Los ojos de Angela

Los distintos procesos puestos en marcha por la UE y sus instituciones para afrontar esta crisis, especialmente los planes de rescate para Grecia e Irlanda, así como las medidas fundamentales adoptadas para afrontar los problemas económicos, sociales y laborales dentro de la Unión, son la prueba evidente de una ceguera crónica que, como ocurre en la película Los ojos de Julia, lleva a una enfermedad degenerativa congénita a los dos máximos líderes de Francia y Alemania, los países que históricamente han sido el eje central del proyecto integrador europeo. Sí, hay otros dirigentes que han secundado esto que podríamos denominar la actual economía triste de la UE, pero quien ostenta la autoría principal de estas políticas, la protagonista de este filme -también de suspense pero mucho más gris y terrorífico que el de la ficción- no es otra que la canciller alemana, Angela Merkel, con el presidente francés Nicolas Sarkozy en un lucido papel secundario.

Las medidas a corto plazo sobre las condiciones financieras en la zona euro, los recortes en estratégicas políticas sociales y laborales, el cambio en las bases presupuestarias comunitarias, o la renacionalización de políticas centrales de la Unión como la Política Agrícola Común, son algunos de los síntomas de una enfermedad que afecta a las bases históricas fundamentales de la UE. Y, lo que es peor, suponen una pérdida progresiva, que puede llegar a ser irreversible, en la visión de futuro respecto al principal proyecto de la ciudadanía europea en toda su Historia.

Estas medidas propuestas por Merkel, coreadas por Sarkozy y otros líderes europeos, más que una alternativa en los principios de corresponsabilidad para los momentos de crisis que estamos viviendo, suponen una reinvención de los principios de solidaridad interior y exterior del proceso de integración. Ello a pesar de que la agenda prevista en el Horizonte de la UE 2020-2030 señalaba que era necesario no traicionar esos principios centrales y básicos. El propio Felipe González, que presidió ese Grupo de Reflexión del Consejo Europeo, acaba de destacar una necesaria posición más activa por parte del Banco Central Europeo para mantener con solidez y de forma decidida la moneda única, alejándola de los riesgos de la rapiña especuladora.

La postura errática de Merkel quizá se pueda explicar por la pérdida progresiva de Alemania de su papel como motor económico de la Unión. Pero es claro que supone una renuncia explícita a su papel de principal defensora histórica del proceso de integración supranacional por encima de los intereses nacionales. Más allá de las valoraciones que puedan hacer algunos miembros de los Gobiernos europeos -entre ellos nuestra ministra de Economía, Elena Salgado- parece claro que la canciller alemana defiende los intereses de Alemania por encima de los de la Unión Europea. Y eso, que es legítimo desde su peculiar forma de entender el papel de su país, no se puede mantener responsabilizando de la inestabilidad fiscal y financiera en Europa a ciertos sospechosos habituales.

Los actuales equipos ejecutivos de Alemania y Francia parecen haber olvidado que ese sistema de solidaridad interior que tanto quieren condicionar, en el que no creen y que ponen en duda internacionalmente, ha costeado o cofinanciado procesos de tanto calado histórico como han sido, por más de medio siglo, la agricultura francesa (principal capítulo de la Política Agrícola Común) o el proceso de reunificación alemana. La moneda única y la zona euro no sólo representan un logro financiero en el proceso de integración, sino que tienen un valor político y económico incalculable para el presente y el futuro de la Unión. Por ello, no pueden ser ajenas a los principios de corresponsabilidad de los socios y deben contar con unos sistemas de control estrictos para Gobiernos y, sobre todo, para instituciones financieras y grandes especuladores. Estos dos últimos, paradójicamente, fueron los artífices de la crisis y ahora se erigen como los principales beneficiados de las políticas y planes de rescate adoptados, porque ellos son los verdaderos dueños y señores del sistema capitalista.

En el momento actual, todos buscamos un cierto equilibrio en las cuentas fiscales, que los gastos no sean superiores a los ingresos; es decir, que el déficit público no sea muy grande y que la deuda no sea extremadamente elevada en relación con el PIB. Pero también es importante saber ante qué coyuntura histórica estamos y cómo se va a salir de la crisis. EEUU, por ejemplo, mantiene la idea de compensar la caída de la demanda de consumo privado con inversión pública; en la UE, por el contrario, se camina hacia la austeridad y el recorte en los presupuestos públicos.

Las políticas de austeridad y de corte regresivo del Gobierno alemán, impuestas directa y/o indirectamente a toda Europa, han logrado dos cosas: transmitir incertidumbre al sistema financiero, ralentizar el crecimiento económico y, lo que es más grave, poner en duda y serio riesgo el Estado de bienestar, probablemente el mayor logro social de Europa en los últimos siglos. Pero la mayor ceguera en los ojos de Angela es la insistencia de Merkel para, de forma más o menos velada, culpabilizar y centrar el problema en la indisciplina fiscal de los PIGS (cerdos en inglés), acrónimo peyorativo que utilizan algunos medios anglosajones para referirse al grupo de países del sur: Portugal, Irlanda, Grecia y España.

Ésta es, por mucho que se quiera disfrazar, una visión clasista, insolidaria y regresiva: el triunfo del proceso intergubernamental frente al proceso supranacional, la vuelta a la oscuridad de la Europa de las patrias y de las trincheras -pero esta vez económicas, financieras y monetarias- frente a la luz del federalismo y del proyecto solidario en común. Eso es lo que debería tener presente Angela Merkel.

Gustavo Palomares y José Antonio Martínez, profesores en la UNED y, respectivamente, presidente y consejero económico del Instituto de Altos Estudios Europeos.