Los nuevos fósiles y las viejas realidades

Las enigmáticas relaciones entre entropía y nuevo orden afectan visiblemente el carácter de un mundo globalizado en el que avalanchas de selfies cruzan los meridianos como índice de tanta precariedad y narcisismo. Hay fósiles que se salen de los museos y se ponen a andar con el aplauso de las gentes cansadas de las viejas realidades y deseosas de amaneceres imposibles. Cuesta saber si vivimos en un mundo más consistente o más vulnerable.

Entre la lógica de la libertad y las tragedias históricas, pensar a priori en acotar el momento en que acaba el sentido de una época y comienza otra es casi una frivolidad. Nuevos factores se amalgaman con los existentes hasta extremos de complejidad que tal vez solo puedan interpretarse con la teoría del caos.

El conflicto de Ucrania intimida los confines de la Unión Europea, los populismos proliferan, hay quien confía en que la inteligencia artificial lo solvente todo, un nuevo califato ha declarado la guerra a Occidente, China expande sus poderes y el bajo precio del petróleo altera las tendencias económicas. A medio siglo de la muerte de Winston Churchill constatamos, además, que los lideratos han cambiado tanto que tal vez ya tengamos que darles otro nombre.

Los rumores sobre una decrepitud instantánea de Europa son mayormente exagerados, pero no es fácil considerar racionalmente la estampida de los nuevos fósiles con osamentas extremistas, de derecha y de izquierda. Europa se siente frágil, insegura, envejecida, débil e indefensa. Es un sentir popular que afecta a las respectivas políticas nacionales y las trastoca cuando en realidad lo que hace la Unión Europea es aplicar de forma concordada entre sus miembros el método de prueba y error, por contraste con un pasado de dogmas ideológicos y de soluciones utopistas. De hecho, es la propia naturaleza imperfecta del proceso de integración europea lo que impulsa sus reformas más efectivas. Cierto es que a veces son impulsos tardíos. Por ejemplo: la escenificación de la troika entrometida y prepotente fue un error de cálculo. Ha ocurrido en el caso de Grecia, pero no es menos cierto que ahí contó mucho más la vieja realidad de un país endeudado, dependiente, sin rigor fiscal, con una productividad muy baja y un incumplimiento sistemático de la normativa comunitaria.

Basta comparar el escaso rigor en el ingreso de Grecia en la Europa comunitaria con los gravosos deberes que tuvo que cumplimentar España. Sabemos, por lo demás, que negar o, peor aún, enmascarar una crisis económica tiene consecuencias.

No es una paradoja que mientras cónclaves selectos reflexionan sobre un orden mundial, los titulares correspondan a nuevos Estados fallidos y a erupciones del caos. Al fin y al cabo, cada vez es más complicado regresar a un mundo feliz. Por eso, la nostalgia de las soluciones totales genera más fosilización. Vuelve la pregunta con riesgo sobre la utilidad de los Parlamentos o la democracia. No falta espacio para un totalitarismo soft que combine la estabilidad autoritaria, el crecimiento desparramado en los centros comerciales y a la vez la desmoralización de las clases medias. Seguridad y libertad pretenden interactuar, pero no siempre logran la proporción. Son los dilemas entre el megaespacio digital, el provecho material, un pluralismo incómodo y la fuerza ambivalente del individualismo. La verdad es que nos deja bastante indiferentes que en China no se vaya a las urnas.

De ahí que los populismos, adiestrados en la ocupación efectiva del espacio público, pretendan la hiperlegitimación que proviene del pueblo y no de la ley. Decir pueblo y decir masa, en este caso, viene a ser lo mismo. Se hace inevitable que el líder acabe legitimándose a sí mismo, de tal modo que niega toda legitimidad al adversario y le convierte en enemigo. Si hablamos de poscrisis, de sociedad posindustrial o de status posideológico, es significativo que no nos refiramos a un pospopulismo.

El líder populista recurre a los vasos comunicantes que conectan los dos extremos. Casi lo logra cuando explica que ya no hay diferencia entre derecha e izquierda porque ambas cosas son lo mismo. Eso, eso: son la justificación del discurso antisistema. Los fósiles que andan sueltos son de todo tipo. No lo es menos un populismo soft que simula aceptar las reglas del juego para ir reconvirtiendo esas reglas en otra forma de entender el conflicto social o el imperio de la ley.

La volatilidad de los mercados globales tiene sus propias incertidumbres y riesgos. Déspotas de dulzura anestésica hablan de un mundo en el que no ser más libres puede ser una opción voluntaria. De hecho, nadie nos obliga a tantas sesiones de inmersión intensiva en la vulgaridad del reality show televisivo. Por suerte, al Gran Hermano se le puede burlar con el zapeo. Pero son tiempos de libertad low cost: es decir, tiempos de irresponsabilidad.

Valentí Puig es escritor.

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