Los niños de los semáforos de Managua

Últimamente varios países han anunciado su intención de reducir su aportación a la cooperación en Nicaragua, ya sea por razones políticas o por un cambio de estrategia enfocado en África. Lo cierto es que la ayuda al desarrollo que los países más ricos destinan a los países que lo son menos está siendo muy cuestionada hoy. Este fenómeno se confirma con la publicación del libro Dead aid, escrito por la doctora por la Universidad de Harvard Dambisa Moyo, una especialista en ayuda al desarrollo con varios años de experiencia en el Banco Mundial. En este libro, haciendo referencia a algunos países de África, la doctora afirma de manera tajante que “la ayuda al desarrollo es mala y debe desaparecer”.

Desde septiembre de 2009 vivo en Nicaragua, donde trabajo para una institución internacional. En los semáforos de las calles de Managua es frecuente ver a niños pidiendo dinero. Durante mis primeros meses en Nicaragua acostumbraba a mantener unas cuantas monedas en mis bolsillos para ofrecerlas a estos chavales. Hasta que un día Manuel, un amigo nicaragüense, me advirtió de que, algunas veces, los padres de esos niños les confiscaban el dinero mendigado y lo gastaban en alcohol.

Es imposible calcular el número exacto de niños o niñas que viven en las calles en el mundo, pero se estima que hay decenas de millones. Algunas estadísticas sitúan la cifra en alrededor de 100 millones o más. Es muy posible que estas cifras aumenten a medida que crezca la población mundial y la urbanización siga avanzando. Son niños que deben afrontar esta situación debido a la violencia, el abuso de drogas y alcohol, la muerte del padre o la madre, crisis familiares, guerras, desastres naturales o, simplemente, por el colapso socioeconómico. En Nicaragua sigue siendo una realidad cotidiana.

Tras los comentarios de mi amigo Manuel decidí cambiar las monedas por unas galletas de chocolate rellenas de crema. Otro día, saliendo de la oficina, Michelle, una colega especializada en educación y derechos de la niñez, me comentó que, entregando galletas a niños a esa hora, estaba fomentando el absentismo escolar. Unos 67 millones de niños en edad escolar primaria se ven privados del derecho a la educación, de acuerdo a estadísticas de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Después de oír a Michelle solo entregaba galletas a los chicos por la tarde... Hasta que María, una conocida mía que trabaja en una ONG centrada en alimentación y seguridad alimentaria, me informó de que el valor alimenticio de esas galletas que regalaba era muy bajo.

A nivel mundial, más de un tercio de las muertes infantiles son atribuibles a la desnutrición. Un bajo peso al nacer (menos de 2.500 gramos) plantea graves riesgos para la salud de los niños. Se estima que, a nivel mundial, el 15% de los bebés que nacen sufren de bajo peso al nacer. Estos bebés tendrán un riesgo mucho mayor de morir durante los primeros meses y años. Los que sobreviven tendrán deterioros de la función inmune y es probable que permanezcan desnutridos durante toda su vida, con una reducción de la fuerza muscular, que sufran una mayor incidencia de diabetes y enfermedades del corazón y que tiendan a tener discapacidades cognitivas y un coeficiente intelectual más bajo. Esto afectará su desempeño en la escuela y sus oportunidades de empleo como adultos.

Así, las iniciales monedas de cinco córdobas que repartía se convirtieron finalmente en paquetes individuales de leche con barritas de cereales entregadas fuera de horario escolar.

El hombre lleva 2.000 años construyendo puentes; hemos logrado un nivel de perfección tan alto con estas construcciones a base de intentarlo una y otra vez, aprendiendo de los errores y perfeccionando la técnica. Y esto solo se ha logrado dotando de recursos de manera continua a la construcción de estas edificaciones.

La ayuda al desarrollo hoy no es perfecta: es lógico si pensamos que se inició apenas 50 años. Pero si queremos que la cooperación mejore su rendimiento, habrá que mantener los recursos a ella destinados. Porque acabar con la ayuda al desarrollo es, simplemente, una aberración. Primero porque nosotros somos, en parte, responsables de la pobreza de muchos de estos países. Segundo, porque la miseria de estos países se ha convertido ya en una realidad en nuestro territorio europeo. Prueba de ello es la situación a la que los países del sur de Europa deben afrontar derivada de los problemas de inmigración. Y tercero, por una simple cuestión ética: no podemos acabar con la ayuda al desarrollo, al menos hasta que deje de haber niños mendigando en los semáforos de Managua.

Miguel Forcat Luque es agregado para Asuntos de Cooperación de la Delegación de la Unión Europea en Managua. Las opiniones de este artículo no reflejan el punto de vista de la institución.

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