Los objetivos de Zapatero

Por José Antonio Zarazalejos. Director de ABC (ABC, 02/07/06):

CON la declaración institucional del pasado jueves en la que Rodríguez Zapatero anunció el inicio del diálogo con la banda terrorista ETA, la legislatura hay que darla por concluida. La negociación que ha entablado ya el Gobierno con los etarras discurrirá por vías subterráneas y no va a descarrilar antes de tiempo. La banda no se desarmará ni disolverá, Batasuna va a ser legalizada conforme a un procedimiento ya pactado -nuevas siglas y unos estatutos con un grado de ambigüedad suficiente para eludir la ley de Partidos- y de ahí se irá a unas elecciones anticipadas que el presidente del Gobierno ganará sin demasiadas dificultades.

Se consumará así, y antes de su terminación natural, una legislatura en la que Rodríguez Zapatero ha provocado una auténtica transformación política y ética en la sociedad española en la que se ha llevado por delante las posibilidades del Partido Popular, hipotecado por el pasado inmediato -la absurda mirada atrás, la fijación en un 11-M recreado desde versiones conspirativas inverosímiles- y condicionado por un discurso externo -obviamente, mediático-, de carácter radical y extremista que, al asociarse al propio partido y a su dirección, ha espantado a los electores más centrales que son, justamente, aquellos que dan y quitan el poder a los partidos.

La destrucción del PP ha sido uno de los empeños más sutiles del presidente del Gobierno. Dejando a los populares que le tomasen por necio, les ha ido ganando casi todas las manos de la partida hasta llegar a la crueldad de jugar con el líder del PP en los prolegómenos del anuncio del diálogo con ETA. Antes, ha golpeado al primer partido de la oposición con la procura de un aislamiento político total que comenzó en Cataluña -el pacto del Tinell- y ha continuado luego con todas y cada una de las iniciativas legislativas -especialmente ideologizadas- en las que el propio Gobierno sabía que las posibilidades de consenso resultaban nulas. Al apostar Rodríguez Zapatero por las opciones más extremas -el matrimonio homosexual, la ley de reproducción asistida y tantas otras- se granjeaba la seguridad de que el Partido Popular no podría contorsionarse tanto como para participar en esas políticas de Estado.

Zapatero ha sabido aliar sus decisiones con la división interna en el Partido Popular y con sus insuficiencias -escasa política de presencias, nula política de comunicación, pocas políticas alternativas a las del propio Ejecutivo- para, así, provocar en la oposición popular una sugestión -que ya es certeza- de fin de época que está siendo aprovechada por oportunistas que presentan síntomas preocupantes: mezclan un republicanismo resentido con la Monarquía, con una radicalidad que les aproxima a los parámetros de la extrema derecha, ambas variables definidoras alejadas -muy alejadas- de la derecha católica y liberal -profundamente nacional y democrática-, que ha sido la que, en la transición, emergió con consistencia. Las advertencias a Mariano Rajoy denunciando esta situación están siendo muy explícitas, pero el gallego, acodado en la barandilla de la historia, observa un panorama en el que no termina de encontrar su lugar.

Lograda la neutralización del PP, el presidente ha acometido en Cataluña otra operación de alto riesgo pero rentable para sus propósitos inmediatos: ha descabezado el socialismo catalán mediante la caída de Maragall, ha entregado la Generalitat, de nuevo, a CiU para asegurarse su concurso la próxima legislatura y, al romper el modelo constitucional con un nuevo Estatuto que recabó poco más de un tercio de los votos de los catalanes, ha satisfecho a los nacionalistas de allí y avisado a los vascos de que con Cataluña y Euskadi es posible un nuevo esquema de bilateralidad con el Estado que, de hecho, confederalice España y establezca un pacto de poder muy prolongado en el tiempo de tal manera que un eje entre socialistas y nacionalistas aleje la posibilidad de una alternativa conservadora y moderada en muchos años.

La gestión ideológica de esta legislatura -en la que se ha despreciado la política exterior y se ha mantenido una ortodoxa continuidad con la anterior política económica para así tener de cara al empresariado- ha pasado también por la reformulación del sector audiovisual y por el arrinconamiento de la jerarquía eclesiástica a un rol resistente, opositor y prácticamente anti institucional que en modo alguno le conviene ni a sus intereses ni a su proyección en la sociedad española. La aparente suavidad de los empellones de Rodríguez Zapatero tanto en el ámbito mediático como en el eclesiástico se han visto retribuidos por respuestas poco inteligentes de los afectados que lejos de horadar la posición del presidente la han consolidado. La famosa fórmula Barroso -la de Miguel Barroso, el anterior secretario de Estado de Comunicación-, según la cual había que favorecer el radicalismo del discurso de la derecha y de la jerarquía eclesiástica para achicar su espacio social, se está poniendo en práctica cuidadosamente aun a riesgo -bien conocido por los estrategas socialistas- de hacer imposible el moderantismo en el seno del liberalismo y el conservatismo españoles.

Está ocurriendo en ese sector lo que Manuel Penella relata en su último libro («La Falange teórica. De José Antonio Primo de Rivera a Dionisio Ridruejo»), que sucedió en la segunda República: que la izquierda, con su radicalismo, logró «fascistizar» a toda la derecha, incluso a la monárquica que muy alejada del fascio acabó entregándose al integrismo. La memoria histórica -ejemplificada por el presidente del Gobierno en el fusilamiento de su abuelo durante la guerra civil- se convierte en esta estrategia de exasperación de la derecha en un elemento capital. Desde la Moncloa se observa sin pestañear también cómo parte de la derecha española asiste inane a la inoculación del republicanismo, mientras el PSOE en el Congreso rompe en pedazos los fundamentos del llamado derecho nobiliario.

El último jalón de esta gestión ideológica de la legislatura -concebida como un peldaño para desactivar a la alternativa política y averiar los resortes liberales y conservadores de la sociedad española- es la negociación, sin el PP, con la banda terrorista ETA. Las grandes palabras que maneja el presidente -siempre con contenidos abstractos- y una imagen de gran cercanía a la opinión pública, con un adecuado manejo de instrumentos semánticos demagógicos -así, las expresiones tales como extensión de los derechos, tolerancia, convivencia, respeto- que se quedan en su mera verbalización, le proporcionan una percepción pública generalizadamente buena.

El conocimiento mercadotécnico de la sociedad española que atesora Rodríguez Zapatero -fruto de su propia experiencia vital como ciudadano sin grandes responsabilidades hasta hace pocos años- le dota de una fina pituitaria política que excluye de su discurso todo concepto que enlace con exigencias, límites o prohibiciones. En su proceso de paz con la banda terrorista ETA ha aplicado con implacabilidad toda su extensión política, todo su arsenal tactista y, en definitiva, todo su designio ideológico para hacer verdad aquello que proclamó, pero no consiguió, Alfonso Guerra: que a España no la conozca pronto ni la madre que la parió.