del Gran Israel - Heretz Israel- amparado en algo que no sólo traía recuerdos de otros regímenes abominables sino de pasar de ciudadano de un país libre a ocupante de territorios de otra comunidad, con la inevitable perversión que eso significa. La victoria de Israel sobre los países vecinos en vez de aumentar su seguridad lo hizo más vulnerable, y así la paradoja se fue convirtiendo en ley; cada victoria de Israel exigía más victorias y más violencia para mantener su seguridad. Ahí está otro de los mitos de Israel. En nombre de su seguridad, militarmente indiscutida ayer, hoy y mañana, Israel se consideraba una sociedad vulnerable, hasta el punto de que todo desde entonces se hace en función del mito de su seguridad. Absolutamente garantizada como Estado, pero frágil desde el momento que aumenta el volumen y la opresión de sus enemigos.

Si en algo coinciden actualmente historiadores y políticos sionistas como Slomo Ben-Ami (Cicatrices de guerra, heridas de paz. La tragedia árabe-israelí)con analistas judíos, veteranos soldados del sionismo como Sylvain Cypel (Entre muros. La sociedad israelí en vía muerta),y otros como Avi Shlaim (El muro de hierro. Israel y el mundo árabe),es en la apreciación de que la opinión pública mundial fue manipulada con eficacia y descaro en todas y cada una de las negociaciones de paz entre Israel y la OLP - que por cierto empieza a existir como una realidad política tras la ocupación de 1967-. Los diversos negociadores israelíes aprovechaban las reiteradas torpezas de los líderes palestinos, con Arafat a la cabeza, para dar al traste con cualquier acuerdo. Porque en el fondo Israel no quería negociar, lo que quería era aumentar su seguridad escamoteando la cesión de territorios. Bastaría citar las coincidencias de las negociaciones con los nuevos asentamientos judíos en territorios ocupados para que la trampa se hiciera evidente. ¡Cuánta sangre ha tenido que correr para que ahora tantos coincidan en tan poco! En la propia concepción del Estado de Israel está el muro mental que hace imposible la paz. Si a esto sumamos las características del mundo árabe, no sólo el palestino, su involución y su dinámica expansiva, el panorama es algo más que desolador.

Nunca ha estado más lejos la paz y nunca la crisis política de Israel y de los palestinos han llegado al punto actual; crisis y agotamiento. Cuando algunos fastuosos comentaristas señalan la similitud entre el problema palestino y el terrorismo de ETA se está haciendo una manipulación de bulto. El problema en Euskadi es que una minoría de la sociedad quiere imponer al conjunto de los vascos una opción política. En los territorios palestinos ocupados no es una minoría sino toda la población la que quiere la retirada del ocupante. Y aquí chocamos con uno de los mayores muros mentales. La dificultad de hacer un seguimiento de la sociedad y del Estado de Israel como la hacemos con Pakistán, Turquía, México, o Irlanda del Norte, por citar el más conflictivo. Cualquier análisis de Israel que se salga de los parámetros del sionismo gobernante, sea éste el que sea, corre el riesgo de los chantajes, las presiones o las descalificaciones. Sobre Rusia puede usted escribir las estupideces que le vengan en gana, siempre habrá alguien que le ría la agudeza, pero cuídese mucho de salir del camino trillado con Israel.

Bastaría un ejemplo. Cuando en 2002 se publicó el libro de Norman G. Finkelstein, La industria del holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío,(Siglo XXI editores) no recuerdo ni siquiera reseñas, no digo ya análisis, tratándose de un texto importante donde se desmenuza un fenómeno tan llamativo como es la asunción del Holocausto y su conversión en máxima prioridad en Estados Unidos, a partir de la victoria israelí de 1967 y la ocupación de los territorios palestinos, lo que contrasta con el desdén de los años anteriores. Y sin tener en cuenta la autoridad de Finkelstein, no sólo como historiador - que ya bastaría- sino por su pedigrí de judío cuya familia sufrió y murió en los campos de exterminio nazis.

La seguridad, afirman, está por encima de todo, y consiente todo tipo de desmanes. Los representantes diplomáticos europeos en Tel Aviv insisten en que los ciudadanos les hagamos llegar nuestras quejas sobre el trato humillante que se recibe en las salidas del aeropuerto Ben Gurion. Afirman que es el propio ministerio de Asuntos Exteriores israelí el que las solicita para presionar a los departamentos de Seguridad. Tonterías que me recuerdan aquellas viejas historias del policía bueno que te quería evitar los interrogatorios del policía malo. Han pasado quince años de mi anterior visita a Israel y puedo decir que sólo ha cambiado la ropa; antes eran soldados ahora son civiles, pero los niveles de grosería, chulería, agresividad y violencia son inauditos. En un artículo terrible lo denunció persona tan curtida como Manu Leguineche ( "Nunca volveré a Israel". El Mundo.11/ V/ 2002). "Nunca me he sentido tan atropellado en mis derechos como en Israel".

Fui testigo de variadas muestras de arrogancia e impunidad por parte de los servicios de seguridad del aeropuerto - los registros en Israel se hacen de salida, no de entrada- pero creo que la más fuerte fue la experiencia de una arquitecta madrileña a la que desnudaron y manosearon, aunque había advertido que tenía la regla, y a la que robaron, digo bien, robaron sus pertenencias, imagino que por razones de seguridad.Subió al avión con lo puesto y se echó al suelo llorando. Salió el capitán de la nave de Iberia, y las azafatas fueron testigos. (Tengo puntualmente anotado el vuelo por si hubiera alguna duda). Hablé con ella y no parecía dispuesta a denunciarlo; ni siquiera sabía si lo diría a sus jefes en Madrid. "Tengo que volver a Jerusalén y puedo perder el trabajo".

Decir que la sociedad israelí es la más democrática de la zona tiene el mismo valor que afirmar que la Sudáfrica del apartheid era hace unos años la sociedad más democrática de todo el continente africano. Allí debías ser blanco y adaptado al sistema, y aquí sionista y aprobador de la ocupación de los territorios palestinos. El mundo de las creencias profundas, de los pueblos elegidos, de las identidades únicas exigen pararnos a pensar por un momento sobre lo que realmente estamos hablando. Me impresionó mucho enterarme ahora, por los nuevos historiadores israelíes, que cuando a Ben Gurion, padre de la patria, y a Moshe Dayan, el general de las victorias, les preguntaron si creían en Dios, los dos respondieran que no. Eran ateos, pero afirmaban creer en El Libro.

Gregorio Morán

: Primera parte: Volver a Israel, para sufrir :

: Segunda parte: En Belén y sin pastores :