Los niños de la covid y el terraplanismo

Tenemos un problema cultural y puede que mental. No sabemos tratar con lo que conocemos y sabemos que es cierto. Y esta tara ha quedado más expuesta que nunca antes con la crisis de la covid. Todo el mundo (políticos, ecologistas, científicos, economistas, amigos, familia…) está empeñado en predecir qué pasará después sin centrarse en lo que nos está pasando ahora. Qué hacer con lo que vendrá ocupa tanto espacio que parece que no sepamos ya relacionarnos con lo que estamos viviendo cada día. Y me atrevo a decir que a mayor implicación en la gestión de esta crisis, más difusa resulta la relación con lo real.

Nuestra sociedad se ha sofisticado tanto a la hora de fabricar el futuro que ya no sabemos relacionarnos con lo que de verdad está pasando. Por eso el terraplanismo es una tendencia de nuestro siglo. Porque la verdad se ha convertido en un asunto inmanejable y es más habitual recurrir al delirio que al sentido común. ¿Tiene sentido pensar en 2020 que la tierra es plana? El hecho es que es una tendencia en auge desde que el trato con lo real se ha vuelto ingobernable. ¿Se imaginan gestionar una pandemia mundial en una sociedad con problemas objetivos para conectar lo que sabe con lo que hace, para reunir conocimiento y acción?

El equipo del Gobierno sí se lo imagina y está dejando de manifiesto la malísima relación que tienen los dirigentes actuales con lo que pasa en la vida real. Están tan ocupados en predecir lo que pasará dentro de un mes, de tres o de un año que aparecen extrañamente paralizados para proceder sensatamente aquí y ahora. Para actuar no con las mascarillas y los test que vendrán ni con las métricas que se depurarán ni con los datos fiables que alguna vez tendremos. Me refiero a hacer con lo que hay. Y aquí caemos en la paradoja de nuestro tiempo y que no es exclusiva de este Gobierno. Cuanto más clara se muestra la realidad, cuando más sencillo sería tomar una decisión, más delirante resulta la acción gubernamental. Estrategia que no es exclusiva de Gobiernos y aplica también a empresas, familias y toda suerte de instituciones.

Lo de los niños era fácil. Sin embargo, la relación de nuestros gestores con la vida de carne y hueso es directamente negacionista. Solo desde esta tesis consigo entender la gestión terraplanista del tema de los niños. Una gestión de este tipo requiere, en primer lugar, negar la evidencia. Es decir, el Gobierno tuvo que asumir que los niños no existen o que nunca habían visto uno. A lo mejor por eso se decidió primero que los niños eran unos sujetos extraños menores de 12 años. Después que los niños serían mejor sujetos extraños menores de 14. Y ahora mismo están analizando en un comité de expertos qué clase de sujetos son los que tienen entre 14 y 18, pues aún sin ser niños no llegan a ser mayores de edad. No obstante, después de mucho trabajo este comité podría haber concluido que esos sujetos han sido adultos desde que empezó el confinamiento y que podían salir a la calle desde el principio. Pena que no lo supieran ni ellos ni sus padres.

Bien, una vez demostrada una relación marciana con la realidad, la infancia en este caso, llega el consecuente delirio: proponer que los niños salieran en primer lugar a las zonas calientes de contagio. A saber: supermercados, centros comerciales, farmacias… Que después rectificaron y que bien está. Pero lo alarmante aquí es que este trato con la realidad no es lo propio de este Gobierno sino de nuestro tiempo.

Por ejemplo. Imaginen que todos los Gobiernos del mundo tienen información suficiente como para saber que atravesamos una crisis climática que pone en riesgo la vida de todos los seres humanos a medio plazo. Imaginemos que tenemos toda la información, todas las métricas, que sabemos lo que hay que hacer y que la ciudadanía está además concienciada. ¿Qué propondrán quienes nos gobiernan? Terraplanisimo climático sin duda: escenarios de futuro, fantasías, distopías y foros internacionales donde discutir sobre ellos y ver llorar a Greta Thunberg.

Digo más. Nosotros mismos, tenemos cada vez una relación más dudosa con nuestra conciencia. Podemos, por ejemplo, estar realmente preocupados por el maltrato de los animales destinados al consumo humano, observar cómo las crías de pollo se separan de la cáscara con una máquina y hasta llorar al ver en YouTube cómo mueren tantos pollitos aplastados. Y acto seguido celebrarlo con un batido de albóndigas. En el tema de los afectos el asunto empeora si cabe. Es decir, tampoco en la vida íntima somos capaces de conectar consecuentemente lo que sabemos con lo que decidimos. Que mi matrimonio va mal, pues intento arreglarlo con un segundo hijo, ya me entienden. Terraplanismo familiar.

Urge exigir a los políticos que regresen a la realidad y ya puestos, regresar nosotros cuanto antes. Nos va a hacer falta de manera inmediata y sería una buena costumbre de cara a sobrevivir. Mientras tanto, quienes tenemos hijos estamos de enhorabuena. Ya podemos salir a dar la vuelta a la manzana guardando la distancia social razonable. Este cambio y su sencilla ejecución ha supuesto horas de trabajo, varias ruedas de prensa y hasta una pequeña crisis de Gobierno. Así estamos.

Nuria Labari es periodista y escritora.

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