Los olvidados: latinos contagiados, sin empleo, dinero ni ayuda

La fila para recoger alimentos que una organización sin fines de lucro distribuye en Queens, una zona en Nueva York en la que el virus ha afectado a con especial dureza a la comunidad latina. Credit Bryan Thomas/Getty Images
La fila para recoger alimentos que una organización sin fines de lucro distribuye en Queens, una zona en Nueva York en la que el virus ha afectado a con especial dureza a la comunidad latina. Credit Bryan Thomas/Getty Images

El coronavirus destruyó la vida que el mexicano Arturo Morales armó en Estados Unidos con mucho esfuerzo y dedicación. Su esposa Besabed acaba de morir por la COVID-19. Él no tiene trabajo ni ahorros. Y ahora solo le queda un pulmón —debido a la tuberculosis que sufrió de joven— y la esperanza de no estar contagiado, como su esposa.

Besabed, quien sufría de diabetes y le había sido amputada una pierna, tenía una cita médica en Chicago. “Ella tuvo una cita en la clínica el día 20 de marzo”, me contó Arturo. “Y ahí andaba un hombre gritando que tenía el coronavirus. Y desde allí […] ella se empezó a sentir mal, como que le faltaba el aire […]. Al otro día le faltaba demasiado el aire […] y la llevamos al hospital, pero ya no nos dejaron entrar”.

Esa fue la última vez que Arturo vio a Besabed. “Nos despedimos por teléfono”, me dijo llorando. “A ella la pusieron en speaker [en el hospital] para que nos escuchara”.

La tragedia de la familia Morales, con cuatro hijas y un hijo, no es única. Los latinos están sufriendo de manera desproporcionada los efectos económicos y de salud por la COVID-19. El coronavirus ha subrayado alguno de los problemas médicos que prevalecen en la comunidad hispana en Estados Unidos —como la diabetes, la hipertensión y la obesidad— y las diferencias sociales respecto a otros grupos de la población.

Aunque la disparidad con que el virus afecta a los latinos es un problema de vida o muerte, el gobierno del presidente Donald Trump ni siquiera ha designado a un portavoz ni ha creado alguna página de internet en nuestro idioma, y solo tradujo al español, varios días después, la guía de la Casa Blanca para prevenir el contagio masivo. Ha tratado a los más de 37 millones hispanohablantes en el país como si no existieran. No hay nadie que les explique qué pasa, como los doctores Deborah Birx y Anthony Fauci hacen en inglés. Son los olvidados. Por eso tantos hispanos han dependido de los medios de comunicación en español para buscar ayuda y sobrevivir.

El caso de la ciudad de Nueva York es representativo. Ahí, el 34 por ciento de las muertes por el coronavirus corresponden a latinos, a pesar de que solo son el 29 por ciento de la población. Es el grupo con más fallecimientos.

Los latinos tienen mayores factores de riesgo.

Muchos suelen trabajar en sectores considerados “esenciales” durante esta crisis, como en plantas procesadoras de carne, y por lo tanto han estado más expuestos al virus. Trabajadores e inmigrantes latinos constituyen 23 por ciento de la fuerza laboral en la agricultura y la pesca. Ellos nos dan de comer.

Pero tienen muy pocas protecciones. En California, el estado que más produce alimentos del país, casi el 14 por ciento de los latinos no tienen seguro de salud, al igual que el 28 por ciento de los hispanos en el Bronx y el 71 por ciento en Miami. El seguro médico es casi inexistente entre los indocumentados del país.

Esto es particularmente grave en una comunidad donde están presentes enfermedades silenciosas, como la diabetes y la hipertensión. El 71 por ciento de las latinas y el 80 por ciento de los latinos tienen la probabilidad de sufrir al menos una enfermedad cardiovascular, según un estudio del National Heart, Lung, and Blood Institute. Pero no lo saben. Casi cuatro de cada diez hispanos que fueron diagnosticados con diabetes no tenían ni idea que estaban enfermos.

La pandemia del coronavirus ha sido una tormenta perfecta para las comunidades hispanas. Además de estar más expuestos al coronavirus —por padecer condiciones médicas preexistentes y carecer, en muchos casos, de un seguro médico—, esta crisis ha dejado a millones de latinos sin trabajo y sin dinero. Una de cada tres familias latinas (el 35 por ciento) reportó que al menos uno de sus miembros perdió su empleo por el coronavirus, según una encuesta de Latino Decisions-SOMOS.

Recuperarse de esta doble crisis no será fácil. Particularmente si no se recibe ayuda del gobierno federal. Es incomprensible y cruel que Trump no haya incluido a los aproximadamente 10 millones de indocumentados en su programa de ayuda. Muchos de ellos tienen hijos estadounidenses nacidos en este país. Es irónico que los trabajadores del campo sean considerados “esenciales” para enfrentar esta crisis y que todos los días se jueguen la vida. Pero, a la hora de repartir la ayuda, quedaron fuera por no tener documentos legales.

Afortunadamente, California, que a veces es una especie de isla antitrumpeana, ha decidido ayudar a unos 150.000 indocumentados con un fondo de 125 millones de dólares. Cada uno podrá recibir 500 dólares (y un máximo de mil dólares por familia). “Son nuestros hermanos y hermanas; son las personas que están ayudando a papá y mamá”, me dijo el gobernador Gavin Newsom. “El 10 por ciento de nuestra fuerza laboral está indocumentada. La mitad de nuestros niños en California nacieron de padres inmigrantes. Es un asunto de gran orgullo para nosotros. Son esenciales. Son importantísimos”.

Este es un programa que ayuda a los más vulnerables de los vulnerables. Se necesita mucho más que buenas intenciones para resolver un problema estructural que ha puesto a los hispanos en Estados Unidos en un altísimo riesgo médico y económico debido al coronavirus. Programas como el de California pueden tener un efecto inmediato y positivo en la comunidad latina. Pero no veo esfuerzos similares en el resto del país.

Los próximos años no serán fáciles. Los avances logrados en los últimos años contra el desempleo y la pobreza entre los latinos han retrocedido en los meses de pandemia. Familias, como la de Arturo Morales, han perdido casi todo.

Su esposa Besabed cocinaba los tamales, rojos y verdes, que vendían juntos en Chicago para pagar la renta y comer. Pero, tras su repentina muerte, Arturo se ha quedado sin pareja y sin ingresos. “Ahorita mis hijas y mucha gente nos han apoyado. Nos han traído comida y un poco de dinero también”, me contó antes de despedirse, mientras respiraba con la ayuda de un tanque de oxígeno y se limpiaba las lágrimas. Encerrado en su casa, solo espera que el virus no lo ataque a él.

Jorge Ramos es periodista, conductor de los programas Noticiero Univisión y Al punto, y autor del libro Stranger: El desafío de un inmigrante latino en la era de Trump.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *