Los (nuevos) Pactos de la Moncloa

Los Pactos de la Moncloa fueron un hito importante en la consolidación de la democracia en España. Tuve el privilegio de participar directamente en la elaboración del documento que sirvió de base para los Pactos de la Moncloa como director general de Política Económica con Enrique Fuentes Quintana como vicepresidente económico y, más tarde, en su desarrollo y aplicación como secretario de Estado de Economía con Fernando Abril, su sucesor en la vicepresidencia del Gobierno de Adolfo Suárez.

Las circunstancias en las que se firmaron los Pactos son bastante conocidas, aunque tal vez convenga recordar la resistencia inicial de los partidos a apoyar un ajuste de la economía que iba en contra de las expectativas que se habían creado con la llegada de la democracia. Había que reducir drásticamente la inflación para evitar la desintegración del sistema productivo, reducir el déficit exterior e incentivar el empleo.

Los partidos dudaban, pues los ajustes son siempre impopulares. Hubo que convencer primero a UCD. Tuve para ello una conversación con el vicepresidente Fernando Abril, quien tras preguntarme si aquello era absolutamente necesario aceptó pronto la necesidad de poner orden en la economía. Fernando Abril consiguió convencer a Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista, de la necesidad del ajuste. Santiago Carrillo era un político lúcido que conocía muy bien los peligros a los que podría conducir una crisis económica en aquellas circunstancias. Por último, el temor de una “pinza” entre UCD y el Partido Comunista llevó finalmente al PSOE a aparcar sus reticencias y apoyar el ajuste.

Las circunstancias de 1977 eran, pues, muy distintas de las actuales. Hay en común la urgencia de preservar la economía de un choque que puede afectar muy negativamente al bienestar y al futuro de los españoles, pero la inflación o la balanza de pagos no son hoy la principal preocupación, aunque sí lo son, de manera acuciante, el empleo y el endeudamiento del Estado, de las empresas y de las familias. Las propuestas de ayer no son las que reclama el momento en que vivimos; sin embargo, lo que podría ser de utilidad es el método que se siguió para lograr los acuerdos.

En primer lugar, habría que diseñar un documento técnico que sirviera de base para un eventual programa de recuperación y ajuste. En el documento que sirvió de base a los Pactos de la Moncloa se distinguían claramente los problemas del ajuste a corto plazo (que requerían la coordinación con el Banco de España para que el conjunto de las medidas presupuestarias y monetarias fuera coherente) de los de medio y largo plazo. Estos, a su vez, se organizaron de tal manera que comportaran algunas medidas que, a priori, podían encontrar un acuerdo general, como la reforma fiscal o la de la Seguridad Social, y otras cuya amplitud podía negociarse. Para tener una idea de los límites en los que podía desenvolverse la propuesta tuve, junto con Crisanto Plaza, que me acompañó desde el principio, alguna conversación informal con amigos comunes del Partido Socialista.

El documento inicial estuvo listo en muy pocos días. Fuentes Quintana lo comunicó oficialmente a los líderes de los principales partidos políticos en una reunión que tuvo lugar en el palacio de la Moncloa los días 8 y 9 de octubre. Al finalizar el encuentro se decidió crear unas comisiones que debían discutir en los días siguientes los principales aspectos del programa. Se añadieron algunas cosas y se quitaron otras. Al final, el Pacto se firmó el 25 de octubre en el palacio de la Moncloa y se aprobó en el Congreso de los Diputados dos días más tarde con un solo voto en contra.

Una lectura atenta del programa permite ver que contenía mucho más que una simple propuesta de ajuste: en realidad, reflejaba las aspiraciones de una nueva generación que quería construir una sociedad más eficiente, más moderna. Los Pactos de la Moncloa sentaron las bases del Estado de bienestar, se consiguió escolarizar a todos los niños en España gracias a un ambicioso programa de construcciones escolares, se creó un seguro de desempleo digno de tal nombre, se mejoraron sustancialmente las pensiones, se liberó a la economía de costosas e inútiles intervenciones, se reformó el sistema financiero, se consagró en la práctica la independencia del Banco de España y muchas cosas más. En definitiva, se construyó un camino de esperanza para un país que necesitaba creer en la democracia y se dio un gran paso adelante en la modernización de España.

Hoy los problemas son diferentes, pero también es distinta y mucho más sólida la economía de nuestro país. Lo que podría servir ahora es el método seguido entonces. Si de verdad se quiere llegar a acuerdos es preciso elaborar una propuesta concreta lo suficientemente flexible como para ser adoptada, si no por todos los partidos del Congreso, al menos por los más importantes. Hay que tener en cuenta que tras la crisis sanitaria nos espera otra económica. Lo importante es que esta sea lo más corta posible y que a su salida contemos con un proyecto que vaya mucho más allá del corto plazo y que proponga con solvencia un futuro para nuestro país. La definición de las medidas y su engarce temporal requieren una importante dosis de profesionalidad, experiencia y sensibilidad, tanto política como social. Afortunadamente, existen las personas necesarias para conducir la economía en estos momentos difíciles por los que atravesamos; pienso en la vicepresidenta económica del Gobierno, en su probada solvencia y, también, en los principales responsables económicos de los grandes partidos. Estoy seguro de que sabrán estar a la altura de las circunstancias.

En una primera fase es conveniente separar los aspectos económicos de los políticos, para lo cual es necesario que los responsables hablen entre sí. Conocidos los límites de cada uno, la redacción de un programa económico que separe con claridad los problemas del corto plazo de los estructurales, aunque difícil, es posible. Y, sobre todo, lo más importante es proponer un camino que tenga en cuenta las aspiraciones de una nueva generación que tiene ante sí la tarea de definir su visión a medio y largo plazo de la economía y la sociedad española. No creo que sea muy difícil llegar a acuerdos sobre el papel de la educación, de la formación profesional y de la ciencia, por un lado, y la necesidad, por otro, de definir un crecimiento en el que nadie se quede fuera de los beneficios del progreso.

Los Pactos de la Moncloa, al neutralizar políticamente el necesario ajuste de la economía, hicieron posible la redacción de una Constitución para España que no fue la de un solo partido, sino la de todos, para cuya aprobación hubo un consenso general que ha servido de marco equilibrado y estable para nuestra convivencia. La tarea que tienen ante sí los partidos es la de aprovechar este momento histórico para sentar las bases de una nueva etapa que nos permita seguir avanzando en un mundo globalizado e incierto. La Transición permitió encauzar las esperanzas y las ilusiones de una generación. La recuperación, la reconstrucción económica, la redefinición de nuestro papel en el mundo deberían ser ahora el objetivo y la tarea de la generación actual.

José Luis Leal es exministro de Economía del Gobierno de España.

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