Los nueve primeros siglos de las Órdenes Militares

«Este es el camino. Recordad que los prestigiosos nombres de las Órdenes Españolas -Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa- son un patrimonio de España y de su historia que debéis administrar con rigor y generosidad, saber renovarlo, y actualizarlo permanentemente al servicio de nuestra sociedad y del mejor nombre de España […] adelante: seguid manteniendo el pulso y la vitalidad de nuestras Órdenes casi milenarias».

Así cerró S.M. el Rey la ceremonia de entrega a Sir John Elliott, en mayo del pasado año, del premio Órdenes Españolas en El Escorial. Ciertos rasgos significativos aparecen en las palabras del Monarca, que, no se olvide, es Gran Maestre de las cuatro Órdenes desde Fernando el Católico y Carlos I: el uso de las palabras renovar y actualizar como deber de las Órdenes, el calificarlas de casi milenarias y el felicitar por el premio recibido al eminente historiador británico Sir John Elliott, que por cierto había sido veinticinco años antes nombrado caballero por la soberana británica, en la categoría de Knight Bachelor existente desde el siglo XIII. Un hombre tan sabio como modesto que termina su libro «Haciendo historia» con la frase que lo define como «el testimonio de un historiador que ha intentado comprender». Ecos del non ridere, non lugere neque detestari, sed intelligere, de Spinoza.

Viene al caso lo que antecede, pues algunos de los que más se esfuerzan por renovar y actualizar piensan que una manera de hacerlo sería acudir de nuevo a las concesiones regias a través de la merced de un hábito. Por supuesto tales mercedes estarían aisladas de cualquier contraprestación, como ocurre en muchos lugares y épocas.

Pero el eco más revelador del propósito del premio Órdenes Españolas está en la elección de su galardonado este año, el profesor Miguel Ángel Ladero Quesada, eminente especialista en la historia de la Corona de Castilla desde el siglo XIII al XV, otro sabio para quien «el conocimiento histórico es […] un proceso […] para explicar y comprender mejor las realidades del pasado en sí mismas y en su proyección sobre el presente». Sin duda, pues, otro «historiador que ha intentado comprender», en las antípodas de quienes, en palabras de Carmen Iglesias, condesa de Gisbert, se dedican a «manipular el pasado, propio del pensamiento totalitario».

En el fondo de toda discusión sobre la historia está la verdad, por presencia o por ausencia. S.A.R. Don Pedro de Borbón Dos Sicilias, Duque de Calabria, citó en su discurso del premio de 2018 parte de otro pronunciado en 1792 por el IX Duque de Híjar, Comendador Mayor de la Orden de Alcántara, lleno de vigor y grave prevención tal vez debida a los tiempos revolucionarios que corrían ya por Europa: «Ciencia sin Verdad es ignorancia; hombría de bien sin Verdad es quimera; virtud sin Verdad es hipocresía; gobierno sin Verdad es fantasma; y autoridad sin Verdad es sombra». Todo esto es tan atinado hoy como hace dos siglos. Aunque hoy en día se olvide que la palabra virtud viene de vir, es decir, varón en latín, y que por tanto virtud y hombría de bien son sinónimos. Nunca está de más recordar, como hizo Híjar, que la Verdad «anima al pusilánime, contiene al atrevido, hace dócil al súbdito, prudente al superior, comedido al pretendiente, sincero al litigante, respetable al Magistrado, y al Juez justo».

Muy cierto, pero tristemente la Verdad molesta. Hasta hace poco existió un Regimiento de Infantería llamado «Órdenes Militares». Fue suprimido en 1985, sabe Dios por qué insignificante afán ahorrativo, pese a que en España ya existía una Monarquía, heredera, inter alia, de las Órdenes Militares. En fin, por fortuna subsiste el Regimiento de Caballería Acorazada «Alcántara», heredero del que cargó en 1921 en Annual al mando del teniente coronel Fernando Primo de Rivera, que murió junto con el ochenta por ciento del regimiento. Le dieron la laureada individual a título póstumo y muchos años después, en 2012, S.M. el Rey Juan Carlos impuso la laureada colectiva al Regimiento.

Una interesante singularidad de este premio de las Órdenes Españolas es que no consta que exista otro que premie la vida y la obra completa de un historiador, no un libro en particular, como señaló en estas páginas el marqués de Laserna, miembro del jurado.

Eso sin contar con lo que apuntó Ramón Pérez-Maura, también en ABC: las Órdenes son «instituciones que serían puntos de referencia fundamentales en la vida pública de cualquier país de Eurasia y en España se las ha dejado languidecer. Pero, de la mano de Su Majestad el Rey, tuvieron su acto de revitalización más importante en siglos».

La concesión este año del premio a don Miguel Ángel Ladero confirma los nobles fines y generosos medios del Premio Órdenes Españolas. Esperemos que su ejemplo y el de las Órdenes ayuden a que sigamos en Eurasia y no terminemos en Berbería.

El Marqués de Tamarón es embajador de España.

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